¿Quién
es pobre? ¿Quien es rico? Es curioso que todavía pensamos que es rico quien
tiene dinero o bienes valiosos. Hace un par de semanas estuve en la
presentación de un plan social de un ayuntamiento y la consejala de bienestar
social nos decía que cada vez se detectan más pobres rodeados de muebles de
caoba y objetos de plata. ¿Cómo es posible esto? Parece una contradicción
pensar en que quien vive rodeado de bienes de cierto valor, no tenga qué comer
y viva en la más terrible soledad.
Conozco
a personas con propiedades, que viven peor que sus inquilinos. Nadie quiere
comprarles las propiedades y los inquilinos le pagan una miseria. ¿Quién es
rico y quién es pobre?
La
riqueza no se mide en el valor de lo que cada cual posee, sino en la capacidad
de acceder a los bienes más fundamentales: comida, sanidad, compañía, atención,
etc.
… el apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel
cojo que le pedía limosna, le dijo «no tengo plata ni oro, te doy lo que tengo:
en nombre de Jesucristo, echa a andar» (Hch 3, 6)... La palabra de Pedro lo
hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a
aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al
devolverle la salud.
Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar,
sino también a aquellos cinco mil hombres
que ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro
(Hch 4,4). Este pobre que no tenía nada que dar al que le pedía limosna,
distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios, que dio no solo vigor a las
piernas del cojo, sino también la salud del alma y su fe a aquella ingente multitud de
creyentes. (San León Magno.
Sermón 95.2-3)
La
riqueza es la capacidad de dar a los demás y en la medida que retenemos
nuestras capacidades, para nosotros mismos, nos convertimos en avaros y
soberbios. Pedro dio al cojo aquello que poseía y mal hubiera hecho si se
hubiera guardado su capacidad de ayudar.
En
nuestra sociedad el individualismo nos va separando de los demás y haciendo más
improbable encontrarnos con la oportunidad de colaborar, ayudar, compartir o
establecer vínculos humanos. La soledad nos destruye por dentro y por fuera.
Rechazamos el compromiso duradero, porque creemos que eso nos hace perder la
libertad. ¿Qué futuro tiene una sociedad de individuos aislados, que sólo se
relacionan entre ellos de forma indirecta, a través de las máquinas? El diablo
puede estar contento, ya que su plan se va cumpliendo bastante bien, ya que si
no “sufrimos” a nuestros prójimos no encontraremos la imagen de Dios que todos
llevamos dentro nuestra.
Si Pedro
hubiera destinado un centavo diario para que una ONG lo repartiera entre los
pobre, no se hubiera cruzado con el cojo. Al no cruzarse, no le hubiera podido
hablar de Cristo y regalarle la curación de su dolencia.
Sin duda
hay que aprender a dar, pero también hay que saber recibir. Si el cojo hubiera
rechazado el don que Pedro le ofreció, seguiría siendo un cojo que espera una
limosna de su gusto. Muchas veces no nos cuesta dar lo que nos sobra, pero nos
cuesta recibir lo que nos falta.
Vosotros, los que os gloriáis de vuestra pobreza, evitad la soberbia, no
sea que os superen los ricos humildes (San Agustín. Sermón 85,2)
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