domingo, 19 de mayo de 2013

Ven Espíritu Santo, renuévanos con tu aliento


La  catequesis  conduce  a la  fe;  y  la  fe,  en  el  momento del  santo  bautismo,  es  ilustrada  por  el  Espíritu  Santo.  El Apóstol  ha  explicado  con  gran  precisión  que  la  fe  es  la única y  universal  salvación  de  la  humanidad,  y  que  es  un don  — igual  y  común  para  todos —  del  Dios  justo  y  bueno:  «Antes  de  llegar  la  fe,  estábamos  sujetos  a  la  custodia  de  la  ley,  a  la  espera  de  la  fe  que  había  de  revelarse. De suerte  que  la  ley  fue  nuestro  Pedagogo  para  elevarnos a  Cristo,  para  que  fuésemos  justificados  por  la  fe.  Mas, llegada  ésta,  ya  no  estamos  bajo  el Pedagogo»” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo Libro 1, 30)

Celebramos Pentecostés y en esta fecha nos acordamos especialmente de los dones del Espíritu Santo. En nuestra época es muy difícil pararse a pensar que la sabiduría, la inteligencia, la ciencia sean dones que nos regala el Señor. Pensamos que estas cosas se enseñan en escuelas y universidades.

El don del consejo, es algo pasado de moda. Nadie acepta un consejo de buena gana, ya que esto significaría que lo necesita y la soberbia es una muralla demasiado alta. La fortaleza parece innecesaria, ya que siempre hay un servicio del estado que nos ayuda a superar las dificultades. Incluso existen medicamentos que “curan” la ansiedad o la depresión. ¿Para qué necesitaríamos este don si tenemos a mano un tarro de Prozak?

La piedad es algo que se desprecia directamente. Como Dios ha sido olvidado, ¿Para qué necesitaríamos tener cercanía y amor hacia El? ¿Qué podemos decir del temor a Dios? Si Dios ha desaparecido ¿Para qué es necesario temerlo o venerarlo?

Dicen que el Espíritu Santo es el gran desconocido. Yo añadiría que también es el gran olvidado. ¿Por qué no tenemos experiencia directa del Espíritu Santo? Quizás porque no queremos los dones o si los queremos, quisiéramos que actuasen es nuestro provecho y no para cumplir la voluntad de Dios. Quizás la incapacidad de negarnos a nosotros mismos sea la principal razón de esta sequía del Espíritu.

Es muy poco frecuente que nuestra forma de hablar sea comprensible para todos nosotros. Existen tantos lenguajes dentro de la Iglesia, que es complicado hablar con otra persona sin que discutamos por la forma en que entendemos determinados conceptos. Nos escondemos temerosos de que la sociedad nos señale como cristianos. Tememos decir que celebramos la Navidad o vamos a misa con asiduidad. Más extraño aún es dar evidencia de que sentimos el amor de Dios y que lo reverenciamos.

No es corriente que nuestras oraciones se dirijan al Espíritu Santo y menos aún que le solicitemos superar todo lo que he indicado antes. ¿Por qué no alzamos las manos pidiendo la efusión que nos haga de nuevo capaces de afrontar con valor la necesidad de dar testimonio de Dios. En el fondo es más cómodo dejarnos llevar y no complicarnos la vida dando testimonio.

Ven Espíritu Santo, renuévanos con tu aliento. Abre nuestras bocas para que seamos capaces de dar testimonio y danos valor para defender nuestra fe con palabra sabias y honestas acciones. Abre nuestros corazones, para que la ciencia y la piedad aniden en nuestro interior. ¡Ven Espíritu Santo!

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