Estamos
en las vísperas de la Epifanía del Señor. Los Magos de Oriente adoran al Señor
y le ofrecen sus presentes. El episodio evangélico no tiene desperdicio, tal
como podemos leer en el siguiente pasaje de San Agustín:
Pero hoy hemos de hablar de aquellos a quienes la fe condujo a
Cristo desde tierras lejanas. Llegaron y preguntaron por él, diciendo:
¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Hemos visto su estrella en el
oriente y venimos a adorarlo. Anuncian y preguntan, creen y buscan, como
simbolizando a quienes caminan en la fe y desean la realidad. ¿No habían
nacido ya anteriormente en Judea otros reyes de los judíos? ¿Qué significa el
que éste sea reconocido por unos extranjeros en el cielo y sea buscado en la
tierra, que brille en lo alto y esté oculto en lo humilde? Los magos ven la
estrella en oriente y comprenden que ha nacido un rey en Judea. ¿Quién es
este rey tan pequeño y tan grande, que aún no habla en la tierra y ya publica
sus decretos en el cielo? Sin embargo, pensando en nosotros, que deseaba
que le conociésemos por sus escrituras santas, quiso que también los magos,
a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos corazones había
revelado su nacimiento en Judea, creyesen lo que sus profetas habían
hablado de Él. Buscando la ciudad en que había nacido el que deseaban ver y
adorar, se vieron precisados a preguntar a los príncipes de los sacerdotes; de
esta manera, con el testimonio de la Escritura, que llevaban en la boca, pero
no en el corazón, los judíos, aunque infieles, dieron respuesta a los creyentes
respecto a la gracia de la fe. Aunque mentirosos por sí mismos, dijeron la
verdad en contra suya. ¿Era mucho pedir que acompañasen a quienes buscaban a
Cristo cuando les oyeron decir que, tras haber visto la estrella, venían
ansiosos a adorarlo? (San
Agustín. Sermón 199, 2)
En la
Epifanía celebramos la manifestación de Dios en la tierra; entre nosotros. ¿Qué
pensaríamos si una persona se plantara ante nosotros y nos dijera a la cara que
él era dios? Seguramente le tomaríamos por un bromista o por un loco. ¿Qué
pensaríamos si Dios se manifestara ante nuestros ojos en la figura de un niño
que reposa en un pobre comedero de animales, en una ciudad perdida de un lejano
país? ¿Nos arrodillaríamos para adorarle? ¿Le entregaríamos los tesoros que
traíamos para el rey de Israel?
Los
Magos de Oriente no eran personas normales. Salieron de sus países por causa de
una señal en el cielo que les habló de lo que iba a suceder. Embarcarse en un
viaje así requiere mucho amor, esperanza y fe. Arrodillarse y adorar a un
niño tendido en un comedero de animales, requiere una visión inmensa
sobrenatural.
Pensemos
en los pastores, que fueron convocados por un Ángel. Dejaron sus rebaños en el
campo y se acercaron al portal, atendiendo al anuncio que se les entregó. Los
pastores eran personas pobres y no muy bien vistas por la sociedad de su
tiempo, pero fueron los primeros convocados para adorar al Señor. Los Magos de
Oriente tampoco fueron especialmente bien recibidos en Judea. Pensemos en la
desconfianza que tuvo que producir que un grupo de extranjeros vinieran a “descubrir”
lo que los judíos pensaban que era de su propiedad. Además, no vinieron a
partir de las profecías sino a partir de la ciencia de los cielos. ¿Puede
haber algo más sospechoso que una persona que se guía por la ciencia y el
razonamiento para acercarse a Dios?
Si hoy
en día, un científico dice que su fe parte de sus estudios científicos,
seguramente todos lo miraríamos de reojo. Desconfiamos que la ciencia conduzca
hacia Dios, aunque existen muchos testimonios en ese sentido. Desconfiamos de
la revelación natural, porque creemos en un dios alejado y desentendido de
nosotros. No podemos imaginar que Dios se manifieste y se comunique con
nosotros a través de su propia creación.
Pero hay
algo más que resalta en el pasaje de la adoración de los Magos de Oriente: los
presentes que ofrecieron: oro, incienso y mirra. Presentes que podrían ser
rechazados por ser demasiado “ricos”, pero que no lo fueron. Cada cual aporta
al Señor según los talentos que Dios les ha dado y lo hace con total humildad. No
se trata de sopesar la humildad por las apariencias, sino por el corazón que se
abre y comparte sus dones.
Nadie
dudó de la humildad de los Magos de Oriente, por muy espléndidas vestiduras y
presentes que trajesen consigo. Nadie desconfió de la humildad de la Sagrada
Familia que los aceptó como un don providencial. Después les servirían para
ponerse a salvo en Egipto. Dios se vale de simbolismo para enseñarnos y
mostrarnos su Voluntad. Hoy en día despreciamos el simbolismo porque pensamos que es algo antiguo que no tiene
relación con la realidad que vivimos. Algo similar a lo que le pasó a
Herodes cuando los Magos le dijeron que leyeron los signos en el cielo. Tendemos
a ver en los símbolos las apariencias externas y nos olvidamos que lo
importante es lo que se revela a través de ellos.
¿Qué
pensaríamos de una familia sencilla que recibe oro, incienso y mirra de unos
elegantes señores extranjeros? Seguramente pensaríamos en que el oro significa
riqueza y les señalaríamos como cómplices del sistema económico imperante. Si
vemos el incienso y la mirra, pensaríamos en que su fabricación conlleva
injusticias sociales en donde fueron recogidos. Terminaríamos por desconfiar de
la familia que acepta unos regalos que los hacen “ricos” y diferentes de las
demás. Todo lo que ponga en cuestión la igualdad en la mediocridad, atenta a
nuestra soberbia y enciende nuestra envidia. Pero todos estos razonamientos
parten únicamente de las apariencias externas. Las apariencias que tanto
valoramos y que marketing emplea con tanta eficacia con nosotros. Lo triste es
que olvidamos que detrás de las apariencias existe un lenguaje simbólico. Si
olvidamos este lenguaje perdemos el 99% de la revelación de Dios. Dios que
se manifiesta de forma indirecta y personal a través de este maravilloso
lenguaje.
Quizás
dentro de poco, seamos incapaces de entender el relato de la adoración de los
Magos. A lo mejor ya somos incapaces y por eso hay que leerlo rápido, flojito y
no comentar nada que sea políticamente incorrecto.
Tendríamos
que intentar ser como los Magos de Oriente: “los
magos, a quienes había dado tan inequívoca señal en el cielo y a cuyos
corazones había revelado su nacimiento”, para ser capaces de leer lo
que Dios nos dice a cada uno de nosotros a través del oído que tenemos en
nuestro corazón. Solía decir Cristo “…quien tenga
oídos que oiga”
¿Cómo se
revela Dios hoy en día a cada uno de nosotros? ¿Es Dios un dios lejano, sin
voz? ¿Nuestra fe es cada día más socio-política y menos un sobrenatural? A
lo mejor es que tenemos cerrados nuestros corazones con el candado de la
ideología y el lenguaje simbólico nos parece incomprensible y hasta
rechazable.
Nuestra
sociedad, como la sociedad judía del siglo I, no está dispuesta a escuchar ni a
seguir lo que Dios habla en nuestro corazón. ¿Era
mucho pedir que acompañasen a quienes buscaban a Cristo cuando les oyeron decir
que, tras haber visto la estrella, venían ansiosos a adorarlo? Hoy
en día sigue siendo mucho pedir.
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