domingo, 14 de abril de 2013

Cristo nos llama desde la orilla ¿Qué hacemos?


De forma individual y comunitaria, vamos andando el tiempo pascual. Tiempo de afianzamiento y de profundización de la Fe. Ya que estamos en pleno año de la Fe, es interesante no perder de vista la importancia de los símbolos en la vivencia de la Pascua. Para ello tomaré un breve párrafo del libro “Imágenes de esperanza” del entonces Cardenal Ratzinger, actual Papa emérito Benedicto XVI:

La Pascua tiene que ver con lo inconcebible; su evento nos sale al encuentro en un primer momento sólo a través de la Palabra, no a través de los sentidos. Tanto más importante es entonces dejarse aferrar un día por la grandeza de esta Palabra. Pero, puesto que ahora pensamos con los sentidos, la fe de la Iglesia ha traducido desde siempre la Palabra pascual y también en símbolos que hacen presagiar lo no dicho de la Palabra. (Joseph Ratzinger-Benedicto XVI. Imágenes de esperanza)

La Pascua sorprende porque es impresionante e inconcebible. Los signos que rodean la Pascua son de todos conocidos: luz, agua bendecida y los coros que cantan el Aleluya en la Liturgia. Pero además de los símbolos directamente relacionados, tenemos la Palabra de Dios. Este domingo disfrutamos de un Evangelio lleno de matices y símbolos. (Jn 21,1-19.) Este transfondo simbólico lo podemos encontrar en una de las homilías de San Gregorio Magno:

El mar es el símbolo del mundo actual, agitado por la tempestad de los asuntos y la marejada de la vida caduca. La orilla firme es la figura del reposo eterno. Los discípulos trabajan en el mar ya que todavía siguen en la lucha contra las olas de la vida mortal. Pero nuestro Redentor, está en la orilla pues ya ha superado la condición de una carne frágil. Por medio de estas realidades naturales, Cristo nos quiere decir, a propósito del misterio de su resurrección: “No me aparezco ahora en medio del mar porque ya no estoy con vosotros en el bullicio de las olas”. (Mt 14,25) (San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, nº 24)

El bullicio de las olas del mundo actual, a veces es ensordecedor. A veces la tormenta llega hasta nosotros con toda su fuerza, sin saber las razones que hay detrás de ello.

Cristo nos deja solos. Igual que sus discípulos, nos llama desde la orilla y les indica dónde debemos echar las redes. Ahí encuentran la pesca que hasta ese momento les había sido esquiva. ¿Somos como Pedro que salta de la barca y llega a la orilla nadando? ¿Somos como los demás discípulos que llegan a la orilla con la barca y el pescado obtenido. A nosotros nos sucede, con frecuencia, algo parecido a la escena que nos narra el evangelista. Estamos rodeados y distritos por las circunstancias de nuestra vida difícilmente nos damos cuenta del llamado de Cristo. ¿Qué llamado? El llamado de la vocación particular de cada uno de nosotros.

Si oyéramos a Cristo tendríamos una valiosa indicación para decidir el camino que hemos de tomar. Esos peces que no llegan a las redes y que nos hacen pensar en que la sociedad donde vivimos no responde a nuestros esfuerzos, podrían llegar hasta nosotros si escuchamos el llamado del Señor. ¿Qué peces? Pues los frutos de la vocación que el Dios nos ha dado.

Pero ¿Dónde nos dice Cristo que echemos las redes? No creo que podamos responder la pregunta mirándonos a nosotros mismos y discutiendo unos con otros.

Igual que se narra en el Evangelio, una vez sentados en la orilla, Cristo nos podrá preguntar si le amamos. ¿Qué le contestaremos? ¿Sí o no? Seguramente nos pregunte por nuestro amor tantas veces como le hemos negado. Así es la paciencia de Dios. Siempre espera con paciencia nuestro amor y compromiso.

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...