martes, 5 de enero de 2016

Epifanía, Dios manifestado y ser humano.

La Epifanía es primicia del sacramento eucarístico. Los Magos de Oriente llegaron de muy lejos guiados por la Estrella de Belén. Pasaron por la tentación de la visita al Rey Herodes y continuaron su camino hasta encontrar a Dios encarnado en un Niño que había nacido en un resguardo provisional e improvisado. Los Magos no se dejaron engañar por lo que veían, ya que si hubieran visto sólo con los ojos, se hubieran dado la vuelta, decepcionados.

Los Magos admiraron el milagro porque fueron capaces de ver con el corazón y el entendimiento. Dios estaba presente, pero detrás de unos profundisimos símbolos. Nadie puede ver a Dios de forma directa, pero Dios si puede manifestarse por medio de símbolos y comunicarse a través del entendimiento de los mismos. Los Magos se arrodillaron y adoraron al Niño Dios. Le entregaron los presentes con gran reverencia y humildad: oro, signo de realeza, incienso, signo de divinidad y mirra, signo de sufrimiento y pasión. Sin duda el corazón de  los Magos estaba limpio y radiante después de su larga peregrinación y las pruebas a las que se vieron sometidos.

Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo (Orígenes de Alejandría. Los Principios)

En la Eucaristía sucede algo similar. Dios está presente, pero nosotros sólo vemos un trozo de pan en manos de un ser humano, el sacerdote, que nos ofrece comerlo. Si miramos la escena con superficialidad postmoderna, sólo veríamos a un hombre vestido de forma extraña que entrega una galleta de pan a quienes se acercan. Por desgracia los propios católicos ya no somos capaces de ver en la Eucaristía a Dios que se manifiesta. La misa y el tiempo que dedicamos a ir a ella, nos parece tiempo perdido. Lo que acontece dentro del templo, nos parece incomprensible e innecesario. Por ello no dejamos de recrear la Liturgia intentando convertir un acto sagrado (incomprensible por naturaleza) en un acto social (cercano, divertido y amigable). Transformamos la misa en un encuentro social y la Eucaristía en un signo de pertenencia al grupo que se reúne. De esta visión social de los sacramentos proviene la reclamación del derecho a que todos puedan comulgar para no sentirse excluidos y de sentirse de “segunda clase”. Hemos perdido la capacidad de ver a Dios en los signos sagrados. Hemos perdido la capacidad de entender más allá de lo que vemos.

Nos pasa como a Parsifal, protagonista de las epopeyas medievales del Santo Grial. Cuando se presenta ante él una procesión con una serie de signos sagrados, es incapaz de preguntar el significado de todo ello. La consecuencia es que el mundo sigue siendo un páramo seco y el Rey Pescador, no sana su herida. Nosotros somos como Parsifal, incapaces de pararnos a ver más allá de las apariencias y darnos cuenta que Dios está presente y nos llam. En resumidas cuentas, ignoramos la maravillosa y terrible manifestación de Dios que acontece delante de nosotros.

El símbolo (El que une y da sentido) es lo que nos dice que hay una realidad invisible tras de él. Lo contrario al símbolo es el diablo (el que separa signo, significado y realidad, genera ignorancia e indiferencia). El diablo nos dice que nada tiene sentido y que sólo las apariencias son importantes para nosotros. Los Magos vieron el Logos, la Luz que vino al mundo y se arrodillaron ante Él. Herodes se quedó en su magnifico Palacio, indiferente a lo que acontecía a pocos kilómetros, aunque los Magos le hubieran advertido de ello. Quedó tramando intrigas y crímenes para que su poder no se viera amenazado. ¿Qué elegimos?

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