El pasado domingo se leyó un pasaje del Evangelio de San Mateo que tiene bastantes aspectos interesantes sobre las que reflexionar. Entre estos aspectos hay uno sobre el que podemos reflexionar. Nos encontramos con un "peligro" en el que caemos con mucha facilidad: la subjetivación emotiva de la Verdad. Si releemos el Evangelio veremos que Cristo pregunta primero: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? La gente indica lo que cada uno quiere creer, le gustaría que fuese o lo que es socialmente correcto. Después pregunta directamente a los Apóstoles: ¿Quién decís que soy yo?" Pedro no espera, indica lo que el Espíritu le dicta.
Devolvió el Señor la palabra al apóstol por el testimonio que dio de El: dijo Pedro: "Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo" y el Señor le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan". ¿Por qué? "porque no te lo reveló la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Reveló el Espíritu Santo lo que no pudo revelar ni la carne ni la sangre. (San Jerónimo, tomado de la Catena Aurea Mt 16, 13-19)
El peligro que antes indicaba valorar la pregunta que hace el Señor desde la subjetividad personal y no sobre la Verdad. Pedro indicó claramente: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" y Cristo le dijo que "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Creo que esto nos deja muy claro que Pedro respondió aquello que el Espíritu Santo le reveló directamente. No es lo que Pedro piensa, siente, le parece o intuye. Es la Verdad que se manifiesta en él con el objetivo de revelarse al mundo. Mundo que siempre se siente disgustado con la Verdad y que procura esconderla detrás de cualquier tramoya, simulacro divertido y bien visto.
Es muy frecuente que se indique que "no vale" repetir lo que indicó Pedro, como si la subjetivación fuese más importante que la Verdad. Si una persona se atreve a repetir las palabras que el Espíritu reveló a Pedro, es como si no quisiera "jugar" al aplaudido juego de los simulacros. Juego al que nos encanta jugar en esta era posmoderna.
Preguntémonos ¿Qué es Cristo para nosotros? Puede ser que nuestra respuesta nos acerque a alguna de las aplaudidas caricaturas que representan al Señor en los tiempos que vivimos. Respuesta que resalta la emocionalidad subjetiva de cada uno de nosotros. Bueno, las caricaturas son justo eso caricaturas, no la Verdad que se hace carne y habita entre nosotros.
Quizás nos acerquemos a lo que el Espíritu Santo indicó a Pedro. Entonces estaremos algo más cerca de la mano tendida que nos ofrece Cristo. La mano tendida que nos ayuda a salir de la sociedad líquida que nos ahoga. Tendríamos que preguntarnos si somos una moneda con el signo del Cesar o de Cristo. De esto podríamos hacer una nueva pregunta ¿Qué son los sacramentos para nosotros? ¿Son una costumbre o un signo sagrado que nos marca?
En nuestra sociedad posmoderna impera la cultura de la cancelación y esto también repercute en la Iglesia. Si tenemos impreso el signo de Cristo, seguro que somos ignorados por todas las corrientes eclesiales de moda. Nos mirarán de reojo y murmurarán. Seremos invitados a desaparecer porque estorbamos. Nos ignorarán como si no existiéramos. Pero no nos sintamos mal. Si repasamos las Bienaventuranzas nos encontraremos que:
Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de Mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.
Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. (Mt 5, 11-16)
No desesperemos, aunque nuestro ánimo tenga momentos más o menos oscuros. Las mareas las controla el Señor. Nosotros, debemos esperar su llegada con la lámpara de la Fe encendida. Para ellos, el aceite es imprescindible: Esperanza. Esta es la clave de la espera en los tiempos que vivimos.