viernes, 1 de abril de 2011

No he venido a abolir la Ley, sino a darle plenitud

En efecto, en aquel tiempo el Señor ejerció todo su poder para que en su persona se cumplieran todos los misterios que la Ley anunciaba refiriéndose a él. Porque en su Pasión llevo a término todas las profecías. Cuando, según la profecía del bienaventurado David (Sl 68,22), se le ofreció una esponja empapada en vinagre para calmar su sed, la aceptó diciendo: “Todo se ha cumplido”. Después, inclinando la cabeza, entregó el espíritu (Jn 19,30).

Jesús, no sólo realizó personalmente lo que había dicho, sino que llegó a confiarnos sus mandatos, para que los practicáramos. Aunque los antiguos no habían podido observar los mandamientos más elementales de la Ley (Hch 15,10), a nosotros nos prescribió de guardar los más difíciles gracias a la gracia y del poder que vienen de la cruz. (Epifanio de Benévent (siglos V – VI), obispo. Comentario sobre los cuatro evangelios, PLS 3, 852)

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Hoy en día es difícil entender que la ley no cambia ni se adapta a nuestros deseos. ¿Cambia la ley de atracción universal o las leyes de la termodinámica según nos gusta más o menos lo que nos sucede por razón de ellas? ¿Son las leyes un obstáculo o una oportunidad? ¿Actuar de forma irresponsable es equivalente a ser más libre?

"Hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo" "Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad."(Mt 26,42)

Las ley también nos hablan de Dios, ya que son creación directa Suya. Conocer las leyes nos permite saber cómo se comporta el universo y a que nos atenemos si actuamos sin tenerlas en cuenta. Las consecuencias de conocer o desconocer cada ley son la mejor justicia que existe, ya que evidencian que todos somos iguales ante Dios y que recibimos lo que merecen nuestros comportamientos. Pero parecería que esto lleva implícito que cumplir es sufrir.

Para desatar este dilema tendemos que diferenciar entre sufrimiento y sacrificio. Sufrimiento es dolor que no tiene razón ni sentido. Se padece porque nos ha tocado en suerte o mala suerte. Solo podemos aguartar o desesperarnos. Sacrificarse es el camino que nos permite ajustarnos a la voluntad de Dios y por lo tanto, el esfuerzo y el dolor conllevan gozo y alegría. Pero ¿La muerte de Cristo fue algo gozoso? ¿Como se puede decir estas cosas?

El esfuerzo diario de un deportista de élite ¿Es sufrimiento sin sentido? O tiene sentido el dolor y la negación de sus deseos que conlleva alcanzar los objetivos que tiene.

El designio de Dios era el sacrificio redentor de su Hijo a través de aquello que a los hombre parece más difícil de aceptar: una muerte horrenda. Podría parecer que esto es una tragedia innecesaria, pero sin este sacrificio, no hubiera habido resurrección. Sin la humillacion no hay exaltación. Sin el esfuerzo no hay logro. Si no fundimos el hierro con un inmenso calor y lo templamos a martillazos continuos, no tendremos una espada perfecta. Si no sacrificamos nuestros deseos para cumplir la voluntad e Dios, no conseguiremos la libertad que conlleva esa renuncia.

Cristo no vino a abolir ninguna ley, sino a dale plenitud. Si cumplimos la ley podremos obtener el gozo de decir junto con Cristo  “Todo se ha cumplido”. El Señor nos permita dar plenitud a su Ley.


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