En el evangelio de hoy, Cristo se nos revela como Camino,
Verdad y Vida. Camino hacia el Padre, Verdad que se revela a nosotros y Vida
que se nos ofrece en abundancia. Es terrible pensar cómo fue posible que Dios
se hiciera como nosotros y nos hablara directamente. La misma creación tuvo que
resonar cada vez que Cristo hablaba, dando testimonio de que esas Palabras eran
la Verdad hecha carne.
Mientas, nosotros seguimos con nuestras soberbias y
nuestros remilgos. Nos cuesta aceptar que Dios es Dios y que nosotros somos
seres limitados. San Agustín habla sobre esta realidad en sus Confesiones:
Y buscaba yo el medio de adquirir la
fortaleza que me hiciese idóneo para gozarte; ni había de hallarla sino
abrazándome con el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús,
que es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos, el cual clama y dice:
Yo soy el camino, la verdad y la vida, y el alimento mezclado con carne (que yo
no tenía fuerzas para tomar), por haberse hecho el Verbo carne, a fin de que
fuese amamantada nuestra infancia por la Sabiduría, por la cual creaste todas
las cosas. Pero yo, que no era humilde, no tenía a Jesús humilde por mi
Dios, ni sabía de qué cosa pudiera ser maestra su flaqueza. Porque tú,
Verbo, Verdad eterna, trascendiendo las partes superiores de tu creación,
levantas hacia tí a las que le están ya sometidas, al mismo tiempo que en las
partes inferiores se edificó para sí una casa humilde de nuestro barro, por
cuyo medio abatiera en sí mismo a los que había de someterse y los atrajese a
sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el amor, no sea que, fiados en sí, se
fuesen más lejos, sino, por el contrario, se hagan débiles viendo ante sus
pies débil a la divinidad por haber participado de nuestra túnica de pelo, y,
cansados, se arrojen en ella, para que, al levantarse, ésta los eleve. (San
Agustín, Las confesiones VII, 18,24)
Muchas veces queremos ser nosotros quienes transformemos
la sociedad con nuestras limitadas fuerzas. Incluso llegamos a querer
transformar la propia Iglesia a nuestro gusto. Es curioso cómo la santidad se
muestra como la fuerza más indomable de todas y que esta fuerza no se deba a
quien es santo, sino a Dios que se manifiesta a través suya.
Personalmente me gusta utilizar el símil de una
herramienta, para referirme a lo que deberíamos ser. La herramienta es la que
permite al artista crear su obra de arte, pero por sí sola no es capaz de nada.
Si una herramienta se levantara por si sola, únicamente podría crear caos en
torno suya. El mal que hacemos al intentar vivir apartados de Dios no es un mal
consciente, sino la evidencia de que no es posible que una herramienta suplante
al artista.
El artista ama a sus herramientas. Las limpia, las afila,
les lija la herrumbre y las guarda entre finas telas. Sin duda las herramientas
podrían pensar en la crueldad del trato que realmente las conserva y las
prepara para sufrir durante la obra del creador. Si una herramienta se revela
en la mano del artista, seguramente produzca en error en el plan de la obra
maestra. Pero el artista, una vez visto el error, es capaz de utilizarlo y
transformarlo en parte de la belleza de su obra maestra. Esta es nuestra
esperanza, que incluso si el corazón se nos endurece, Dios es capaz de sacar
bien del mal que hemos producido. A veces este bien supera al que antes estaba
previsto. El arte del artista hace ese milagro ante los ojos atónitos de
quienes le ven trabajar.
Como cristianos, formamos parte de un maravilloso grupo de
herramientas que Cristo ha dispuesto: la Iglesia. A veces estamos todas a las
órdenes del Señor, otras veces nos da por caminar independientemente del plan
de Dios. Entonces aparece la desesperanza, las depresiones, las ansiedades y la
necesidad de encontrar aire fresco en nuestra vida. Si somos fieles y dóciles herramientas
en manos de Dios, encontraremos a Dios en todas partes y en todos los hermanos
que están junto a nosotros.
Cristo “edificó para sí una
casa humilde de nuestro barro, por cuyo medio abatiera en sí mismo a los que
había de someterse y los atrajese a sí, sanándoles el tumor y fomentándoles el
amor, no sea que, fiados en sí, se fuesen más lejos” La humildad
conlleva un sacrificio del que normalmente no tenemos conciencia: abajarnos y
abrir las puertas de nuestro corazón.