La sociedad es como un jarrón al que una pelota de golf hizo estallar en pedazos (trozos, partidos). Cada trozo lucha por ser el que mande y reconstituya la sociedad a su imagen. Sin gana el trozo del cuello del jarrón, nos quedamos sin fondo. Si gana un asa, todo lo demás parece sobrar. Lo cierto es que el jarrón sólo es útil cuando está completo y no se excluye ninguna parte. La naturaleza herida por el pecado (la pelota) del ser humano sólo puede ser restaurada por la Gracia de Dios.
Nuestro mundo tiene gran necesidad de justicia (unidad, coherencia, sentido), las ideologías ofrecen reducir o hacer desaparecer, el sufrimiento obligando a que la sociedad se ajuste a sus ideales y al ser humano, a que se ajuste al modelo que propugnan. Pero la necesidad de justicia nunca se llega a abordar de verdad. En los países con mayor riqueza no hay problemas de alimentación, pero la depresión, la violencia y el desprecio a los semejantes, evidencian que el ser humano no encuentra la felicidad desde la riqueza. Cuanto más avanzada y rica es una sociedad, las familias son menos estables y las personas padecen más la soledad. Dejamos de necesitarnos unos a otros y eso nos hace ser menos humanos. Donde hay riqueza, el amor, la caridad, se sustituye por servicios sociales, derechos vacíos y capacidad de compra. No hay amor sin verdad.
La caridad en la Verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone ante todo, la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. (Seguir leyendo...)
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