El hombre es una
mezcla de alma y carne, una carne formada para ser semejante a Dios y modelada por sus dos Manos, es
decir, el Hijo y el Espíritu. Dirigiéndose a ellos [,Dios] dijo: «Hagamos al hombre» (Gn 1,26).
Pero ¿cómo podrás un día ser divinizado si todavía no eres hombre?
¿Cómo podrás ser perfecto, siendo así que apenas eres un ser creado? ¿Cómo
llegarás a ser inmortal siendo así que no has obedecido a tu Creador en una naturaleza
mortal?... Puesto que eres
obra de Dios espera pacientemente la Mano de tu Artista que hace todas las cosas a su
tiempo oportuno. Preséntale un
corazón flexible y dócil y conserva la forma que te ha dado ese Artista,
guardando en ti el agua que viene de él y sin la cual, endureciéndote,
rechazarás la huella de sus dedos. (San Ireneo de Lyon. Contra las herejías
IV, Pr 4; 39,2)
Hablaba con unos amigos sobre la dignidad humana y el drama
que conlleva que no aceptemos esa dignidad en nosotros mismos. Hoy en día
sucede que nadie nos reconoce ni nos informa de la dignidad poseemos por se
hijos de Dios. Quien no sabe de su
dignidad, no la valora y la pierde con facilidad. Quien se siente indigno no duda en
denigrarse y dejarse arrastrar por todo aquello pervierte. Una sociedad que
olvida a Dios, está enferma y condenada a vagar sin sentido entre las aparentes
felicidades que ofrecen los listos de turno.
Quien se sabe digno, empieza por no
dejarse arrastrar por aquello que le destruye. Después, si somos capaces de darnos cuenta que somos una obra
maravillosa de Dios, pero inacabada, dejaremos que la mano de Dios nos vaya
dando forma. ¡Que gran gracia es dejar que la marca de los dedos de Dios quede
impresa en nosotros! Que gran locura, perder
el agua del Espíritu y endurecer nuestro ser hasta impedir que Dios actúe en
nosotros.
El Evangelio de hoy domingo, nos relata la maravillosa parábola
del Publicano y el Fariseo. Es una parábola que puede llegar a confundirnos, ya
que parece que el Señor desprecia a quien actúa bien en todo momento (el
Fariseo) y apoya a quien reconoce que no es bueno (El Publicano). ¿Quiere Dios que siempre
actuemos mal?
La diferencia entre el Publicano y el Fariseo queda mucho
más clara tras leer el texto de San Ireneo de Lyon. El Fariseo se considera perfecto, completo y
ejemplar. Ya no necesita a Dios, con sí mismo se basta. El problema del Fariseo es que ha expulsado
el agua que permite a Dios imprimir su huella en él.
En cambio, el Publicano tiene el
corazón abierto a la mano del Artista. Sus errores pueden ser
graves, pero no cierra sus puertas a la Gracia de Dios. ¿Quién puede llegar a
ser la obra perfecta de Dios? Sin duda el Publicano. El Fariseo se considera ya
acabado del todo, no por obra de Dios, sino por sí mismo.
Pero puede haber Publicanos tan
soberbios o más que el Fariseo y Fariseos tan humildes como el Publicano. La cuestión es reconocer que la dignidad que reside en nosotros
parte de Dios, no parte de nosotros mismos. Si en algún momento nos sentimos
“salvados”, “puros” o “perfectos” pensemos que el enemigo anda detrás de ese
pensamiento.
Además, cuando nos creemos perfectos, salvados y puros, no
necesitamos de nadie más que nosotros mismos. La comunidad deja de tener
sentido y hasta Dios se convierte en una herramienta para darnos gloria.
Miremos al Fariseo, visitaba el templo porque era un precepto, pero la
finalidad real era que los demás le vieran y le envidiaran. Que vida más horrible la que nos lleva a
creer que Dios es una herramienta a nuestra disposición y que si no cumple
nuestras expectativas, simplemente no lo necesitamos.
1 comentario:
COMO DESARROLLAR INTELIGENCIA ESPIRITUAL
EN LA CONDUCCION DIARIA
Cada señalización luminosa es un acto de conciencia
Ejemplo:
Ceder el paso a un peatón.
Ceder el paso a un vehículo en su incorporación.
Poner un intermitente
Cada vez que cedes el paso a un peatón
o persona en la conducción estas haciendo un acto de conciencia.
Imagina los que te pierdes en cada trayecto del día.
Trabaja tu inteligencia para desarrollar conciencia.
Atentamente:
Joaquin Gorreta 55 años
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