jueves, 6 de abril de 2017

El humo de satanás ha penetrado en la Iglesia. Pablo VI

Fue en la solemnidad de San Pedro y San Pablo de 1972, cuando Pablo VI pronunció una frase que, desde entonces, ha venido generando ecos en nuestro ánimo y entendimiento. Para entonces Pablo VI había pasado nueve años largos y complicados gobernando la Iglesia. Los dos primeros años inmerso en el Concilio Vaticano II y los siete restantes, apoyándose en el Concilio para conducir al Pueblo de Dios en un tiempo lleno de incertidumbres y optimismos poco racionales.  En ese tiempo se dió cuenta de que no se cumplían las expectativas optimistas del postconcilio. La sociedad se oponía al Concilio de recreándolo según un entendimiento ajeno al mismo. Aquella recreación se llamó el "espíritu del concilio". Un espíritu que no era de luz, sino de confusión y tinieblas. Pablo VI señaló al humo de satanás y a su penetración en la Iglesia por medio de "una grieta". Benedicto XVI intentó detener al espíritu del concilio con lo que llamó "hermenéutica de la continuidad". Como es lógico, esta hermenéutica fue rechazada e ignorada por la inmensa mayoría de prelados y sacerdotes. En la actualidad la propuesta de buscar la continuidad ha quedado olvidada y enterrada. Leamos las palabras de Pablo VI con tranquilidad, porque hablan de su vivencia directa como pastor universal:

Ciertas corrientes sociológicas de hoy tienden a estudiar a la humanidad, mientras que prescinden de ese contacto con Dios. Por el contrario, la sociología de San Pedro y la sociología de la Iglesia estudian a los hombres señalando precisamente este aspecto sagrado de la conversación con lo inefable – con Dios, con el mundo divino. Se diría que a través de alguna grieta ha entrado, el humo de Satanás en el templo de Dios. Hay dudas, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no se confía en la Iglesia, se confía más en el primer profeta profano —que nos viene a hablar desde algún periódico o desde algún movimiento social— para seguirle y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida; y, por el contrario, no nos damos cuenta de que nosotros ya somos dueños y maestros de ella. Ha entrado la duda en nuestras conciencias y ha entrado a través de ventanas que debían estar abiertas a la luz: la ciencia.

También en nosotros, los de la Iglesia, reina este estado de incertidumbre. Se creía que después del Concilio vendría un día de sol para la historia de la Iglesia. Por el contrario, ha venido un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe. Predicamos el ecumenismo y nos alejamos cada vez más de los otros. Procuramos excavar abismos en vez de colmarlos.

¿Cómo ha ocurrido todo esto? Nos, os confiaremos nuestro pensamiento: ha habido un poder, un poder adverso. Digamos su nombre: él Demonio. Este misterioso ser que está en la propia carta de San Pedro —que estamos comentando— y al que se hace alusión tantas y cuantas veces en el Evangelio —en los labios de Cristo— vuelve la mención de este enemigo del hombre. Creemos en algo preternatural venido al mundo precisamente para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio ecuménico y para impedir que la Iglesia prorrumpiera en el himno de júbilo por tener de nuevo plena conciencia de sí misma.

Las palabras de Pablo VI son  clarificadoras:
  1.  Habla de "un poder adverso”, “el demonio”, que ha entrado en la Iglesia por una “grieta”. Pablo VI señala con firmeza que “Creemos en algo preternatural venido al mundo precisamente para perturbar, para sofocar los frutos del Concilio”.
  2. La Iglesia vive en un “estado de incertidumbre” que se evidencia como “un día de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre y se siente fatiga en dar la alegría de la fe”.
El optimismo del postconcilio no nos ha llevado a una situación mejor que la anterior. En muchos aspectos, estamos peor que antes. Tal como Pablo VI indica, el “ecumenismo” nos aleja en vez de acercarnos. Ninguna de las afirmaciones del Papa son para tomarlas a broma ni para olvidarlas en un cajón cerrado. La situación de la Iglesia no ha parado de degradarse desde entonces, lo que demuestra que el humo del enemigo se sigue extendiendo y provocando ceguera y desesperación. La pregunta que nos podemos hacer es precisamente ¿Qué hacer? Pero ¿Realmente se trata de hacer algo o más bien de vivir la Voluntad de Dios en toda su extensión?

Hay una esperanza que no podemos perder de vista, la promesa de Cristo: “Sobre esta roca edificare mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). En el Apocalipsis podemos ver el triunfo de Cristo sobre los poderes del mundo. Existen muchas profecías que hablan de lo mismo, entre ellas algunas muy actuales, como las de Fátima y La Sallete. Ante estas profecías de la Virgen, la Iglesia no ha hecho más que encogerse de hombros, como si las palabras de Nuestra Señora no tuvieran relevancia ni trascendencia en el día a día eclesial. En todo caso, se ven como curiosidades o excentricidades de los videntes.


En el siglo XX hemos tenido a santos maravillosos como el Santo Padre Pío. Santos que deberían servirnos de modelo para no desesperar. El Padre Pío conocía la deriva eclesial y estaba al tanto de los mensajes que la fue la Virgen fue dejando en diversos lugares. Mensajes que recibía gente sencilla y humilde, no grandes políticos o poderosos prelados. La Virgen no pide activismo ni cruzadas que destronen al príncipe del mundo sino oración y consagración. Destronar al príncipe del mundo es tarea de Cristo no de nosotros. La Virgen no se cansa de pedirnos oración y confianza, que se integran a la perfección en la consagración de cada uno de nosotros. Nos pide esperanza para cerrar todas aquellas fuentes de humo maligno que nos afligen desde hace décadas. Ahora sólo cabe una pregunta ¿A qué esperamos?

1 comentario:

dijo...

Nos entristece no tener quién nos tenga firmes en la Fe, sin añadir tiniebla y confusión. San Juan Pablo II es subido a los altares para ser vida modelo para los Papas, Dios santifica si renuncias a ti mismo, tomas tu cruz y Sigues al Maestro. Veremos el triunfo, está a la puerta y a la raíz.Abrazo fraterno.

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