domingo, 16 de junio de 2013

Exige de ti que le hagas oír tu voz




“No son los que están sanos los que tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos” (Mt 9,12). Enseña al médico tu herida de manera que puedas ser curado. Aunque tú no se la enseñes, Él la conoce, pero exige de ti que le hagas oír tu voz. Limpia tus llagas con tus lágrimas. Es así como esta mujer de la que habla el evangelio se quitó de encima su pecado y el mal olor de su extravío; es así como se ha purificado de su falta, lavando con sus lágrimas los pies de Jesús.

¡Resérvame para mí también, oh Jesús, el poder lavar tus pies, esos que has ensuciado mientras caminabas conmigo!... Pero ¿dónde encontraré el agua viva con la que podré lavar tus pies? Si no tengo agua, tengo mis lágrimas. ¡Haz que, lavándote los pies con ellas, yo mismo me purifique!

No puedo comparar a esta mujer con cualquiera otra, ya que, con justa razón, fue preferida al fariseo Simón que recibía al Señor a comer. Sin embargo, ella enseña, a todos los que quieren merecer el perdón, que es besando los pies de Cristo y lavándolos con sus lágrimas, enjugándolos con sus cabellos, y ungiéndolos con perfume, la manera de obtenerlo... Si no podemos igualarla, el Señor Jesús sabe venir en ayuda de los débiles. Allí donde nadie sabe preparar una comida, llevar un perfume, traer consigo una fuente de agua viva (Jn 4,10), viene Él mismo. (San Ambrosio de Milán. La Penitencia, II, 8)

El Evangelio de hoy domingo y este breve comentario de San Ambrosio de Milán, nos ayudan a darnos cuenta del valor del arrepentimiento y el tesoro del perdón de Dios. Tesoro que es también vínculo de amor.

La diferencia entre Simón el fariseo y la Pecadora, es que Simón no es capaz de amar al Señor con la profundidad de la Pecadora ¿Por qué? Porque se cree capaz de salvarse por si mismo, cumpliendo la ley. Simón no es capaz de  ofrecerle al Señor aquello que la Pecadora no duda en darle: el amor de un corazón sufriente que está arrepentido y busca el perdón.

Simón es la viva imagen del pelagianismo que vive a veces agazapado dentro de la Iglesia, tal como el Papa Francisco y Benedicto XVI han indicado en varias ocasiones. Creer que nuestros esfuerzos, gestos y normas son los que nos salvan es, por desgracia, demasiado común.

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