Os traigo un breve texto de Monseñor Tomás Spidlík. Jesuita, nacido en 1919 en Moravia, es profesor emérito del Instituto Oriental Pontificio; desde 1991 vive y trabaja en el Centro Aletti (Roma). Es conocido y apreciado en el mundo entero como estudioso de teología espiritual patrística y oriental.
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El Mundo Visible
¿Tenemos que hablar al antiguo modo de la "fuga del mundo" o, más bien, al modo moderno del "diálogo con el mundo"? Parece que la Iglesia, en los últimos tiempos, haya cambiado su actitud hacia el mundo y sus valores, sobre todo tras el Concilio Vaticano II. Son muchas las objeciones y las preguntas que a menudo se oyen, pero no son tan nuevas como parecen y tampoco son superficiales, porque tocan un problema serio.
La actitud del Hombre hacia el mundo y hacia Dios es una cuestión fundamental de la religión. Parece que desde el principio se hayan ofrecido dos posibles soluciones. Ninguna de las dos satisface plenamente. O buscamos a Dios "en el" mundo, y entonces nos exponemos al peligro del panteísmo, monismo, materialismo; o bien, al contrario, declaramos que Dios es esencialmente distinto al mundo, y entonces no eludimos la objeción de los materialistas según la cual la religión distrae el interés del hombre por el mundo. Por lo demás también los ascetas cristianos repiten de buena gana que "el amor a Dios y el amor al mundo son inconciliables". En el evangelio de san Juan se repite este pensamiento a menudo y con insistencia: Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo (Jn 15, 19). Sin embargo, en el mismo evangelio leemos el pensamiento contrario: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna (Jn 3, 16). Cristo es "Salvador del mundo" y envía a sus discípulos "por todo el mundo" (Mc 16, 15) para que sean "la luz del mundo" (Mt 5, 14).
En la Biblia el término mundo es, por tanto, utilizado o en sentido peyorativo o en sentido neutro. Por el contrario, en griego, cosmos es un término totalmente positivo. Significa orden, belleza. Pero hay todavía otra diferencia. Cuando los europeos hablamos del mundo, pensamos sobre todo en el espacio, en su extensión, o bien en su propiedad de mundo viviente en contraste con los minerales. En la lengua aramea, que fue la lengua materna de Jesús, el término alma, mundo, significa, más bien, cierto período de tiempo, más o menos como cuando nosotros decimos: el mundo antiguo, el mundo medieval, etcétera.
De ello se sigue que el término "mundo" pueda tener diversos significados, entre los cuales hay cuatro principales:
1) el mundo visible e invisible, es decir, todo lo que Dios ha creado;
2) la naturaleza visible (excepto el hombre);
3) la sociedad humana (la "vida en el mundo", tener contacto "con el mundo");
4) la sociedad corrupta, el ambiente perverso, las tentaciones ("evitar el mundo"), es decir, el "mundo" en el sentido moral.
Mundo visible
"Sólo el cristianismo ha librado al mundo material de su maldición", escribe precisamente un teólogo reciente. Muchos sistemas filosóficos y religiosos de la antigüedad eran dualistas: veían el mal en la materia. Y aquellos que no eran dualistas no lograban resolver de modo satisfactorio la relación entre Dios y el mundo. Se encontraban ante un dilema. O Dios se ocupa del mundo, y entonces parece que depende del mundo, pierde su omnipotencia y felicidad, o bien, Dios es, como piensa Aristóteles, totalmente ajeno al curso del mundo, y entonces el mundo pierde su valor y el hombre hace bien en huir de este mundo hacia Dios.
En sus bellas homilías sobre el Hexahemeron (que trata sobre la obra divina de los seis días de la Creación), san Basilio muestra que el abismo entre Dios y el mundo se ha superado con la palabra de la Escritura: "En el principio Dios creó..." (Gn 1, 1). El cielo, la tierra, las plantas, los animales, todo lo que vemos no está contra Dios, fuera de su interés, sino que es obra suya. "Y vio Dios que todo era bueno..." (Gn 1, 4ss.). El mundo visible es representado bajo la forma de un bellísimo jardín preparado para quien debe habitar en él, es decir, el hombre.
El recto uso del mundo
En este contexto no tiene sentido hablar de "fuga del mundo". Los libros espirituales establecen, por el contrario, las reglas para "el uso del mundo", el "recto uso de las criaturas". Así leemos, por ejemplo, en la primera meditación de los Ejercicios de San Ignacio: "Todo sobre la tierra ha sido creado para el hombre, para que lo ayudara a alcanzar el fin para el cual ha sido creado". Y justo después de esto se introduce la primera regla para el "uso del mundo": podemos y debemos usar todas las cosas sólo en cuanto sir-van al bien. El mundo es "bueno"; por tanto, no puede ser utilizado sino para el bien. Cualquier otro uso es perverso.
Los autores occidentales destacan que todo puede servir para una buena obra: los campos, la casa, el dinero, la salud, etcétera. Los autores orientales, más contemplativos, hablan con mayor entusiasmo de la belleza del mundo, de su armonía, de sus colores. Todo ello nos sirve para recordar la grandeza y la belleza del Creador. Entonces la naturaleza visible se convierte en "escuela de almas", en un libro abierto en el que se lee a Dios. Los autores modernos añaden algunas consideraciones nuevas. Hablan de la responsabilidad del hombre de hoy para con el mundo, para con el rostro de la naturaleza, para que ésta siga siendo madre y albergue digno de todos.
"El mundo visible es bello -escribe san Gregorio nacianceno-, está compuesto del cielo y de la tierra [...], cada parte es decorosa, pero merece toda admiración la armonía y la unión de cada una de las partes. Todo está en su justa proporción. Es un cosmos perfecto de orden y belleza".
(Traducción del original italiano realizada por Ángela Pérez García, para la revista Magnificat)