Un médico vino entre nosotros para
devolvernos la salud: nuestro Señor Jesucristo. Encontró ceguera en nuestro
corazón, y prometió la luz "ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el
hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman" (1Co
2,9). La humildad de Jesucristo es el remedio a tu orgullo. No te burles
de quien te dará la curación; sé humilde, tú por el que Dios se hizo humilde.
En efecto, Él sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce
bien tu enfermedad y sabe cómo curarla. Mientras que no podías correr a casa
del médico, el médico en persona vino a tu casa... Viene, quiere socorrerte,
sabe lo que necesitas.
Dios vino con humildad para que el
hombre pueda justamente imitarle; Si permaneciera por encima de ti, ¿cómo
habrías podido imitarlo? Y, sin
imitarlo, ¿cómo podrías ser curado? Vino con humildad, porque conocía la
naturaleza de la medicina que debía administrarte: un poco amarga, por cierto,
pero saludable. Y tú, continúas burlándote de él, él que te tiende la copa, y
te dices: "¿pero de qué género es mi Dios? ¡Nació, sufrió, ha sido
cubierto de escupitajos, coronado de espinas, clavado sobre la cruz!"
¡Alma desgraciada! Ves la humildad del médico y no ves el cáncer de tu orgullo,
es por eso que la humildad no te gusta. (San Agustín Sermón 61, 14-18)
Los seres humanos tendemos a quedarnos con las apariencias
y por eso nos resulta más fácil imitar para aparentar. Como dice el viejo
refrán, “el hábito no hace al monje”, aunque ayude a quien tiene en su interior
el deseo y la voluntad de ser monje.
San Agustín se pregunta, poniendo el foco en Cristo “sin imitarlo, ¿cómo podrías ser curado?”, pero
tenemos que leer más para dar sentido a esta frase. “Vino con humildad, porque conocía la naturaleza de la medicina que
debía administrarte: un poco amarga, por cierto, pero saludable.” Lo
que nos propone es que imitemos su humildad: “Él
sabía que el remedio de la humildad te curaría, él que conoce bien tu
enfermedad y sabe cómo curarla”
¿Qué sentido tiene la humildad en la sociedad de las
apariencias vacías que nos rodea? La humildad resulta repulsiva e indeseable en
un mundo en el que tener es más importante que ser. Viendo en esta tarde una
película sobre la vida del Padre Pío, estuve reflexionando sobre lo complicado
que es ser humilde cuando todos los que te rodean te ensalzan y hasta te
idolatran. Que difícil es ser humilde cuando se ha recibido un don de Dios, que
te hace destacar sobre los demás. ¿Qué tipo de don? Por ejemplo el bautismo es
un don de Dios, que nos lleva a dar testimonio de nuestra fe. ¿Por qué no lo
hacemos entonces? Nos lo señala San Agustín: “Encontró
ceguera en nuestro corazón, y prometió la luz”. No confiamos en que
la luz de Dios y tememos la responsabilidad que conllevan los dones que nos da.
Pero este temor a veces se confunde con la humildad. La humildad no te hace
esconder el don de Dios, la humildad es otra cosa.
La humildad nos lleva a comprender que podemos aquella
llama de luz que Dios nos da, no es para guardarla debajo de la cama, sino para
exponerla. Pero nos da miedo convertirnos en modelo para los demás y este miedo
proviene de la responsabilidad que contraemos al intentar ser ese modelo.
No puede uno agradar a Dios sin presentarse
como modelo para ser imitado por aquellos que quieren sean salvados, por cuanto
nadie pretenderá imitar a aquel que no le agrada (San
Agustín. Tratado sobre el Sermón de la Montaña 2, 1, 3)
Hoy en día ser testigos de Cristo es muy importante y ese testimonio conlleva
presentarse como modelo. ¿Cómo ser modelo sin que se nos suba a la cabeza?
¿Cómo ser humildes al tiempo que aparecemos como modelos a imitar? La figura
del Padre Pío puede ser para nosotros un modelo a imitar, para que a su vez,
otros vean en nosotros el reflejo de la luz de Cristo.
El Padre Pío tuvo que aceptar ser el centro de expectación
de muchas personas y al mismo tiempo, centro de las envidias e intrigas de
otros muchos. Los envidiosos no dejaron de hostigarlo e intentar que
desapareciera, pero no se echó atrás al sufrir desprecios, dudas e insidias. Lo
importante no somos nosotros, sino la luz que podemos reflejar. Las tinieblas
rodean la luz, por lo que tarde o temprano tendremos que aceptar con humildad
que nuestro testimonio estorbe a otras personas. La verdadera humildad se
demuestra entonces, lo fácil es esconderse y dejar de dar testimonio. La
humildad nos permite seguir adelante sin esperar reconocimientos ni alabanzas. Además,
como indica San Agustín, ese es el camino de nuestra curación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario