domingo, 27 de enero de 2013

Bebe de la copa del Antiguo Testamento y del Nuevo, porque en los dos es a Cristo a quien bebes. Bebe a Cristo, porque es la vid (Jn 15,1), es la roca que hace brotar el agua (1Co, 10,3), es la fuente de la vida (Sal 36,10). Bebe a Cristo porque él es “el correr de las acequias que alegra la ciudad de Dios” (Sal 45,5), él es la paz (Ef 2,14) y “de su seno nacen los ríos de agua viva” (Jn 7,38). Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y del Verbo de Dios. El Antiguo Testamento es su palabra, el Nuevo lo es también. Se bebe la Santa Escritura y se la come; entonces, en las venas del espíritu y en la vida del alma desciende el Verbo eterno. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios” (Dt 8,3; Mt 4,4). Bebe, pues de este Verbo, pero en el orden conveniente. Bebe primero del Antiguo Testamento, y después, sin tardar, del Nuevo.

Dice él mismo, como si tuviera prisa: “Pueblo que camina en las tinieblas, mira esta gran luz; tú, que habitas en un país de muerte, sobre ti se levanta una luz” (Is 9,1 LXX). Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte. (San Ambrosio de Milán, Comentario al salmo 1, 33)

¿Estamos dispuestos a beber de la Fuente de la Vida? El mundo (sociedad) nunca ha estado dispuesta a beber de la Fuente de la Vida y hoy en día, este rechazo es más evidente que nunca. Pienso, por ejemplo, en los problemas que existen para vivir como cristiano dentro de nuestro entorno laborar. Dios está ausente de las oficinas, las fábricas y los pasillos de los centros de trabajo. Alguno se pregunta ¿qué sentido tiene que Dios se haga presente en un lugar donde nadie lo llama? Pero lo cierto es que lo llamamos a gritos sin que estos gritos logren salir por nuestras gargantas.

En algunas empresas y factorías, es habitual hacer alguna tabla de gimnasia previa a la empezar la jornada de trabajo. Los directivos se han dado cuenta que utilizar cinco minutos para estirarnos y tomar conciencia de nuestro cuerpo, redunda en un mayor rendimiento en el trabajo. De igual forma, ¿por qué no empezar la jornada de trabajo con una Eucaristía? ¿Por qué se ve lógico estirarse físicamente y vemos tan extraño distendernos espiritualmente? Todo esto parte de ciertos prejuicios que ligan la religión con una postura vital pasiva y desentendida de todo. Pero el principal problema es que hacer presente a Dios en nuestra vida cotidiana está muy mal visto.

El pasado viernes, fiesta de San Pedro y San Pablo, mi universidad decidió celebrar el día de Santo Tomás de Aquino, siendo día festivo para todo el personal. El hecho de no respetar el día del Santo Patrón evidencia que no se comprende la relación directa entre el día festivo y la jornada de descanso. Jornada que podríamos haber utilizado para recordar a Santo Tomás como profesor universitario, investigador y su compromiso con la búsqueda de la Verdad. Bueno, de todas formas, la pastoral universitaria organizó una misa para celebrar el patrón, aunque no coincidiera con la festividad real. Lo triste fue la escasa afluencia de profesores y alumnos.

Volviendo al texto de San Ambrosio de Milán: “Bebe a Cristo para beber de la sangre de tu redención y del Verbo de Dios.” Cuanta falta nos hace beber la sangre de la redención. Con el sufrimiento llevamos en nuestros hombros ¿Cómo no damos un paso al frente para aceptar el Verbo? ¿Qué nos retiene?

Prejuicios, miedos, ignorancias, nos atenazan y nos petrifican cuando miramos atrás. Hace falta valor para desprenderse los complejos de inferioridad que han creado sobre nosotros. Tenemos razones para tener fe y confianza en Cristo. La Nueva Evangelización conlleva la rotura de los miedos que nos atan y para ello necesitamos beber de Cristo. Beber del Antiguo y el Nuevo Testamento. Como San Ambrosio indica: “Bebe, pues, y no esperes más y una gran luz te iluminará; no la luz normal de cada día, del sol o de la luna, sino esta luz que rechaza la sombra de la muerte

 “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”


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