Padre Santo, Dios todopoderoso..., cuando yo elevo la débil luz de mis ojos, ¿puedo dudar de que eso sea tu Cielo? Cuando contemplo el curso de las estrellas, su retorno en el ciclo anual, cuando veo las Pléyades, la Osa menor y la Estrella de la mañana y considero que cada una brilla en el lugar que Tú le has asignado, comprendo, Oh Dios, que Tú estás allí, en estos astros que yo no comprendo. Cuando veo «las soberbias olas del mar» (sl 92,4), no comprendo el origen de esta agua, ni tampoco comprendo quien es que pone en movimiento su flujo y reflujo regular y, sin embargo, creo que hay una causa –ciertamente para mí impenetrable- en estas realidades que yo ignoro, y también allí percibo tu presencia.
Si vuelvo mi espíritu hacia la tierra que, por el dinamismo de unas fuerzas escondidas, descompone todas las semillas que antes ha acogido en su seno, las hace germinar lentamente y las multiplica, después las hace crecer, no encuentro allí nada que pueda comprender con mi inteligencia; pero esta misma ignorancia me ayuda a discernirte, a ti, puesto que, si soy incapaz de comprender la naturaleza que ha sido puesta a mi servicio, sin embargo te encuentro a través de este mismo hecho de que ella está allí, para mi uso.
Si me vuelvo hacia ti, la experiencia me dice que yo no me conozco a mi mismo, y te admiro tanto más por el hecho de ser yo un desconocido para mí mismo. En efecto, aunque yo no los puedo comprender, sí tengo experiencia de los movimientos de mi espíritu que juzga sus operaciones, su vida, y esta experiencia te la debo sólo a ti, a ti que me has hecho participar de esta naturaleza sensible que me da un gran gozo, aunque su origen se encuentra más allá de lo que alcanza mi inteligencia. No me conozco a mi mismo, pero te encuentro en mí y, encontrándote, te adoro. (San Hilario de Poitiers. La Trinidad 12, 52-53)
En nuestra inmensa ignorancia ¿Dónde encontrar un lugar donde apoyarnos con firmeza? ¿Dónde encontrar una fuente de discernimiento para separar el trigo de la paja? Sin duda el discernimiento es complicado. Lo que desearíamos sería una respuesta directa y concluyente. Cuando nadamos en el mar de la dudas, queremos algo en lo que apoyarnos y no sutilezas o complicadas teorías. Pero Dios respeta la libertad y nunca responde de forma impositiva. Dios nunca está en el trueno o el huracán, sino en la tenue brisa (1 Reyes 18, 9-13)
¿Dónde encontrar apoyo en nuestras dudas? En todas partes. De Dios nos habla todo y nos habla de manera coherente. Cristo es el Logos, Palabra que es sentido y coherencia universal. San Hilario ve en la creación el reflejo de Dios y ve que es coherente con lo revelado por Cristo. Ve que ante sus dudas y sus ignorancias, todo lo creado le habla a su oído. Incluso las ignorancias de sobre si mismo, le hablan de Dios.
Aquello que anhela, es un reflejo que Dios ha puesto dentro de nosotros. Las dudas hablan de qué es Dios, porque El está en aquello que necesitamos “En efecto, aunque yo no los puedo comprender, sí tengo experiencia de los movimientos de mi espíritu que juzga sus operaciones, su vida, y esta experiencia te la debo sólo a ti, a ti que me has hecho participar de esta naturaleza sensible que me da un gran gozo, aunque su origen se encuentra más allá de lo que alcanza mi inteligencia.”
El texto-oración de San Hilario desborda la sensibilidad de quien necesita de Dios y Lo encuentra donde menos lo espera. ¿Dónde está Dios? En todos los signos que nos rodean. ¿Por qué esta generación necesita de un signo? Porque el ansia de Dios está dentro nuestra y los signos aparecen como las luces que nos ayudan para andar el camino.
En la oración, San Hilario encuentra a Dios y a través de Dios, encuentra su sentido como persona: “No me conozco a mi mismo, pero te encuentro en mí y, encontrándote, te adoro.” El sentido del ser humano está en la imagen de Dios que está impresa en nosotros. Encontrando a Dios sólo queda que nos arrodillemos y le adoremos.
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