La
Iglesia, desde muy pronto en su historia, señaló la existencia de una serie de
sacramentos, que han llegado a nosotros como siete. De ellos, el que resalta
sobre todos los demás es la Eucaristía, porque mediante este sacramento nos
alimentamos de la Gracia de Dios. También son importantes el Bautismo y la
confirmación, ya que son la columna vertebral del acceso a la fe. Los
sacramentos son signos por medio de los que Dios nos ofrece su Gracia.
Gracia que puede ser rechazada aunque el signo se haya realizado de forma
totalmente válida. Para la recepción de los sacramentos, hace falta estar en
estado de gracia y predispuestos a abrir el corazón al Espíritu Santo.
Es
curioso que esta doctrina tan clara y unificadora, hay perdido hoy en día toda
su fuerza y consistencia. Pocas personas ven en los sacramentos algo más que
ritos antiguos que conservamos por costumbres. De hecho muchas personas dan
más importancia a las obras de caridad que a los mismos sacramentos. Las
obras de caridad son maravillosas, pero los sacramentos lo son aún más.
En el
pasado viaje del Santo Padre a México, se dio la oportunidad de hablar a que
una pareja de personas que conviven como matrimonio, aunque no están casados
sacramentalmente. Entre todo lo que dijeron, reseñó un párrafo que creo que es
central:
"No podemos acceder a la eucaristía, pero podemos comulgar
a través del hermano necesitado, del hermano enfermo, del hermano privado de su
libertad" y "buscamos la manera de transmitir el amor de Dios"
Como es
lógico, esta pareja no puede comulgar por su situación de convivencia. Esto les
ha llevado a buscar una alternativa al sacramento y por eso dan un sentido
sacramental a la obras de caridad que realizan. El problema es que no es lo
mismo. La caridad no es un sacramento y además, sería muy beneficioso que
quienes realizaran estas obras tan maravillosas, vivieran en total sintonía con
la fe de la Iglesia. Con esto no quiero decir que estas personas no puedan
hacer obras filantrópicas, pero no encontramos con algunos problemas. ¿Cuáles?
Leamos un pasaje evangélico que habla justamente de eso:
Cuidad de no practicar vuestra
justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no
tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas
limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las
sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en
verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que
no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en
secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Y cuando oréis, no
seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las
esquinas de las plazas, bien plantados para ser vistos de los hombres; en
verdad os digo que ya reciben su paga. (Mt 6, 1-5)
Cristo
nos deja claro que las obras de caridad deberían ser secretas, nunca públicas,
porque si las aireamos para justificar nuestra bondad, pierden el sentido de sacrificio
que Dios desea. Si nuestras obras de caridad las utilizamos como palanca para
reclamarnos buenos y perfectos, estamos más cerca del Fariseo que del
Publicano. Este último se escondía en las sombras pidiendo perdón a Dios por
ser lo que era. No creo que las obras de caridad deban ser utilizadas para
justificar una situación de convivencia inadecuada que da testimonio erróneo
dentro de la comunidad cristiana.
No dudo
que este matrimonio se desviva por hacer el bien a los demás, pero esas buenas
obras no son un sacramento y tampoco deberían ser utilizadas para justificarse
a sí mismos. No creo que ninguno podemos tomar la palabra para decir que somos
maravillosos y señalar que sufrimos por no poder acceder a los sacramentos. Ninguno
tenemos derecho a los sacramentos y tampoco tenemos derecho a usar las buenas
obras para justificar el acceso a ellos. Siempre es mejor quedarnos detrás,
donde nadie nos vea y orar el Señor para que nos perdone nuestra múltiples
infidelidades. Si podemos comulgar, debemos hacerlo sin que esto se comprenda
como un privilegio ni un premio por nuestra caridad. Si hacemos algo bueno, es
porque Dios nos ofrece su Gracia de forma gratuita y nosotros no la rechazamos.