Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del
Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la
vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3), es la fuente de
la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es “el correr de las acequias que
alegra la ciudad de Dios” (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y “de su seno
nacen los ríos de agua viva” (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre
de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el
Nuevo lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las
venas del espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. “No sólo de
pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues
de este Verbo, pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo
Testamento, y después, sin tardar, del Nuevo.
Dice él mismo, como si tuviera prisa: “Pueblo
que camina en las tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de
muerte, sobre ti se levanta una luz” (Is 9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más
y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna,
sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte. (San
Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 1, 33)
¿Estamos dispuestos a beber de la Fuente de la Vida? El
mundo (sociedad) nunca ha estado dispuesta a beber de la Fuente de la Vida y
hoy en día, este rechazo es más evidente que nunca. Pienso, por ejemplo, en los
problemas que existen para vivir como cristiano dentro de nuestro entorno
laborar. Dios está ausente de las oficinas, las fábricas y los pasillos de los
centros de trabajo. Alguno se pregunta ¿qué sentido tiene que Dios se haga
presente en un lugar donde nadie lo llama? Pero lo cierto es que lo llamamos a
gritos sin que estos gritos logren salir por nuestras gargantas.
En algunas empresas y factorías, es habitual hacer alguna
tabla de gimnasia previa a la empezar la jornada de trabajo. Los directivos se
han dado cuenta que utilizar cinco minutos para estirarnos y tomar conciencia
de nuestro cuerpo, redunda en un mayor rendimiento en el trabajo. De igual
forma, ¿por qué no empezar la jornada de trabajo con una Eucaristía? ¿Por qué
se ve lógico estirarse físicamente y vemos tan extraño distendernos
espiritualmente? Todo esto parte de ciertos prejuicios que ligan la religión
con una postura vital pasiva y desentendida de todo. Pero el principal problema
es que hacer presente a Dios en nuestra vida cotidiana está muy mal visto.
El pasado viernes, fiesta de San Pedro y San Pablo, mi
universidad decidió celebrar el día de Santo Tomás de Aquino, siendo día festivo
para todo el personal. El hecho de no respetar el día del Santo Patrón evidencia
que no se comprende la relación directa entre el día festivo y la jornada de
descanso. Jornada que podríamos haber utilizado para recordar a Santo Tomás
como profesor universitario, investigador y su compromiso con la búsqueda de la
Verdad. Bueno, de todas formas, la pastoral universitaria organizó una misa para
celebrar el patrón, aunque no coincidiera con la festividad real. Lo triste fue
la escasa afluencia de profesores y alumnos.
Volviendo al texto de San Ambrosio de Milán: “Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y
del Verbo de Dios.” Cuanta falta nos hace beber la sangre de la
redención. Con el sufrimiento llevamos en nuestros hombros ¿Cómo no damos un
paso al frente para aceptar el Verbo? ¿Qué nos retiene?
Prejuicios, miedos, ignorancias, nos atenazan y nos
petrifican cuando miramos atrás. Hace falta valor para desprenderse los complejos
de inferioridad que han creado sobre nosotros. Tenemos razones para tener fe y
confianza en Cristo. La Nueva Evangelización conlleva la rotura de los miedos
que nos atan y para ello necesitamos beber de Cristo. Beber del Antiguo y el
Nuevo Testamento. Como San Ambrosio indica: “Bebe,
pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada
día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte”
“Hoy se cumple esta
Escritura que acabáis de oír”