El
pasado viernes 12 celebramos la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Es una
fecha de importancia que suele pasar sin pena ni gloria dentro de los tiempos
litúrgicos. Para mi generación, hablar del Sagrado Corazón es hablar de una lejana
devoción de nuestros abuelos. Tengo que confesar que lo que recogí del culto al
Sagrado Corazón, de pequeño y joven, fue un barullo devocional sin pies ni
cabeza. De joven me preguntaba qué razón hay para celebrar una parte de
Cristo si ya celebramos su resurrección todos los domingos. Como es lógico,
nunca recibí contestación alguna a mis dudas por parte de mi entorno eclesial y
familiar. Pero, con el tiempo encontré
una lectura que me hizo reconsiderar mi opinión y mi desinformación sobre el
tema. Aquí les traigo algunos fragmentos:
La historia del culto al Sagrado Corazón presenta un desarrollo de lo
más paradójico. Por una parte, es una devoción que hunde sus raíces en el
origen mismo de la dogmática cristiana, que gozó de la estima de numerosos
santos, que fue objeto de una extraordinaria intervención celestial en
Paray-le-Monial en el siglo XVII, y que siempre ha sido autentificada y
favorecida por el magisterio supremo de la Iglesia; pero, en contrapartida,
parece haberle estado reservado un extraño destino que la condenaba a cierta
incomprensión por parte del pueblo cristiano y, en la actualidad, a decir
verdad, a un verdadero desafecto.
Las causas de este desafecto actual son evidentes; fueron muy bien
analizadas en una encuesta realizada en la década de los 50 pero cuyos
resultados siguen siendo válidos todavía. De ella se desprendía que lo que
aleja de esta devoción es el estrecho pietismo y el sentimentalismo en el que
pronto se sumió y cuyo origen debe buscarse en un desconocimiento de la
mística de tipo afectivo de los santos que han tenido revelaciones al
respecto; mística que en realidad ocultaba una doctrina y una experiencia de
orden totalmente teologal e intelectual en el verdadero sentido de la palabra.
La deformación de esta mística y su «estereotipado», por decirlo así, originó
manifestaciones devocionales privadas, de naturaleza totalmente superficial,
libros piadosos que se aplicaban ante todo, o únicamente, a aspectos
secundarios del culto en cuestión, además de una confusión fundamental que
hacía que no se viese en el «corazón» otra cosa que un símbolo afectivo; y
por último, y tal vez sobre todo, originó toda aquella masa de cantos
amanerados, dulzarrones o ñoños, aquella proliferación de imágenes y estatuas
pintarrajeadas del peor gusto, y la representación del Corazón Divino en la
forma extremadamente realista de víscera sanguinolenta, cosa que únicamente
podía provocar repulsión y desacreditar indirectamente a un culto que
naturalmente no tiene nada que ver con ese pietismo repulsivo.(Jean Hanni, Mitos, Ritos y Símbolos, Vías
Espirituales, Culto al Sagrado Corazón)
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