Es conveniente que el fiel sea
reconocido no únicamente por el don de ser cristiano, sino por su nuevo género
de vida.El fiel debe ser luz y sal de la tierra. Pero si ni para ti
mismo eres luz ni sabes dominar tu podredumbre ¿cómo podremos distinguirte?
¿Por el solo hecho de haber bajado a las aguas saludables del bautismo? Pero
esto más bien te lleva al castigo. La alteza del honor, para quienes no llevan
una vida digna del honor, viene a ser un acrecentamiento del suplicio. El fiel debe brillar no únicamente
por los dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera.
Debe en todo mostrarse excelente: en el modo de caminar, en su comportamiento,
en su vestir, en su voz. (San Juan
Crisóstomo. Homilía sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía IV)
El Evangelio de hoy domingo es realmente bonito, ya que nos
dice que debemos ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Cristo espera que
dejemos que El se transparente al mundo a través de nosotros. Como suelo decir, espera que permitamos que seamos herramientas
fieles y eficaces en sus manos. Para ello debemos confiar en
que El es quien maneja la nave de nuestra vida.
Recordemos cuando hablaba a sus Apóstoles recordándoles
que:
No se preocupen por lo que han de
comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale
la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves que
vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros;
sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. ¡Y
ustedes valen más que las aves! En todo caso, por mucho que uno se preocupe,
¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? (Mt 6,25-27)
San Juan Crisóstomo es un poco más duro y nos recuerda que
no podemos vivir una vida que no se diferencie de las de las demás personas,
que no conocen a Cristo. El cristiano debe ser
símbolo de Cristo, ya que las demás personas conocerán al Señor a través de él.
Hoy en día nos encontramos perplejos ante una sociedad que
olvida sus fundamentos cristianos y prefiere vivir sin comprometerse con nada
ni nadie. Nos preguntamos por qué
los jóvenes desaparecen de los templos para hacer una larga travesía por el
desierto del mundo. Travesía de la que algunos vuelven trayendo
a sus hijos, de la mano. Travesía que es necesaria para convertirse
realmente.
Ya en el siglo IV padecían los mismos problemas que tenemos
ahora. Una cosa son los bautizados y otra, el pequeño grupo de cristianos que
tras su travesía de alejamiento, encuentran la Luz de Cristo y retornan. Ya nos
lo indicó Cristo al señalar que “muchos son los
llamados y pocos los escogidos” (Mt 22,14). Pero no se trata de que Dios señale a unos y rechace a
otros, somos nosotros quienes decidimos abrir la puerta cuando
oímos la llamada de Cristo o preferimos escondernos, tapándonos los oídos: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y
abre la puerta, entraré a él y cenaré con él, y él conmigo” (Ap 3, 20).
¿Nos extraña que tantos bautizados vivan de forma totalmente
irreligiosa o con cristianismo de barniz cultural? Yo creo que no nos debería
extrañar. Es lo que podríamos
esperar de una sociedad aconfesional que privilegia los dioses de siempre:
poder, fama, éxito, riqueza, etc. Lo extraño es que una persona decida abrir la
puerta a Cristo, ya que se encontrará comprometida para toda su vida, desde el
mismo momento en que le mire a los ojos.
Estos son los que realmente serán la sal y la luz del mundo.
Los demás, intentamos, a duras
penas, seguir el camino que marcan los pasos de Cristo. Siempre
rezagados, agotados y sobrepasados por lo que quisiéramos dar y no somos
capaces.
En nuestro trabajo, nuestro hogar, nuestras aficiones y
obligaciones, podemos ser sal y luz, pero antes hemos de abrir la puerta al
Señor y dejar que Él sea quien nos enseñe a dónde hemos de dirigir nuestro
conocimiento, afecto y voluntad.
El fiel debe brillar no únicamente por
los dones que Dios le da, sino además por la forma en que él coopera.
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