El Señor
ha resucitado. ¡Christos anesti! Claman en griego los cristianos esta noche.
Quien oye este grito de alegría, responde lleno de esperanza: ¡Alithos anesti! Verdaderamente
ha resucitado.
A los
cristianos del siglo XXI nos cuesta entender esa alegría y gozo. Tenemos tan
asumida la resurrección de Cristo nada cambia en nuestra vida. Cristo nos
salva, pero ¿de qué nos salva? Ya nos sentimos salvados por la modernidad y la
misma sociedad ¿Qué aporta la resurrección de Cristo a nuestra vida?
Con su resurrección, nuestro Señor Jesucristo convirtió en glorioso el
día que su muerte había hecho luctuoso. Por eso, trayendo solemnemente a la
memoria ambos momentos, permanezcamos en vela recordando su muerte y
alegrémonos acogiendo su resurrección. Ésta es nuestra fiesta anual y nuestra
Pascua; no ya en figura, como lo fue para el pueblo antiguo, mediante el
degüello de un cordero, sino realizada, como para el pueblo nuevo, mediante el
sacrificio del Salvador, pues Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, y lo
antiguo ha pasado, y he aquí que todo ha sido hecho nuevo. Si lloramos es
sólo porque nos oprime el peso de nuestros pecados y si nos alegramos es porque
nos ha justificado su gracia, pues fue entregado por nuestros pecados y
resucitó para nuestra justificación. Llorando lo primero y gozándonos de lo
segundo, estamos llenos de alegría. No dejamos que pase inadvertido con olvido
ingrato, sino que celebramos con agradecido recuerdo lo que por nuestra causa y
en beneficio nuestro tuvo lugar: tanto el acontecimiento triste como el
anticipo gozoso…
Se entiende, en efecto, que esta noche pertenece al día siguiente que
consideramos como día del Señor. Ciertamente debía resucitar en las horas de la
noche, porque con su resurrección ha iluminado también nuestras tinieblas y
no en vano se le había cantado con tanta anticipación: Tú iluminarás mi
lámpara, Señor; Dios mío, tú iluminarás mis tinieblas. (San Agustin, Sermón 221, 1)
¿Lloramos
por la carga de nuestros pecados? ¿Nos alegramos porque nuestros pecados son perdonados
por la Gracia del Señor?
En la
cotidianidad estos signos son irrelevantes para nosotros. La resurrección de
Cristo parece que no cambia nada en nuestra vida. No somos capaces se entender
el efecto del perdón, ya que no tenemos conciencia de necesitarlo. Pensamos en
Dios como un Dios condescendiente, lejano y desentendido. Nuestro cristianismo
se vuelve agnóstico. Somos cristianos que, en nuestra soberbia, creemos que el
pecado no existe o si existe, la misericordia de Dios perdona sin necesidad de
arrepentimiento alguno.
Hemos llegado aquí a un punto verdaderamente central. Me parece, en
efecto, que el núcleo de la crisis espiritual
de nuestro tiempo tiene sus
raíces en el eclipse de la gracia
del perdón. Mas
fijémonos antes en
el aspecto positivo
del presente: la dimensión
moral comienza de nuevo
poco a poco
a estar en
boga. Se reconoce,
e incluso resulta evidente,
que todo progreso
técnico es discutible
y últimamente destructivo si
no lleva paralelo
un crecimiento moral… En efecto, el hombre no puede soportar
la pura y simple moral, no puede vivir de ella; se convierte para él en una
«ley» que provoca el deseo de contradecirla y genera el pecado. Por eso donde
el perdón, el verdadero perdón lleno de eficacia, no es reconocido y no
se cree en él, hay que tratar la moral de tal modo que las condiciones de pecar
no pueden nunca verificarse propiamente para el individuo. A
grandes rasgos puede
decirse que la
actual discusión moral
tiende a librar a los hombres
de la culpa, haciendo que no se den nunca las condiciones de su posibilidad.
(Card. Joseph Ratzinger. La
Iglesia. Una compañía en el camino. 4)
En la
Pascua festejamos que nuestra esperanza no está vacía, pero ¿Qué esperanza?
¿Qué esperamos si no tenemos conciencia del pecado y nos creemos salvados por
defecto? ¿Para qué resucitó Cristo si este tremendo milagro no cambia nada en
nuestras vidas? ¿Cómo podemos sentirnos liberados si no aceptamos que estemos
esclavizados?
Librar
al ser humano del sentimiento de culpa impide que reciba la Gracia del perdón. Hacernos
creer que somos libres, impide que recibamos el don de la salvación. Por eso es
tan maravillosa la celebración de la Pascua, ya que rememoramos que Cristo vino
a salvarnos y a ofrecernos el perdón de nuestros pecados. No podemos vivir la
Pascua como un día más, ya que eso evidenciaría que necesitamos más que nunca
convertirnos y creer en el Evangelio.
¡Cristo
ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
¡Feliz
Pascua!