Cada
día es más habitual escuchar a personas que hablan de cisma dentro de la Iglesia.
Cisma (proveniente del griego schisma, separación, división) es la ruptura de
la unidad y unión eclesiásticas. De hecho, desde hace décadas existen una
inmensa cantidad de cismas dentro de la Iglesia, pero al no ser reconocidos
como tales, quedan a nivel de cisma formal. Es decir, existe una ruptura que
nos impide vivir unidos la misma fe y trabajar unidos.
Aunque
la situación eclesial es muy preocupante, no creo en que lleguemos a un cisma
real, porque a nadie le interesa generar una ruptura real y además, la
estructura social/eclesial es muy diferente a la que existía hace siglos. Ya no
tenemos una fe y una Iglesia sólida, coherente y consistente. La fe y la
Iglesia actual es vivo reflejo de la sociedad en que nos movemos y a la que
pertenecemos. Si nos damos cuenta, la Iglesia está compuesta por las mismas
personas que vivimos en la sociedad actual. Vivimos en una sociedad líquida,
por lo tanto la Iglesia se convierte en un apéndice socio/cultural de la misma
sociedad.
¿Se
puede romper un líquido? Evidentemente no es posible. En todo caso se puede
separar, pero para ello hacen falta recipientes diferentes sin conexión alguna
entre ellos. Nuestra sociedad, aparte de líquida, es global. Llega a todas
partes e impregna la vida de todos los que estamos unidos por los medios de
comunicación. Otra cosa es que un grupo de persona se separe totalmente de la
sociedad y viva aislado de ella. Por ello no es sencillo generar un cisma en la
sociedad en la que vivimos.
Antes,
cuando un pastor se separaba de Roma, todos sus sacerdotes y fieles iban
detrás, aunque no se hubieran enterado de nada. Cuando la sociedad y la Iglesia
eran sólidas, se podían padecer rupturas y separaciones reales. Eso pasó con la
Iglesia de Inglaterra cuando Enrique VIII se separó de Roma. El mismo hecho de
que el rey asumiera la cabeza de la Iglesia inglesa, produjo un cisma.
Actualmente
la sociedad y la Iglesia son líquidas y eso cambia muchas cosas. Plantear un
cisma real puede quedar en una tremenda tormenta mediática y poco más. Si Roma ignora
el planteamiento separador o dice que al como “¿quién soy para juzgar?”, encogiéndose
de hombros, todo seguirá igual, como si nada hubiera pasado. De hecho es lo que
viene pasando con frecuencia. Pensemos en el movimiento de curas austriacos y
las consecuencias reales que ha tenido su rebeldía. Nada de nada. Seguramente
me equivoque, pero soy muy escéptico con las consecuencias de un Cisma real,
por muy consecuente y coherente que sea.
"Ser
católico" ya no representa un entendimiento coherente y una fe sólida. La
sociedad ya no comprende esos conceptos y categorías, porque su modelo es “fluir”,
adaptarse. Se católico es una marca, una etiqueta que cualquiera se pone encima
por estética socio/cultural. Es cierto que te puedes poner duro e indicar que
la etiqueta no se ajusta a la realidad. Puedes llenar 20 libros de razones y
hablar durante horas de ello ante los medios. En la postmodernidad las razones
no tienen valor alguno. Lo que manda y ordena la sociedad es qué nos sentimos.
Si te sientes árbol, todos aceptamos que eres un árbol. ¿Quiénes somos para
juzgar? Eres árbol y punto. Te regaré mañana. Si pasas de dar razones a señalar
incoherencias te rechazarán porque destrozas la panacea postmoderna. La panacea
de la unidad del vacío, la armonía del silencio, la tolerancia de la lejanía
mutua, la misericordia que es complicidad y la fe como herramienta social.
Serás un rigorista, un “cara de pepinillo en vinagre”, una inadaptado
socio/espiritual, un fariseo, pero nadie hará nada contra ti. En el fondo
comprenden que te pones la etiqueta de “rigorista” y “disfrutas” haciendo
evidente lo que sientes que eres. Eres molesto, pero se te tolerará. Perteneces
a tribu urbana peculiar dentro del
fluido social donde nos movemos.
¿Eres
cismático? Te preguntarán y como decía Jack Lemmon, en Con Faldas y a lo Loco, te responderán encogiéndose de hombros:
"nadie es perfecto". Te insultarán por ser tan poco "tolerante,
misericordioso y sociable" pero te dejarán vivir como quieras. ¿A quién le
importa que unos u otros se pongan etiquetas entre sí o se pongan a sí mismos
la que más les guste? Las etiquetas de "cismático" o la de
"testigo del evangelio" o incluso la de "santo" han dejado
de tener sentido. La postmodernidad hace que las etiquetas sean sólo
apariencias emotivistas y socializadoras. Son formas de reconocerse y reconocer
a los demás en un momento dado. Ya nadie desea etiquetarse para toda la vida,
porque nos parece que perdemos libertad al hacerlo.
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