Cuando el Papa Francisco habla de que tenemos que
abandonar las certezas y seguridades. En la homilía que realizó el 13 de
octubre del pasado año, nos dijo:
“Preguntémonos hoy todos
nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pudiera pedirnos o de lo que nos
está pidiendo. ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me cierro en
mis seguridades, seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades
ideológicas, seguridades de mis proyectos? ¿Dejo entrar a Dios verdaderamente
en mi vida? ¿Cómo le respondo? ”
Las seguridades y certezas son rutinas que nos permiten
dejar a un lado el compromiso que tenemos con Cristo y con la Iglesia. Estas
seguridades nos permiten ritualizar los comportamientos y desplazar el centro
de nuestras vidas a actividades e intereses ajenos a la misión de una vida
cristiana. ¿A qué seguridades solemos aferrarnos?
Normalmente incorporamos un leve barniz cristiano basado
en cumplir con las apariencias externas. Las limosnas, la misa dominical, la
oración son herramientas maravillosas si las vivimos en primera persona. Pero
si las automatizamos, perdemos todo lo que tienen de bueno para nosotros. Si
convertimos la misa en una escusa para reunirnos con los amigos, también
estamos creando seguridades que nada tienen que ver con el verdadero
sentido de la Liturgia. Veamos que nos dice San Cesareo de Arlés desde el siglo
IV-V:
Hermanos queridos, cuando os exponemos algo
útil para vuestras almas, que nadie trate de excusarse diciendo: " no
tengo tiempo para leer, por eso no puedo conocer los mandos de Dios ni
observarlos Abandonemos las vanas
habladurías y las bromas mordaces, y veamos si no nos queda tiempo para dedicar
a la lectura de la Escritura santa. Cuándo las noches son más largas, ¿habrá
alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro
a leer la Escritura? Porque la luz del alma y su alimento eterno no son
nada más que la Palabra de Dios, sin la cual el corazón no puede vivir ni ver. El
cuidado de nuestra alma es muy semejante al cultivo de la tierra. (San
Cesareo de Arlés. Sermones al pueblo, n°6 passim)
¿Quiénes entre nosotros se dedican a leer el evangelio y
meditarlo todos los días? Muy pocos. La mayoría corremos de un lado a otro
atendiendo las necesidades humanas que tenemos. No encontramos tiempo para
dar un paso adicional a las rutinas que hemos convertido en ritos costumbristas.
Algunos podemos pensar que eso de dejar la cómoda
retaguardia es sólo para valiente o para “profesionales”. En el mejor de
los casos, esperamos que sean otros los que se dediquen a moverse, aduciendo
que nos sentimos incapaces y no sabemos qué hacer. ¿habrá
alguien capaz de dormir tanto que no pueda leer personalmente o escuchar a otro
a leer la Escritura? Pero
¿Cuesta tanto leer y meditar el Evangelio? ¿Cuesta tanto orar conscientemente
junto a nuestros hermanos?
Hay un versículo del Apocalipsis que me encanta, ya que
evidencia una realidad que vivimos día a día: “Mira
que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré,
y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3, 20)
¿Estamos predispuestos a escuchar cuando Cristo llama a nuestra puerta? A lo
mejor preferimos el oído de nuestro corazón entretenido con otras miles de
cosas y excusarnos diciendo que no tenemos tiempo ni para leer un párrafo
de los escritos de un santo.
A veces, escuchamos la llamada, pero nos da terror abrir
la puerta.
Sabemos que si la abrimos, estamos aceptando el compromiso de seguir a Cristo,
negándonos a nosotros mismos. “El cuidado de nuestra
alma es muy semejante al cultivo de la tierra” y por lo tanto, necesita
dedicación, paciencia, humildad y mucha entrega.
La gran pregunta es ¿Cómo salir de este círculo vicioso de
sordera y miedo? Una buena respuesta sería, empieza por leer un poco de los
Evangelios cada día. Medita lo que dice y si puedes, coméntalo con otras
personas. En el diálogo se aprenden muchas cosas. Ya que utilizamos el whasapp
todo el día, ¿Por qué no crear un grupo de meditación del Evangelio del día?
Una amiga me comentó que está realizando la experiencia y que está siendo
sorprendentemente buena. También se puede comentar de viva voz con los amigos o
utilizar las redes sociales.
Si el Papa nos pregunta de nuevo: ¿Me dejo sorprender por Dios, como hizo María, o me
cierro en mis seguridades,…? Ojalá seamos capaces de decir que
estamos intentando dejarnos sorprender por el Señor y que oramos todo los días
para que seamos capaces de hacerlo.
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