sábado, 27 de febrero de 2016

Sacramentos alternativos

La Iglesia, desde muy pronto en su historia, señaló la existencia de una serie de sacramentos, que han llegado a nosotros como siete. De ellos, el que resalta sobre todos los demás es la Eucaristía, porque mediante este sacramento nos alimentamos de la Gracia de Dios. También son importantes el Bautismo y la confirmación, ya que son la columna vertebral del acceso a la fe. Los sacramentos son signos por medio de los que Dios nos ofrece su Gracia. Gracia que puede ser rechazada aunque el signo se haya realizado de forma totalmente válida. Para la recepción de los sacramentos, hace falta estar en estado de gracia y predispuestos a abrir el corazón al Espíritu Santo.

Es curioso que esta doctrina tan clara y unificadora, hay perdido hoy en día toda su fuerza y consistencia. Pocas personas ven en los sacramentos algo más que ritos antiguos que conservamos por costumbres. De hecho muchas personas dan más importancia a las obras de caridad que a los mismos sacramentos. Las obras de caridad son maravillosas, pero los sacramentos lo son aún más.

En el pasado viaje del Santo Padre a México, se dio la oportunidad de hablar a que una pareja de personas que conviven como matrimonio, aunque no están casados sacramentalmente. Entre todo lo que dijeron, reseñó un párrafo que creo que es central:

"No podemos acceder a la eucaristía, pero podemos comulgar a través del hermano necesitado, del hermano enfermo, del hermano privado de su libertad" y "buscamos la manera de transmitir el amor de Dios"

Como es lógico, esta pareja no puede comulgar por su situación de convivencia. Esto les ha llevado a buscar una alternativa al sacramento y por eso dan un sentido sacramental a la obras de caridad que realizan. El problema es que no es lo mismo. La caridad no es un sacramento y además, sería muy beneficioso que quienes realizaran estas obras tan maravillosas, vivieran en total sintonía con la fe de la Iglesia. Con esto no quiero decir que estas personas no puedan hacer obras filantrópicas, pero no encontramos con algunos problemas. ¿Cuáles? Leamos un pasaje evangélico que habla justamente de eso:

Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. (Mt 6, 1-5)

Cristo nos deja claro que las obras de caridad deberían ser secretas, nunca públicas, porque si las aireamos para justificar nuestra bondad, pierden el sentido de sacrificio que Dios desea. Si nuestras obras de caridad las utilizamos como palanca para reclamarnos buenos y perfectos, estamos más cerca del Fariseo que del Publicano. Este último se escondía en las sombras pidiendo perdón a Dios por ser lo que era. No creo que las obras de caridad deban ser utilizadas para justificar una situación de convivencia inadecuada que da testimonio erróneo dentro de la comunidad cristiana.


No dudo que este matrimonio se desviva por hacer el bien a los demás, pero esas buenas obras no son un sacramento y tampoco deberían ser utilizadas para justificarse a sí mismos. No creo que ninguno podemos tomar la palabra para decir que somos maravillosos y señalar que sufrimos por no poder acceder a los sacramentos. Ninguno tenemos derecho a los sacramentos y tampoco tenemos derecho a usar las buenas obras para justificar el acceso a ellos. Siempre es mejor quedarnos detrás, donde nadie nos vea y orar el Señor para que nos perdone nuestra múltiples infidelidades. Si podemos comulgar, debemos hacerlo sin que esto se comprenda como un privilegio ni un premio por nuestra caridad. Si hacemos algo bueno, es porque Dios nos ofrece su Gracia de forma gratuita y nosotros no la rechazamos.

sábado, 20 de febrero de 2016

Libertad y lo sagrado


¿Somos realmente libres? Para ser libre necesitamos de dos características que no abundan en la mayoría de los seres humanos: conocimiento y voluntad. La ignorancia y la apatía, nos conducen directamente a la esclavitud del pecado. ¿Por qué?

San Gregorio de Niza nos habla del pecado original en unos términos que son muy claros e iluminadores. Nos dice que antes de pecar, el ser humano tenía tres privilegios frente a los demás seres irracionales: la inmortalidad, una voluntad única, unida a la Voluntad de de Dios y el conocimiento del rostro de Dios. Adán y Eva escuchan el llamado de Dios y ellos respondían. El diálogo entre creador y criatura daba sentido a cada instante de la vida de nuestros primeros padres. El pecado se sustancia a través de la desconfianza y la envidia que la serpiente cultiva en el corazón de Adán y Eva. Cuando comen del fruto prohibido se cumple el vaticinio de la serpiente, son como dioses, es decir independientes, pero se dan cuenta del gran engaño. Nadie pone a un niño de 3 meses a dirigir una gran empresa. ¿Por qué? 

Porque desconoce todo lo que le rodea y su voluntad sucumbe a sus pasiones. Una vez se rompe el diálogo con Dios, sus decisiones no necesitan del conocimiento de la Verdad y su voluntad deja de verse fortalecida por la Voluntad de Dios. Lo que compraron como una "ascenso" al infinito, fue simplemente una terrible trampa. Estaban solos a merced de las leyes de su naturaleza animal y no tenían conocimiento ni voluntad para obrar el bien. Eran presa fácil de la serpiente, pero Dios tuvo misericordia y les regaló algo maravilloso: la sacralidad. Lo sagrado es el vehículo de comunicación que tenemos para acercarnos a Dios y recibir conocimiento y voluntad a través de la Gracia de Dios. Esta es la razón por la que los signos sagrados nos enlazan, religan, reconectan con Dios. Pero ¿Que sucede cuando nuestra religión olvida lo sagrado y se queda únicamente en lo inmanente?

El creyente medio actual, no es capaz de entender la importancia de lo sagrado. Las razones son diversas, pero habría que empezar por indicar que no se puede entender y dar valor a aquello que no nos han enseñado y de lo cual no tenemos vivencia alguna. Hoy en día la formación y la práctica religiosa, están siendo sustituidas por el activismo socio-cultural y por diversas formas de asociacionismo intraeclesial. Los creyentes siguen creyendo en Dios, pero no son capaces de comunicarse con Él, lo que les hace pensar que Dios está demasiado lejos y delega todo en la misma ignorancia e indiferencia que tenemos en nosotros mismos. Esto permite la aparición de muchos segundos salvadores que ofrecen versiones actualizadas de la religión y la vida espiritual. Formas que parten de transformar la religión para que se adapte a la voluntad creyente y no a propiciar la conversión que hace que el creyente se adapte a la Voluntad de Dios.

Los signos sagrados parecen destinados a guardarse en museos y rellenar tratados que pueblen las bibliotecas. Sólo tenemos que ver cualquier visita del Papa a un país y nos daremos cuenta que los momentos más importantes son los lúdico-emotivo-sociales. Los momentos en que los estadios se llenan y las bandas modernas comparten escenarios con testimonios de marketing emotivo, destinados a emocionar a quien los vea. No se intenta enseñar a comprender ni tampoco se busca ayudarnos a unir nuestra voluntad a la Voluntad de Dios. Incluso los actos litúrgicos tienen como escenarios las plazas, estadios o aeropuertos, olvidando que los espacios sagrados son los más adecuados. La Liturgia a veces deja mucho que desear, llegado a producirse abusos litúrgicos con facilidad.

Es fácil darse cuenta que separados de Dios somos más fácilmente esclavizados por estos segundos salvadores y sus ayudantes. Separados de la Belleza, la Bondad y la Verdad no podremos ir demasiado lejos en nuestro camino cotidiano. Al final alguna persona nos dirá que nos dejemos de tontería y nos dediquemos a ayudar a las demás personas. Si les preguntamos por la forma en que le tenemos que ayudar nos leerán una lista de acciones y actividades, pero en ellas seguro que Dios no aparece ni por asomo. Si nos atrevemos a decir que para comunicar amor a nuestros hermanos, primero tenemos que estar unidos a Dios, nos mirarán como quien ve a un salvaje prehistórico, tras lo que nos calificará como rigoristas o fundamentalistas.

Cristo nos dijo que la Verdad nos haría libres, no nos dijo que la libertad se consiguiese llenado el día de acciones, planificaciones y actividades diversas. Cristo es la Camino, Verdad y Vida. Sólo es posible llegar al Padre a través de Él. ¿A qué esperamos?

sábado, 6 de febrero de 2016

¿En qué consiste la salvación? Humildad, castidad y simplicidad

El ser humano del siglo XXI se considera salvado por sí mismo y por la técnica, que domina y le domina. Todo parece posible por medio de las herramientas sociales, administrativas y tecnológicas que hemos ido creando a nuestra imagen y semejanza. Es evidente que esta pseudo-salvación es falsa. Es sólo un escenario de cartón piedra que simula algo que es imposible. Nosotros, por nuestra parte, participamos en el simulacro actuando como si nos creyéramos toda la inmensa obra de teatro montada. Pero ¿En qué consiste la salvación? Leamos lo que nos dice un sacerdote ortodoxo, martir del régimen soviético, además de científico e ingeniero insigne:

¿En qué consiste la salvación? En entrar como piedra en la torre que se va construyendo, en la unidad real con la Iglesia; esto no sólo se pone de manifiesto en multitud de pasajes particulares de nuestro texto, sino que aparece también como el tema fundamental de todo su contenido. La salvación está en la unidad de substancia con la Iglesia.  Pero la unidad superior, transcendente al mundo, de la creación, unificada por medio de la fuerza de Gracia del Espíritu, es accesible únicamente a quien se ha purificado en la obra ascética y ha conquistado la paz. De este modo viene establecido el carácter ontológico y substancial, el valor objetivo de la humildad, la castidad y la simplicidad como fuerzas supra-físicas y supra-morales, que hacen a toda criatura, en el Espíritu Santo, de la misma substancia de la Iglesia. Estas fuerzas son la revelación del otro mundo en el mundo de aquí, del mundo espiritual en el mundo espacio-temporal superior en el inferior. Ellas son los ángeles guardianes de la creación, que descienden del cielo y ascienden de la creación hasta el cielo, como se mostró al antepasado Jacob. Y, para prolongar la comparación, por esta «escala» hemos de comprender a la Santísima Madre de Dios. (P. Pavel Floresnsky. La Columna y el Fundamento de la Verdad. Carta décima: la Sofía)

¿Unidad sustancial con la Iglesia? Seguramente al hablar de la Iglesia nos quedemos únicamente pensando en su apariencia y en quienes la componemos. Su apariencia no pasa por los mejores momentos de la historia. La Iglesia de hoy en día aparece resquebrajada por innumerables y profundos cismas internos. Está llena de segundos salvadores que reclaman ser la única y exclusiva vos de Dios. Una Iglesia en donde es muy complicado sentirse incluido sin tener que aceptar las "condiciones exclusivas" de cualquiera de los miles de trocitos en que está dividida. Ser un cristiano católico sin más apellidos, es algo impensable y hasta repudiable. Si no eres del Papa X o del fundador Y o del movimiento Z, parece que no eres católico. Una amiga me comentaba, hace unos meses, que es necesario "optar", "tomar partido". Si no lo haces, nadie te aceptará y serás visto como un peligro potencial por todos. Vamos, postmodernidad intravenosa concentrada.

¿Cuál es la sustancia de la Iglesia? El P. Pavel lo deja más que claro en este texto: Unidad trascendente al mundo, unificada por el Espíritu Santo. También nos dice que esta unidad necesita de la negación de sí mismo (ascesis) y de la Paz del Señor. Paz que no es silencio, ni indiferencia, ni ignorancia mutua. Paz que compromiso que trae fuego para quemar el mundo, que no es más que quemar la tramoya del simulacro en que vivimos: “Yo he venido para echar fuego sobre la tierra; y ¡cómo quisiera que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49)

¿Qué nos conduce hacia esta ascesis? Nos dice el P. Paver: “el valor objetivo de la humildad, la castidad y la simplicidad”. Humildad que nos lleva a dar valor a la parte sustancial de la Iglesia como trascendencia y dejar que las estructuras sean lo que realmente son: herramientas humanas carentes de capacidad de salvarnos. Castidad, que conlleva limitarnos a lo que somos y a lo que amamos. Las promiscuidades ecuménicas pueden ser muy bien vistas, pero que no son más que engaños que nos tiende el príncipe del mundo. Simplicidad que a veces confundimos con ignorancia, prefiriendo la comodidad de la segunda al compromiso de la primera. Se es simple cuando somos sustanciales. Cuando dejamos el enjambre de estructuras a un lado y nos dedicamos a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. A Dios se el adora y ama por medio de la sacralidad y al prójimo, a través de la Caridad. Caridad que es Dios mismo que se manifiesta a través de nosotros.

Humildad, castidad y simplicidad, que tal como dice el P. Pavel, son los ángeles de la Escala de Jacob. Escala que nos lleva al cielo cuando estas estas virtudes nos llenan y nos arrastran al mundo, cuando las echamos de nuestro interior. La salvación esta en la unidad sustancial con la Iglesia. La Iglesia que es Cuerpo de Cristo y manifestación de Dios en el mundo. Ese es el gran reto que tenemos por delante hoy en día: “entrar como piedra en la torre que se va construyendo, en unidad con la Iglesia”. Piedras que son diferentes pero iguales en importancia. Piedras que  están llamadas a colocarse en su lugar dentro del Reino de Dios.
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