El ser
humano del siglo XXI se considera salvado por sí mismo y por la técnica, que domina y le domina. Todo
parece posible por medio de las herramientas sociales, administrativas y
tecnológicas que hemos ido creando a nuestra imagen y semejanza. Es evidente
que esta pseudo-salvación es falsa. Es sólo un escenario de cartón piedra que
simula algo que es imposible. Nosotros, por nuestra parte, participamos en el
simulacro actuando como si nos creyéramos toda la inmensa obra de teatro
montada. Pero ¿En qué consiste la salvación? Leamos lo que nos dice un
sacerdote ortodoxo, martir del régimen soviético, además de científico e
ingeniero insigne:
¿En qué consiste la salvación? En entrar como piedra en la torre
que se va construyendo, en la unidad real con la Iglesia; esto no sólo se
pone de manifiesto en multitud de pasajes particulares de nuestro texto, sino
que aparece también como el tema fundamental de todo su contenido. La
salvación está en la unidad de substancia con la Iglesia. Pero la unidad superior, transcendente al
mundo, de la creación, unificada por medio de la fuerza de Gracia del Espíritu,
es accesible únicamente a quien se ha purificado en la obra ascética y ha
conquistado la paz. De este modo viene establecido el carácter ontológico y
substancial, el valor objetivo de la humildad, la castidad y la simplicidad
como fuerzas supra-físicas y supra-morales, que hacen a toda criatura, en el
Espíritu Santo, de la misma substancia de la Iglesia. Estas fuerzas son la
revelación del otro mundo en el mundo de aquí, del mundo espiritual en el mundo
espacio-temporal superior en el inferior. Ellas son los ángeles guardianes
de la creación, que descienden del cielo y ascienden de la creación hasta el
cielo, como se mostró al antepasado Jacob. Y, para prolongar la
comparación, por esta «escala» hemos de comprender a la Santísima Madre de Dios.
(P. Pavel Floresnsky. La
Columna y el Fundamento de la Verdad. Carta décima: la Sofía)
¿Unidad
sustancial con la Iglesia? Seguramente al hablar de la Iglesia nos quedemos
únicamente pensando en su apariencia y en quienes la componemos. Su apariencia
no pasa por los mejores momentos de la historia. La Iglesia de hoy en día
aparece resquebrajada por innumerables y profundos cismas internos. Está llena de segundos salvadores que reclaman ser la única y exclusiva vos de Dios. Una Iglesia
en donde es muy complicado sentirse incluido sin tener que
aceptar las "condiciones exclusivas" de cualquiera de los miles de trocitos en
que está dividida. Ser un cristiano católico sin más apellidos, es algo
impensable y hasta repudiable. Si no eres del Papa X o del fundador
Y o del movimiento Z, parece que no eres católico. Una amiga me comentaba, hace unos meses, que es necesario "optar", "tomar partido". Si no lo haces, nadie te aceptará y serás visto como un peligro potencial por todos. Vamos, postmodernidad intravenosa concentrada.
¿Cuál es
la sustancia de la Iglesia? El P. Pavel lo deja más que claro en este texto:
Unidad trascendente al mundo, unificada por el Espíritu Santo. También nos dice
que esta unidad necesita de la negación de sí mismo (ascesis) y de la Paz del
Señor. Paz que no es silencio, ni indiferencia, ni ignorancia mutua. Paz que
compromiso que trae fuego para quemar el mundo, que no es más que quemar la
tramoya del simulacro en que vivimos: “Yo he
venido para echar fuego sobre la tierra; y ¡cómo quisiera que ya estuviera
encendido!” (Lc 12, 49)
¿Qué nos conduce hacia esta ascesis? Nos dice el P. Paver: “el valor objetivo de la humildad, la castidad y la
simplicidad”. Humildad que nos lleva a dar valor a la parte sustancial
de la Iglesia como trascendencia y dejar que las estructuras sean lo que realmente
son: herramientas humanas carentes de capacidad de salvarnos. Castidad, que
conlleva limitarnos a lo que somos y a lo que amamos. Las promiscuidades
ecuménicas pueden ser muy bien vistas, pero que no son más que engaños que nos
tiende el príncipe del mundo. Simplicidad que a veces confundimos con
ignorancia, prefiriendo la comodidad de la segunda al compromiso de la primera.
Se es simple cuando somos sustanciales. Cuando dejamos el enjambre de
estructuras a un lado y nos dedicamos a amar a Dios sobre todas las cosas y al
prójimo como a nosotros mismos. A Dios se el adora y ama por medio de la
sacralidad y al prójimo, a través de la Caridad. Caridad que es Dios mismo que
se manifiesta a través de nosotros.
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