Las palabras del Señor: «Yo soy la luz del
mundo» son, a mi parecer, claras para los que tienen ojos capaces de participar
de esta luz; pero los que no tienen más ojos que los del cuerpo se
sorprenden al oír que nuestro Señor Jesucristo dice: «Yo soy la luz del
mundo». E incluso es posible que haya quien diga: ¿Cristo, no será este sol que
a través de su amanecer y su ocaso determina el día?.... No, Cristo no es eso.
El Señor no es ese sol creado sino aquél por quien el sol fue creado. «Por
medio de él se hizo todo y sin él no se hizo nada de lo que se ha hecho» (Jn
1,3). Él es, pues, la luz que ha creado esta luz que vemos. Amemos esta
luz, comprendámosla, deseémosla para poder un día, conducidos por ella, llegar
hasta ella y vivir en ella de manera que ya no podamos morir...
Veis, hermanos, veis, si es que tenéis unos
ojos que ven las cosas del alma, cual es esta luz de la que el Señor habla: «El
que me sigue no camina en las tinieblas.» Sigue este sol y veremos como tú
ya no andarás en las tinieblas. Hele aquí que se levanta y viene hacia ti;
el otro sol, siguiendo su curso, se dirige a occidente; pero tú debes andar
hacia el sol naciente que es Cristo. (San Agustín Sermones sobre el
evangelio del san Juan, nº 34)
Esta semana ha estado llena de noticias diversas que nos
hacen reflexionar sobre nuestro papel en el mundo y los problemas que nuestra
presencia genera. Entiéndase mundo con el mismo sentido que Cristo lo utiliza
en el pasaje evangélico de Jn 15,19 “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como
no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os
odia el mundo”. El mundo es la sociedad que vive de espaldas a Dios
y entiende que Cristo es una competidor en la carrera por el poder.
Los laicistas no comprenden qué tiene Cristo para que le
sigamos y por ello tejen suposiciones que hacen indeseable ser cristiano. Pero
quien conocer la Luz de Cristo, no tiene dudas. En él se abre un nuevo sentido
que le permite entender todo lo que rodea como parte del plan de Dios. Es capaz
de diferenciar los pecados e infidelidades de quienes componemos la Iglesia,
del Espíritu Santo, que la vivifica constantemente. Entiende que la verdadera
jerarquía es la del servicio, a la que se llega únicamente por la santidad.
Santidad que es al mismo tiempo un deseo grabado en nuestra naturaleza y un don
de Dios.
¿Qué temen los laicistas? Algo debemos de tener para que
nuestra presencia les resulta insoportable. Un ejemplo. Esta semana la revista
italiana “Tempi” ha indicado que hoy domingo día 28, el presidente francés,
Francois Hollande, hubiera inaugurado una exposición en el museo Nacional de
las Bellas Artes, pero se encontró con un “problema” inesperado. El problema es un cuadro
religioso que hubiera aparecido a sus espaldas en la inauguración. Como no era
fácil quitar el cuadro o cubrirlo, simplemente decidió no inaugurar la
exposición.
La presencia del mensaje cristiano es incómoda para el
laicista, ya que le sitúa en el verdadero contexto histórico y no en el
contexto anticristiano que nos quieren vender diariamente.
¿Qué podemos hacer? San Agustín nos dice: “Amemos esta luz, comprendámosla, deseémosla para poder un
día, conducidos por ella, llegar hasta ella y vivir en ella de manera que ya no
podamos morir”
Amemos, comprendamos, deseemos la Luz. Sólo así podremos
dejarnos conducir por la misma Luz y cumplir la voluntad de Dios.
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