De forma individual y
comunitaria, vamos andando el tiempo pascual. Tiempo de afianzamiento y de
profundización de la Fe. Ya que estamos en pleno año de la Fe, es interesante
no perder de vista la importancia de los símbolos en la vivencia de la Pascua.
Para ello tomaré un breve párrafo del libro “Imágenes de esperanza” del
entonces Cardenal Ratzinger, actual Papa emérito Benedicto XVI:
La
Pascua tiene que ver con lo inconcebible; su evento nos sale al encuentro en un
primer momento sólo a través de la
Palabra , no a través de los sentidos. Tanto más importante es
entonces dejarse aferrar un día por la grandeza de esta Palabra. Pero, puesto
que ahora pensamos con los sentidos, la
fe de la Iglesia
ha traducido desde siempre la
Palabra pascual y también en símbolos que hacen presagiar lo
no dicho de la Palabra. (Joseph
Ratzinger-Benedicto XVI. Imágenes de esperanza)
La Pascua sorprende porque es impresionante e inconcebible.
Los signos que rodean la Pascua son de todos conocidos: luz, agua bendecida y
los coros que cantan el Aleluya en la Liturgia. Pero además de los símbolos
directamente relacionados, tenemos la Palabra de Dios. Este domingo disfrutamos
de un Evangelio lleno de matices y símbolos. (Jn 21,1-19.) Este transfondo simbólico
lo podemos encontrar en una de las homilías de San Gregorio Magno:
El mar es el símbolo del mundo actual,
agitado por la tempestad de los asuntos y la marejada de la vida caduca. La
orilla firme es la figura del reposo eterno. Los discípulos trabajan en el mar
ya que todavía siguen en la lucha contra las olas de la vida mortal. Pero
nuestro Redentor, está en la orilla pues ya ha superado la condición de una
carne frágil. Por medio de estas realidades naturales, Cristo nos quiere decir,
a propósito del misterio de su resurrección: “No me aparezco ahora en medio
del mar porque ya no estoy con vosotros en el bullicio de las olas”. (Mt
14,25) (San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, nº 24)
El bullicio de las olas del mundo actual, a veces es
ensordecedor. A veces la tormenta llega hasta nosotros con toda su fuerza, sin
saber las razones que hay detrás de ello.
Cristo nos deja solos. Igual que sus discípulos, nos llama
desde la orilla y les indica dónde debemos echar las redes. Ahí encuentran la
pesca que hasta ese momento les había sido esquiva. ¿Somos como Pedro que salta
de la barca y llega a la orilla nadando? ¿Somos como los demás discípulos que llegan
a la orilla con la barca y el pescado obtenido. A nosotros nos sucede, con frecuencia,
algo parecido a la escena que nos narra el evangelista. Estamos rodeados y distritos
por las circunstancias de nuestra vida difícilmente nos damos cuenta del
llamado de Cristo. ¿Qué llamado? El llamado de la vocación particular de cada
uno de nosotros.
Si oyéramos a Cristo tendríamos una valiosa indicación para
decidir el camino que hemos de tomar. Esos peces que no llegan a las redes y
que nos hacen pensar en que la sociedad donde vivimos no responde a nuestros
esfuerzos, podrían llegar hasta nosotros si escuchamos el llamado del Señor. ¿Qué
peces? Pues los frutos de la vocación que el Dios nos ha dado.
Pero ¿Dónde nos dice Cristo que echemos las redes? No creo
que podamos responder la pregunta mirándonos a nosotros mismos y discutiendo
unos con otros.
Igual que se narra en el Evangelio, una vez sentados en la
orilla, Cristo nos podrá preguntar si le amamos. ¿Qué le contestaremos? ¿Sí o
no? Seguramente nos pregunte por nuestro amor tantas veces como le hemos
negado. Así es la paciencia de Dios. Siempre espera con paciencia nuestro amor
y compromiso.
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