Igual que ver a una persona sufrir es triste, ver como la Iglesia sufre es triste. Pero cuidado, estar triste no quiere decir que se haya perdido la esperanza y se viva con la alegría que da el evangelio. Señalar lo problemas y sentir el gran daño que el diablo está haciendo es tan necesario como no dejarse llevar por la resignación y la desesperanza. La Iglesia actual sufre por una fuerte falta de unidad interna, vivimos una época de separación, distancia, sospechas mutuas, simplezas y complicaciones extremas, apariencias sin fondo y misterios que ya no sabemos comunicar.
Ante todo esto, cabría preguntarse por qué hacer y qué postura tomar. ¿Qué sería de nosotros si hubiéramos vivido en el tiempo de los Apóstoles? ¿Habríamos vivido una época con menos problemas y desastres? ¿Nos hacen falta líderes que nos lleven de la mano? ¿Qué líder hace falta para un rebaño que los repudia?
Son muchos los que no cesan de decir: «Si hubiéramos vivido en tiempo de los Apóstoles, y si hubiéramos sido juzgados dignos de ver a Cristo como ellos, también como ellos seríamos santos». Con eso ignoran que entonces como ahora que es Él el mismo que habla, tanto ahora como entonces, en todo el universo... La situación actual no es seguramente la misma que la de entonces, pero es la situación de hoy, de ahora, que es mucho más dichosa. Con más facilidad nos conduce a una fe y una convicción más profundas que el hecho de haberlo visto y escuchado entonces corporalmente… (Seguir leyendo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario