“Él que no nació de un matrimonio humano fue a la boda. Fue allá no para participar en un banquete festivo, sino para revelarse por un prodigio verdaderamente admirable. Fue allá no para beber vino, sino para darlo. Porque, tan pronto como los invitados se quedaron con vino, la bienaventurada María le dijo: "no tienen vino".
Jesús, aparentemente
contrariado, le respondió: " ¿mujer, qué nos va a ti y a mi?"...
Respondiendo: " mi hora todavía no ha llegado ", anunciaba
ciertamente la hora gloriosa de su Pasión, o bien el vino difundido para la
salvación y la vida de todos. María pedía un favor temporal, mientras que
Cristo preparaba una alegría eterna…
Por eso se encargó
de advertir a los servidores con estas palabras: " haced lo que él os
diga". Su santa madre sabía ciertamente que la palabra de reproche de su
hijo y Señor no escondía el resentimiento de un hombre enfurecido sino contenía
un misterio de compasión... Y de repente el agua comenzó a recibir la
fuerza, a cambiar el color, a difundir un buen olor, a adquirir gusto, y al
mismo tiempo a cambiar totalmente de naturaleza. Y esta transformación del
agua en otra sustancia manifestó la presencia del Creador, porque nadie,
excepto el que creó el agua de nada, puede transformarla en otra cosa.” (San Máximo de Turín.
Homilía 23; PL 57, 274)
Sólo si el agua se
transforma en vino, la boda puede continuar. Lo interesante es que Cristo obra
un milagro que transforma la naturaleza de lo que existía en abundancia, agua,
en lo que necesitaban y no tenían posibilidad de encontrar, vino.
Sin duda podríamos
pensar en el momento actual y ver como los ingenieros sociales intentan
transformar la naturaleza del ser humano sin capacidad real de hacerlo. Nos dan
agua diciendo que es vino, con todo lo que significa de engaño y de sufrimiento
recibir lo que no necesitamos y tenemos en abundancia.
Hace pocos días,
Benedicto XVI dirigió a los participantes de la plenaria del Pontificio Consejo
“Cor Unum”, en el que trató sobre la ideología de género y la caridad:
“… el ser humano no
es ni un individuo separado ni un elemento anónimo en la comunidad, sino una
persona singular e irrepetible, intrínsecamente ordenada a la relación y la
socialización. Por lo tanto, la Iglesia reafirma su gran sí a la dignidad y
la belleza del matrimonio como una expresión de la alianza fiel y fructífera
entre el hombre y la mujer, y su no, a filosofías como la de género, está
motivada por el hecho de que la reciprocidad entre hombres y mujeres es una
expresión de belleza natural del Creador”
“Se trata, de hecho,
de una deriva negativa para el hombre, aunque se disfrace de buenos
sentimientos en nombre de un supuesto progreso, o de presuntos derechos o de
presunto humanismo. Frente a esta reducción antropológica: ¿Cual es la tarea de
todos los cristianos, y especialmente de quienes se dedican a las actividades
de caridad, y por tanto están estrechamente relacionado con muchos otros
actores sociales? Ciertamente tenemos que ejercer una vigilancia crítica y,
a veces, recusar financiamientos y colaboraciones que, directa o
indirectamente, favorezcan acciones o proyectos en contraste con la
antropología cristiana”
La felicidad del ser
humano no se consigue cambiando cómo se entiende a sí mismo y a la sociedad
donde vive. Cambiar las leyes para hacer legal lo que no es natural, no lo
convierte en lícito y beneficioso para la sociedad. La ideología de género no
es más que un engaño que no nos transforma ni nos mejor. A lo sumo, promueve la
perversión de nuestra naturaleza, aceptando como válido y deseable, aquello que
no es connatural con nosotros.
Sólo Cristo es capaz
de transformar el agua en vino y lo hace con el fin de que la Boda sea un
éxito. Los anfitriones no pueden hacerlo, ellos sólo tienen agua para ofrecer a
los invitados. Para conseguir ser realmente felices necesitamos que Cristo nos
transforme, no que la sociedad se engañe a sí misma. Llamar vino al agua, no
cambia la naturaleza del agua ni tampoco es capaz de dar vida a la Boda que se
ha paralizado por ausencia de vino.
Tenemos que volvernos
a Cristo y a través de María, solicitar que nos transforme. Para ello hemos de
acercarnos a Él, cosa que hemos olvidado y creemos innecesario. Ese es el gran
desafío que tiene la sociedad actual, volver sus ojos a Dios y buscar en Él, la
transformación que le hará realmente feliz.
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