En verdad hemos de alegrarnos, porque Cristo nace esta
noche. ¿Dónde nace? Nace en nuestros corazones. Nació en los que nos
precedieron llenándoles de esperanza y nacerá en los corazones de todos
aquellos que le esperarán en el futuro. Nuestro corazón es como aquella cueva-establo
de Belén, que esperaba ver nacer al Señor. Cristo no nació en una estancia
rica, ni limpia, ni noble, sino en un establo, con la sencillez y la suciedad
que se puede esperar de un sitio así. De la misma forma, el Señor no espera que
nuestro corazón sea rico, limpio ni refulgente. El, al nacer, lo transformará
en un lugar nuevo. Un lugar digno del hijo de Dios mismo.
Esto nos hace llenarnos de esperanza y de júbilo. Pero la
alegría no debe ser flor de un día, sino que debe acompañarnos todo el año hasta
la próxima Navidad. Seguramente habrá personas que frunzan el seño y piensen
que festejamos al que nunca llegó y que nunca volverá. No se lo tengamos en
cuenta. En nuestra alegría, seamos humildes y sinceros.
«Es la misma humildad la que
da en rostro a los paganos. Por eso nos insultan y dicen: ¿Qué Dios es ése que
adoráis vosotros, un Dios que ha nacido? ¿Qué Dios adoráis vosotros, un Dios
que ha sido crucificado? La humildad de Cristo desagrada a los soberbios; pero
si a ti, cristiano, te agrada, imítala; si le imitas, no trabajarás, porque Él
dijo: Venid a mí todos los que estáis cargados». (San Agustín. Comentario al Salmo 93)
¿Cómo podemos encontrar al Niño si no los buscamos? ¿Cómo
podemos conocer a quien no deseamos? Benedicto XVI, en el Ángelus de este
pasado lunes, nos pide que “imitemos también a
Isabel que recibe al huésped como Dios mismo: sin desearlo, no conoceremos
nunca al Señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo
encontraremos” (Benedicto XVI, Ángelus
24-12-12) Hay quien no busca a Dios, pero también hay quien huye de El.
Son los que nos preguntan con sorna por aquel que nos salvado y que nace en nuestro
corazones. Hablan de nosotros diciendo que actuamos con soberbia al no aceptar
que puede ser que no haya existido Cristo, pero quien lo ha sentido nacer en su
corazón, tiene la certeza de su existencia. Quien no ha sentido nunca el calor
del pesebre en su corazón, no podrá aceptar que Cristo haya nacido, nazca y
nacerá en cada uno de nosotros.
«Yacía en el pesebre, y atraía
a los Magos del Oriente; se ocultaba en un establo, y era dado a conocer en el
cielo, para que por medio de él fuera manifestado en el establo, y así este día
se llamase Epifanía, que quiere decir manifestación; con lo que recomienda su
grandeza y su humildad, para que quien era indicado con claras señales en el
cielo abierto, fuese buscado y hallado en la angostura del establo, y el
impotente de miembros infantiles, envuelto en pañales infantiles, fuera adorado
por los Magos, temido por los malos» (San
Agustín. Sermón 220,1)
La Epifanía es la manifestación de lo Alto, que nos llena
de sentido y de esperanza. Ojalá fuesen Epifanía todos y cada uno de los días
de nuestra vida. Feliz Navidad