¿Quién, hoy en día, quiere ser fruto de la Voluntad de Dios? Pocos en estos momentos, ya que pensamos que debemos ser frutos de nosotros mismos. Queremos que los demás crean que somos consecuencia de lo que queremos ser y de nuestra voluntad. Nos encanta dar la apariencia de ser personas que se han construido a sí mismas, pero tenemos un miedo terrible a que se profundice en lo que realmente somos. Por desgracia, la postmodernidad nos está llevando a ser productos de marketing, todo apariencia y campaña de publicidad, pero vacíos por dentro. Seres incapaces de juzgar, discernir, pero con gran capacidad de aparentar.
Esto se puede generalizar y darnos cuenta que toda la sociedad se mueve por apariencias, por simulacros que aceptamos, aunque sabemos que son falsos. La política es una de esas apariencias que todos sabemos que está vacía, pero nos aferramos a ella como si fuera la salvación personal y colectiva. Nos aferramos al activismo que busca aparentar y crear opinión, pero olvidamos que en la guerra de apariencias el cristianismo tiene todas la de perder.
Nuestra vida debe ser fruto de la Voluntad de Dios y no apariencias que vender a los demás. Todos conocemos esas manzanas rojas, espléndidas, apetitosas, que cuando se muerden están amargas y secas por dentro. Dios no quiere que quedemos en simples apariencias, quiere que nuestro ser sea un fruto dulce y lleno de beneficios para los demás.
Los pies de la vid se ligan, se escalonan, se doblan los sarmientos de arriba abajo, se les ata a algo sólido para sostenerlos. Por ahí se puede comprender la dulce y santa vida y la pasión de Nuestro Señor Jesucristo que, en todo, debe ser el sostén del hombre de bien. El hombre debe ser curvado, lo que en él hay de más alto debe ser abajado, y debe abismarse en una verdadera y humilde sumisión, desde lo profundo de su alma. Todas nuestras facultades, interiores y exteriores, tanto las de la sensibilidad y de la avidez como nuestras facultades racionales, deben ser ligadas, cada una en su lugar, en una verdadera sumisión a la voluntad de Dios. (seguir leyendo)