Sin embargo, parece apropiado preguntarse por qué cuando un hombre viene a renacer para la salvación que viene de Dios hay necesidad de invocar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, de suerte que no quedaría asegurada su salvación sin la cooperación de toda la Trinidad; y por qué es imposible participar del Padre o del Hijo sin el Espíritu Santo. Para contestar esto será necesario, sin duda, definir las particulares operaciones del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. En mi opinión, las operaciones del Padre y del Hijo se extienden no sólo a los santos, sino también a los pecadores, y no sólo a los hombres racionales, sino también a los animales y a las cosas inanimadas; es decir, a todo lo que tiene existencia. Pero la operación del Espíritu Santo de ninguna manera alcanza a las cosas inanimadas, ni a los animales que no tienen habla; ni siquiera puede discernirse en los que, aunque dotados de razón, se entregan a la maldad y no están orientados hacia las cosas mejores. En suma, la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios. (Orígenes – De Principis, 1305)
Hace unos días reflexionaba sobre el adviento y me convencía de que en este tiempo deberíamos rogar a Dios para que derrame su gracia sobre nosotros. Esperamos la Navidad y esta espera supone más que una conmemoración histórica, costumbrista o incluso tradicional. La Navidad es la esperanza de que Cristo nazca de nuevo y que lo haga dentro de nosotros y de todos los seres humanos. Pero... ¿Cómo nace en nosotros Cristo?
Para responderme esta pregunta recordaba los siete dones del Espíritu Santo y lo necesitados que estamos de ellos [1]:
Temor de Dios, que no es miedo. Es asombro, respeto y adoración. Sin temor de Dios estamos a merced de creernos con capacidad de caminar por nosotros mismos. Pero sin la gracia de Dios nada podemos hacer. Roguemos para que junto con Cristo, nazca en nosotros este temor tan olvidado en el soberbio mundo en que vivimos.
Fortaleza, que no es fuerza física. Es la fuerza de Dios que se manifiesta por medio nuestra. Sin fortaleza no somos más que títeres guiados por las imposiciones sociales.
Piedad. Es la capacidad de reconocernos como adoradores activos de Dios. Ser capaces de orar a Dios más allá de nuestras necesidades personales. Es la necesidad entender la vida como hecho sagrado que se hace oración en cada acción o inacción.
Consejo. El consejo no es una simple opinión o idea particular; es la transmisión directa de la gracia de Dios a quienes necesitan ayuda en su camino. Comunicar a Dios es un Don y una inmensa responsabilidad.
Entendimiento. Capacidad de introducirnos en la Verdad y recibir de Ella comprensión de la revelación de Dios. Sin entendimiento andaríamos ciegos por este mundo.
Ciencia. En este caso el Don es más que simple entendimiento; es capacidad de relacionar la Verdad, ser capaces de discernir el Orden de Dios y reconocer las causas segundas. Mediante la ciencia seremos capaces de ver a Dios por medio de todo lo creado.
Sabiduría. Es la cumbre de los Dones del Espíritu. Capacidad de vivir en equilibrio con los Dones antes descritos. Sabemos que la sabiduría es verdadera cuando lleve implícita el amor. El Don de Sabiduría conduce al alma a llenarse y rodearse de Dios. El conocimiento simbólico se convierte en conocimiento real que conlleva la adoración a Dios. Entonces el símbolo se funde con la Verdad y se revela como Dios con nosotros: Emmanuel.
Lo que es evidente, tal como indica Orígenes, "la acción del Espíritu Santo está limitada a los que se van orientando hacia las cosas mejores y andan en los caminos de Cristo Jesús, a saber, los que se ocupan de las buenas obras y permanecen en Dios". Que el Espíritu de Dios haga renacer la gracia de nuestro bautismo, en este adviento que se nos ofrece.
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fíeles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne,
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección,
evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.,
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos.
Amén.
[1] Para profundizar en lo que significan los dones de Espíritu recomiendo este texto: PULSA