Esta semana he tenido rondando por la cabeza el tema de la
oración. El pasado jueves estuve conversando sobre el tema con un grupo de
personas y en las reflexiones que hicimos, encontré un hilo que creo
interesante compartir con usted.
Cristo nos pide que oremos de forma continua y para ello
nos pone el ejemplo del Juez Injusto. San Agustín señala que esta oración
continua no puede estar basada en el recogimiento, ya que es imposible estar en
las tareas cotidianas orando de rodillas. Habla de orar en el deseo; el deseo
de Dios.
Entonces, podemos pensar en orar mediante la inteligencia,
emoción y voluntad. La oración vocal, explícita, necesita de nuestra
inteligencia para crear un “discurso” que nos comunique con el Señor. Pero
también existe la posibilidad de orar emocionalmente, sin palabras, de manera
que la comunicación provenga de aquello que sentimos en nuestro interior. También
es posible la oración volitiva, que no necesite ni de palabras ni de
sentimientos. Una oración que sea acción práctica en nuestra propia vida.
He estado buscando referencias y la más clara que he
encontrado es de San Juan de la Cruz:
Para de veras encontrar a Dios no es
suficiente orar con el corazón y con las palabras, ni aprovecharse de ayudas
ajenas. Esto hay que hacer, pero, además, esforzarse lo que pueda en la
práctica de las virtudes. En efecto, aprecia más Dios una acción que haga la
propia persona, que otras muchas que otras personas hagan en su favor (San
Juan de la Cruz, Cántico Espiritual, 3, 2).
La práctica de las virtudes es también una forma de
encontrar a Dios. Es una forma de orar con nuestra voluntad y perseverancia.
Esta reflexión da un mayor sentido al esfuerzo que realizamos para obrar bien.
No se trata de un lucha en que buscamos hacer la Voluntad de Dios, sino un
forma de dialogar con el Señor.
Tenemos claro que nuestra voluntad es limitada y nuestra
perseverancia siempre tiene un límite. Necesitamos de la Gracia del Señor para
seguir adelante. San Pablo nos dijo que: “nosotros
no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables" (Rm 8, 26)
Cuando las palabras no son capaces de expresar y comunicarnos con el Señor, los
sentimientos y la voluntad toman el relevo. El Espíritu Santo recoge esa
oración no verbal y la traslada al Señor. Los gemidos inefables del Espíritu
son el medio de comunicación más directo y certero, por lo que no nos sintamos
mal si no somos capaces de orar vocalmente con soltura y nos distraemos a la
primera de cambio. Si no salen las palabras, ofrezcamos nuestras emociones y
nuestras acciones como oración al Señor.
Clemente de Alejandría también incide en esta necesidad de
orar como y cuando no sea posible:
“Se nos ha mandado venerar y
honrar al Logos [Cristo], a nosotros, persuadidos por medio de la fe de que Él
es Salvador y Guía, y por Él al Padre, no en días elegidos, como hacen otros, sino
continuamente, durante toda la vida y de todas las formas posibles (...). De
ahí que no en un lugar señalado, ni en un templo determinado, ni en fiestas y
días prefijados, sino en toda la vida, el cristiano, ya esté él a solas, ya con
otros de su misma fe, honra a Dios, es decir, le da gracias por el Conocimiento
y por su forma de vida. ” (Stromata VII, 7,
35, 1. 3).
En la vida cotidiana, los espacios y momentos propicios
para la oración, son a veces muy escasos. Cuando encontramos un momento, a
veces, nos sentimos incapaces de hilar más de una frase de agradecimiento y/o
de petición. Estas dificultades nos frenan y nos desalientan muy a menudo. Dejemos
el desaliento a un lado y pensemos en que Cristo nos mira y acepta que oremos
de todas las formas posibles y en todos los lugares posibles. El desea ser “importunado”
por nuestras oraciones, como nos lo hizo saber en la parábola del juez injusto.
Oremos sin palabras, Dios sabe lo que necesitamos mejor
que nosotros. Dejemos que el Espíritu Santo interceda por nosotros en el
lenguaje que sólo Dios conoce y comprende totalmente: el Amor.
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