sábado, 24 de diciembre de 2011

Feliz Navidad


Mas todo esto fue hecho para que se cumpliese lo que habló el Señor por el Profeta, que dice:

He aquí la Virgen concebirá y parirá un hijo, 
y llamarán su nombre Emmanuel, 
que quiere decir "Dios con nosotros".
(Mt 1,22-23)

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Emmanuel. Dios con nosotros

Habría que investigar quién ha explicado este nombre: si el profeta, el evangelista o algún traductor. El profeta no lo explicó, y el santo evangelista no tenía necesidad de explicarlo puesto que escribía en hebreo (3). Tal vez porque este nombre era de oscuro sentido entre los hebreos merecía explicación. Pero más creíble parece que lo explicara algún traductor para que los latinos lo entendiesen, después de todo, por este nombre se designan las dos naturalezas -divina y humana- en la unidad de persona de Nuestro Señor Jesucristo. Esto es, que el engendrado por Dios Padre antes de todos los siglos de una manera inefable, ése mismo se hizo en la plenitud de los tiempos Emmanuel, Dios con nosotros, de una Madre Virgen. Este nombre "Dios con nosotros" puede significar que se hizo, como nosotros, pasible, mortal, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado, o que unió a su naturaleza divina en unidad de persona nuestra frágil naturaleza que se dignó asumir.(Remigio)

FELIZ NAVIDAD

lunes, 19 de diciembre de 2011

Se le soltó la boca y la lengua empezó a hablar bendiciendo a Dios

A propósito de Juan Bautista leemos en Lucas: «Será grande a los ojos del Señor, y convertirá mucho israelitas al Señor, su Dios. Irá delante del Señor con el espíritu y el poder de Elías, preparando para el Señor un pueblo bien dispuesto» (1,15-17). ¿Por qué, pues, ha preparado un pueblo, y delante qué Señor él ha sido grande? Sin ninguna duda que delante de Aquel que ha dicho que Juan era «más que un profeta» y que «no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista» (Mt 11,9.11). Porque él preparaba un pueblo anunciando por adelantado a sus compañeros de servidumbre la venida del Señor, y predicándoles la penitencia a fin de que, cuando el Señor se hiciera presente, todos se encontraran en estado de recibir su perdón y poder regresar a Aquel para quien se habían hecho extraños por sus pecados...



Sí, «en su misericordia» Dios «nos ha visitado, Sol que viene de lo alto; y ha brillado para los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de muerte, y ha dirigido nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79). Es en estos términos que Zacaríasliberado ya del mutismo en que había caído a causa de su incredulidad, y lleno de un Espíritu nuevo, bendecía a Dios de una nueva manera. Porque en adelante todo era nuevo, por el hecho de que el Verbo, por un proceso nuevo venía a cumplir el primer designio de su venida en la carne para que el hombre, que se había alejado de Dios, fuera por él reintegrado en la amistad con Dios .Y es por ello que este hombre aprendía a honorar a Dios de una manera nueva. (San Ireneo de Lyón. Contra la herejías III, 10,1)
¿Hemos ya vencido nuestra incredulidad? ¿Nuestra lengua salta bendiciendo a Dios de una nueva manera? ¿Qué nos sucede? ¿Por qué callamos con indolencia y desafección? ¿Estamos vacíos de Espíritu? ¿Qué nos atenaza?
«nos ha visitado, Sol que viene de lo alto; y ha brillado para los que estaban sentados en tinieblas y en sombras de muerte, y ha dirigido nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,78-79).
Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a
los hombres de buena voluntad. Te alabamos,
te bendecimos, te adoramos, te glorificamos,
te damos gracias por Tu inmensa gloria,
Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre omnipotente.

Nos atenazan tantas cosas. Tantas inercias, tantos miedos, rencores, suspicacias y resentimientos. Nos atenaza el pecado, que nos convierte en piedras como le sucedió a la mujer de Lot. Al mirar atrás, al mundo, a la voluntad egoista, nos hemos vuelto incapaces de encarnar la vida del Espíritu.

Somos incrédulos, pero todavía tenemos una semana para intentar mejorar algo nuestra predisposición a que nazca el Verbo en nuestro corazón. Dejemos un rato de mirar los ojos ajenos, buscando pajas y veamos en ellos la dicha de Dios vivo. ¿Nos lo impiden nuestras vigas? Las vigas tienen su lugar en la chimenea. Tirémoslas allí y despejemos nuestra mirada.


Miremos a nuestro interior y despejemos el espacio necesario para el nacimiento del Señor. No hace falta más que le dejemos entrar en nuestro establo. Nuestro establo, es decir, nosotros mismo sin estar limpios, ordenados y transformados. Cristo no necesita una habitación de un palacio, sólo un lugar donde cobijarse y empezar su acción transformadora en nosotros.
Dios se hizo carne para que el hombre, que se había alejado de Dios, fuera por él reintegrado en la amistad con Dios. Sé que lo más difícil de todo es aceptar nuestras culpas, confesarlas y dejar que Dios sane las heridas que llevamos dentro. Pero el designio de Dios es que la amistad entre El y cada uno de nosotros, sea una amistad nueva y esplendorosa. 
¿Estamos atentos a abrir la puerta a San José y la Virgen María

jueves, 15 de diciembre de 2011

Adviento y sosiego de corazón

Cuando el hombre, alejándose del alboroto exterior, habiendo cerrado su puerta de la ruidosa multitud de las vanidades, examinado sus tesoros, se recoge en el secreto de su corazón cuando en él ya no existe agitación ni desorden, nada que le estire, nada que le atenace, sino que ya en él todo es dulzura, armonía, paz, tranquilidad, y que todo el pequeño mundo de sus pensamientos, palabras y acciones sonríen al alma como un padre en una familia muy unida y pacífica, de repente nace entonces en su corazón una maravillosa seguridad. De esta seguridad proviene un gozo extraordinario, y de este gozo brota un canto de alegría que estalla en alabanzas a Dios, tanto más fervorosas cuanto tiene más conciencia de que todo el bien que encuentra en sí, es un puro don de Dios. (Elredo de Rielvaux 1110-1167 monje cisterciense. Espejo de la caridad, III, 3,4,6)

Preparando la Navidad, siempre es interesante acercarnos a nuestra interioridad y las luchas y trifulcas internas que nos impiden penetrar en los Misterios que vamos a recordad y revivir.

¿Cómo nos sentimos interiormente? ¿Nuestro estado interior es propicio para vivir una vida cristiana? Elredo nos ofrece una breve texto en el que la quietud interior, que no es quietismo, nos lleva a predisponernos para aceptar la acción de Dios sobre nosotros. Sin esta actitud interior, no disfrutaremos de la conciencia de que todo el bien que encuentra en sí, es un puro don de Dios. 

Las luces de las calles, la música a tope, los centros comerciales atiborrados, la publicidad que nos hiere, no son propicios para recibir en nuestro corazón al Niño Dios, que se ofrece nacer en nosotros.

Dis quiera que seamos capaces de que todo el pequeño mundo de nuestros pensamientos, palabras y acciones sonrían al alma como un padre en una familia muy unida y pacífica. Parte de nuestra voluntad dar el primer paso y corresponde a Dios acogernos y llevarnos donde, de repente, nace entonces en nuestro corazón una maravillosa seguridad.

¿Seguridad? Bueno, también podemos llamarle esperanza, alegría y paz.

lunes, 12 de diciembre de 2011

No sabes de dónde viene ni a dónde va

«Dios todopoderoso, según el apóstol Pablo, tu Espíritu “escruta y conoce las profundidades de tu ser” (1C 2, 10-11), e intercede por mi, te habla en mi lugar con “gemidos inenarrables” (Rm 8,26)… Fuera de Ti nadie escruta Tu misterio; nada que sea extraño a Ti no es suficientemente poderoso para medir la profundidad de tu majestad infinita. Todo lo que penetra en Ti procede de Ti; nada de lo que es exterior a Ti tiene el poder de sondearte…

Creo firmemente que Tu Espíritu viene de Ti por Tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Porque en las realidades espirituales que son dominio tuyo, mi espíritu es limitado, tal como lo dice Tu Hijo único: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”.

Creo en mi nuevo nacimiento sin comprenderlo, y en mi fe guardo lo que escapa a mi comprensión. Sé que tengo el poder de renacer, pero no sé cómo esto se realiza. El Espíritu no tiene ningún límite; habla cuando quiere, y dice lo que él quiere y donde quiere. La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia». (San Hilario de Poitiers. La Trinidad, 12,55s; PL 10, 472)

Cuando nos sentimos abatidos y desorientados nos damos cuenta de lo poco que podemos hacer por nosotros mismos. Sin el Espíritu nada podemos. El Espíritu nos llena y nos lleva donde El quiere y no sabemos las razones de ellos. De igual forma, si el Espíritu se retira de nosotros, nos desinflamos, sentimos el pesimismo entrar en nuestras venas. ¿Qué podemos hacer cuando somos conscientes de nuestra pobreza de ser y nuestra incapacidad? Menudas herramientas se busca Dios para transformar el mundo en el Reino. Ante la evidencia de nuestra debilidad, sólo podemos orar.

Quizás el Espíritu espera que nosotros volvamos a abrir la puerta que nos separa de Dios. Quizás hemos olvidado la necesidad de mantener nuestro contacto con Dios. Orar nos ayuda a sintonizar la “emisora” por la que Dios nos transmite su Gracia. Pero, que difícil es orar en una sociedad que nos satura de deberes y responsabilidades superfluas. Complicado, pero no imposible.

San Hilario nos da una pista estupenda para entender que nos sucede “La razón de de su partida y de su venida permanecen desconocidas para mi, pero tengo la profunda convicción de su presencia”. La presencia del Espíritu es lo que nos muestra el pomo de la puerta que hemos de abrir. El pomo es la Esperanza. Sin la Esperanza nada podemos y la Esperanza nace de la presencia de Dios mismo. ¿Dónde mejor podemos sentir la presencia de Dios que en los sacramentos? Pero también tenemos la Palabra de Dios en los Evangelios y la oración personal.

Nos recuerda San Hilario: “No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de nuevo’. Porque el Espíritu sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que ha nacido del agua y del Espíritu”. Así es todo el que ha nacido del Espíritu. Así hemos de ser nosotros mismos cuando nazcamos de nuevo.

Sólo podremos decir, como San Hilario dice en forma de oración:”Creo firmemente que Tu Espíritu viene de Ti por Tu Hijo único; aunque yo no comprendo este misterio, tengo, respecto a él, una profunda convicción. Dejemos que la Gracia de Dios actúe en nosotros y nos de fuerzas para llevar a cabo la Voluntad de Dios.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Guardarás silencio porque no has dado Fe a mis palabras...

En nosotros, la voz y la palabra no son la misma cosa, porque la voz se puede hacer oír sin que tenga ningún sentido, sin palabras, y la palabra igualmente puede ser transmitida al espíritu sin voz, como ocurre con el discurso en nuestro pensamiento. De la misma manera, puesto que el Salvador es Palabra..., Juan difiere de él siendo la voz, por analogía con Cristo que es la Palabra. Es esto lo que el mismo Juan responde a los que le preguntan quién es: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: 'Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos'» (Jn 1,23).

Es posible que sea por esta razón que Zacarías, porque dudó del nacimiento de esta voz que debía revelar a la Palabra de Dios, perdió la voz y la recuperó al nacer el que es esta voz , el precursor de la Palabra (Lc 1,64). Porque para que el espíritu pueda captar la palabra que designa a la voz, es preciso escuchar la voz. Es también por eso que, según la fecha de su nacimiento, Juan es un poco mayor que Cristo; en efecto, nosotros percibimos la voz antes que la palabra: Juan señala así a Cristo, porque es por una voz que la Palabra se manifiesta. Igualmente Cristo es bautizado por Juan, que confiesa tener necesidad de ser bautizado por él (Mt 3,14)... En una palabra, cuando Juan muestra a Cristo, es un hombre que muestra a Dios, al Salvador incorporal; es una voz que muestra la Palabra. (Orígenes, Comentario al evangelio de san Juan, 2, 193s)

Es inmensa la profundidad de las analogías que nos entrega en Nuevo Testamento. La Palabra (Logos) no significaba para los griegos un conjunto de letras a las que se ha asignado un significado. Logos es palabra en cuanto meditada, reflexionada o razonada, es decir: "razonamiento", "argumentación", "habla" o "discurso". También puede ser entendido como: "inteligencia", "pensamiento", "sentido". Por eso Cristo aparece en el prólogo del Evangelio de San Juan como “Logos” y no como “epos” o "lexis". El Logos es comunicación de coherencia, trascendencia y sentido.

San Juan Bautista aparece en los Evangelios como la voz que clama en el desierto. La voz nos permite reconocer a quien la emite o en todo caso, dar noticia de nuestra presencia. Pero la voz no transporta por si misma significado.

Quien clama en el desierto, indica su presencia allí donde nadie es capaz de darse cuenta de su presencia. ¿No es esta analogía la evidencia de la humanidad que es indiferente a la voz del cristianismo? Nosotros sólo podemos aspirar a ser como San Juan Bautista. Clamamos en el desierto intentando propagar la Palabra de Dios. Pero es la Palabra, el Logos, quien tiene significado y transforma a quien la recibe.

La Palabra camina sobre la voz y nuestra misión es ceder nuestra voz a Cristo, para que sea El quien llegue a quien abra su corazón a Dios. Sin duda nuestra misión depende en gran medida de los medios que empleemos y de la técnica que utilicemos, pero ni los medios ni la técnica son la Palabra. Sin duda, una boca cerrada no transmite mensaje, ni tampoco lo transmite un balbuceo ininteligible. Pero ni la voz más fuerte ni la retórica más diestra, podrán ser por si mismas nada más que indicación de presencia. Nuestra labor es tan sencilla como imposible: permitir que la Palabra tome nuestra voz para transformar el desierto en un vergel, trasformar el mundo en el Reino de Dios.

Cristo es bautizado por Juan, que confiesa tener necesidad de ser bautizado por él (Mt 3,14) Por mucho que queramos ser útiles a Dios, es Dios quien nos hace útiles para su plan. Recibamos a la Palabra en nuestro corazón y pidamos que sea Ella quien nos transforme en herramientas eficaces en manos de Dios.

…cuando Juan muestra a Cristo, es un hombre que muestra a Dios, al Salvador incorporal; es una voz que muestra la Palabra.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuando veais que suceden estas cosas, sabed que está cerca el Reino de Dios

«En él vivimos, tenemos el movimiento y el ser» (Hch 17,28). Dichoso el que vive por él, que está movido por él y en él tiene la vida. Me preguntaréis, puesto que los rasgos de su venida no se pueden descubrir ¿cómo puedo saber que está presente? Él es vivo y eficaz (Hb 4,12); a penas ha entrado en mí que ha desvelado mi alma dormida. Ha vivificado, enternecido y excitado mi corazón que estaba amodorrado y duro como una piedra (Ez 36,26). Comenzó a arrancar y escardar, a construir y plantar, a regar mi sequedad, a alumbrar mis tinieblas, a abrir lo que estaba cerrado, a inflamar mi frialdad, y también a «enderezar los senderos tortuosos y allanar los lugares ásperos» de mi alma (Is 40,4), de manera que pudiera «bendecir al Señor y todo lo que está en mi bendiga su santo nombre» (Sl 102,1).

El Verbo Esposo vino a mí más de una vez, pero sin dar señales de su irrupción... Es por el movimiento de mi corazón que he percibido que estaba allí. He reconocido su fuerza y su poder porque mis malos hábitos y mis pasiones se apaciguaban. El poner en discusión o acusación mis sentimientos oscuros me ha llevado a admirar la profundidad de su sabiduría. He experimentado su dulzura y su bondad en el suave progreso de mi vida. Viendo «renovarse el hombre interior» (2C 4,16), mi espíritu en lo más profundo de mí mismo, ha descubierto un poco su belleza. Captando con una simple mirado todo este conjunto, he temblado ante la inmensidad de su grandeza. (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los cantares, nº 74)

Entramos en el Adviento, tiempo litúrgico que nos debería preparar para el nacimiento de Cristo en la Navidad. La Navidad nos parece algo externo que nos conmueve una vez al año. ¿Es esto lógico? la Navidad debería de nacer en nosotros y después nosotros llevarla hacia el exterior.

San Bernardo nos responde a cómo podemos saber su Cristo ha nacido en nosotros. Cristo nos aviva el alma, a vivificado nuestro ser que estaba duro y amodorrado, rascó, escardó e iluminó nuestra alma. Todo ello produce que bendigamos el Nombre de Dios.

El Verbo llega en silencio, pero nuestro ser se conmueve cuando la Gracia de Dios llega a nosotros. Nuestros malos hábitos y pasiones se atenúan y parecen alejarse de nosotros. La Sabiduría deja de ser algo que tienen otros y ahora brota de nuestro interior. La dulzura y la bondad son parte de nosotros.

Nuestro espíritu ha conocido un poco de la Belleza de Cristo y temblamos ante la inmensidad y grandeza que se abre delante de nosotros.

¿Estamos entre los benditos que han vivido esto en nuestro interior?

Pues, estimado lector, tenemos una buena tarea por delante. Tarea que no es personal, sino comunitaria y en comunión. Comunitaria, porque Cristo se descubre en nuestros hermanos y en comunión con Dios. La Gracia de Dios no se conquista con esfuerzo personal, pero necesitamos de la voluntad real de recibirla. ¿Realmente queremos hacerlo?

El Adviento es un tiempo propicio para buscar la valentía necesaria para aceptar la Gracia y dejar que Cristo nos transforme. Es el tiempo de preparación para la Navidad. Navidad que debe ser interior. Cristo debe nacer en nosotros.

Créame, si nos planteamos con seriedad recibir la Gracia transformadora de Dios, nos daremos cuenta de la inmensa responsabilidad que conlleva. Al darnos cuenta de lo que pedimos, no es extraño que demos un paso atrás, temiendo ser transformados. ¿Cómo atrevernos a dar el paso?

Tenemos una pista insustituible. Miremos a la Virgen, ella actuó con plena libertad, dejando su voluntad en manos de Dios.

He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38)

Cuando sintamos que suceden estas cosas en nuestro interior, es que está cerca el Reino de Dios.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Oigo en mi corazón: "Busca mi rostro..."

Habla, corazón mío; ábrete todo entero y dirígete a Dios: «Busco tu rostro; sí, Señor es tu rostro que busco» (Sl 26,8). Y Tú, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón cómo y dónde he de buscarte; cómo y dónde he de encontrarte, Señor. Señor, si Tú no estás aquí, si estás ausente ¿dónde buscarte? Y si es que estás presente en todas partes ¿por qué yo no puedo verte? Ciertamente, Tú habitas en una luz inaccesible. Pero ¿dónde está esta luz inaccesible? ¿Quién me conducirá hasta ella y me introducirá en ella para que yo pueda verte? Y luego, ¿bajo qué signos, bajo qué figura podré descubrirte? No te he visto jamás, Señor Dios mío, y no conozco tu rostro. Altísimo Señor, ¿qué puedo hacer, qué hará este desterrado lejos de ti? ¿Qué puede hacer tu siervo, ansioso de tu amor y alejado de tu rostro? Aspira a contemplarte y tu rostro se le oculta enteramente. Desea reunirse contigo, pero tu mansión es inaccesible. Ansía encontrarte, pero no sabe dónde habitas. Emprende tu búsqueda, pero desconoce tu rostro.

Señor, Tú eres mi Dios, Tú mi Maestro, y sin embargo yo no te he visto. Tú me has creado y me has redimido, Tú me has dado todos mis bienes, y sin embargo no te conozco aún. Me has hecho con la única finalidad de que te vea, y sin embargo yo no he realizado aún mi destino. Miserable condición la del hombre que ha perdido aquello para lo que fue creado... Te encontraré al amarte y te amaré mientras te encuentro. (San Anselmo de Canterbury, Proslogion, 1)

San Anselmo de Canterbury nos relata el ansia de conocer a Dios que todos llevamos en nuestro corazón. Dios no puede ser visto con la luz que penetra en nuestros ojos, por eso San Anselmo nos dice que habita en una luz inaccesible. ¿Quién me conducirá hasta ella y me introducirá en ella para que yo pueda verte? Y luego, ¿bajo qué signos, bajo qué figura podré descubrirte?

Ese Quien es Cristo que es el Logos, la Palabra que da sentido y llena toda nuestra existencia. Pero ¿Cómo descubro a Dios? ¿Qué signos y qué figura nos da noticias suyas? En libro del Exodo nos dice: Y añadió: «Pero mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo.» (Ex 33,20) El rostro de Dios no puede verse, entonces, ¿por qué dicen los Evangelios?: “Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5:8)

Leamos lo que nos dice Orígenes de Alejandría:

Y si alguien nos pregunta por qué está dicho: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8), nuestra posición, a mi juicio, se afirmará mucho más con esto, pues ¿qué otra cosa es ver a Dios con el corazón, sino entenderle y conocerle con la mente, según lo que antes hemos expuesto? En efecto, muchas veces los nombres de los miembros sensibles se refieren al alma, de modo que se dice que ve con los ojos del corazón esto es, que comprende algo intelectual con la facultad de la inteligencia. Así se dice también que oye con los oídos cuando advierte el sentido de la inteligencia más profunda. Así decimos que el alma se sirve de dientes cuando come, y que come el pan de vida que descendió del cielo. (Orígenes de Alejandría. Los Principios)

“Fides quaerens intellectum”, la Fe necesita entender. La Fe necesita entender y ese entendimiento es la luz inaccesible que sólo Dios nos ofrece a través de los dones de ciencia y entendimiento. Luz que nos permite ver a  Dios con los ojos de un corazón limpio de prejuicios y sinsentidos.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La belleza. Corazón Eucarístico de Jesús

Como he realizado en varias ocasiones, les recomiendo que lean esta entrada del Blog Corazón Eucarístico de Jesús. El Sagrario. Merece la pena, créanme

Les dejo un botón de muestra. Pulsen sobre la imagen para acceder a la entrada completa.


La Belleza orienta al hombre a Dios, y toda verdadera Belleza suscita en el hombre la contemplación o fruición que diría San Agustín, deseando abrazar al Autor de toda Belleza.


La Belleza abre una ventana al hombre para que mire al infinito.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Serenidad de corazón


Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencia, y en silencio ha de ser oída de alma.

Lo que habléis sea de manera que no sea nadie ofendido, y que sea en cosas que no os pueda pesar que los sepan todos.

Callad lo que Dios os diere y acordaos de aquel dicho de la esposa: Mi secreto es para mi.

Procurad conservar el corazón en paz; no le desasosiegue ningún sucedo de este mundo; mirad que todo se ha de acabar.

No apacentéis el espíritu en otra cosa que en Dios. Desechad las advertencias de las cosas y traed paz y recogimiento en el corazón.

Traed sosiego espiritual en advertencia de Dios amorosa; y cuando fuere necesario hablar, sea con el mismo sosiego y paz.

Traed interior desasimiento de todas las cosas y no pongáis el gusto en alguna temporalidad, y recogerá vuestra alma a los bienes que no sabe.

El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa.

El amor no consiste en sentir grandes cosas, sino en tener grande desnudez y padecer por el Amado (San Juan de la Cruz, selección de frases)

Tras el empacho electoral que hemos vivido en los últimos días, es muy sano hacer una cura de sosiego, profundidad y sentido. Tantas apariencias, tantos afanes, tantos poderes terrenales nos embaucan en mil proyecciones mentales, que nos arrastran a las esperanzas terrenales. El mundo no puede darnos más que Dios y la realidad nos se transforma más que por la Gracia de Dios.

Nuestro corazón, que es nuestro ser que se manifiesta por medio de emoción, entendimiento y voluntad, debe centrarse en Cristo y no tener cada dimensión en un lugar diferente.

Ciertamente la crisis que vivimos nos invita al cambio, pero no a cambios externos que no son más que apariencias. Nos invita al cambio interior, que es el que realmente conlleva consecuencias ciertas y verdaderas en nuestra vida personal y social.

Quiera Dios darnos la fuerza y la templanza necesarias para no esperar del mundo lo que sólo de Dios puede provenir. Dios nos ayude.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Cinco caminos para la conversión


¿Queréis que os indique los caminos de la conversión? Son numerosos, variados y diferentes, pero todos conducen al cielo. El primer camino de la conversión es aborrecer nuestros pecados. “Empieza tú a confesar tus pecados para ser justo.” (Is 43,26) Esto porque dice el profeta: “Me dije: -confesaré al Señor mis culpas.- Y tú perdonaste mi falta y mi pecado.” (Sal 31,5) Condena tú mismo las faltas que has cometido y esto bastará para que el Maestro te escuche. El que condena sus pecados irá con más cuidado para no recaer en ellos...

Hay un segundo camino que no es inferior al primero y es: no guardar rencor a nuestros enemigos, dominar nuestra cólera para perdonar las ofensas que nos infligen nuestros compañeros de servicio, porque así obtendremos el perdón de las ofensas contra el Maestro. Es la segunda manera de obtener la purificación de nuestras faltas. “Si perdonáis a vuestros deudores, dice el Señor, mi Padre que está en el cielo perdonará también vuestras faltas.” (Mt 6,14)

¿Quieres conocer el tercer camino de la conversión? Es la oración ferviente y atenta desde el fondo del corazón... El cuarto camino es la limosna. Tiene un poder  considerable e indecible... Luego, la modestia y la humildad no son medios menores para destruir el pecado desde la raíz. Tenemos como testimonio de ello el publicano que no podía proclamar sus buenas acciones sino que en su lugar ofreció su humildad y depositó ante el Señor el pesado fardo de sus faltas. (Lc 18,9ss)

Acabamos de indicar cinco caminos hacia la conversión... ¡No te quedes inactivo sino que cada día avanza por estos caminos! Son fáciles, y a pesar de tus miserias puedes ir por ellos.
(San Juan Crisóstomo. Sermón sobre el demonio tentador)

San Juan Crisóstomo nos indica cinco caminos para la conversión y nos dice que son fáciles de transitar, a pesar de nuestras miserias. ¿Fácil? ¡Vaya facilidad! ¿Cómo es entonces lo difícil?

Yo diría que es imposible andar esos caminos si solo contamos con nuestras fuerzas. Me pregunto si algo puede ser fácil de hacer sin contar con la Gracia de Dios. Pero con Dios por medio, nada se pierde o se malogra. Podemos emplear los talentos que Dios nos ha dado para andar estos caminos. Casi diría que Dios nos ha dado sus dones con esta intención y no para que nos apropiemos de ellos para nuestro beneficio terrenal.

Es cierto que podemos esconder nuestros talentos y vivir lo que nos toque vivir de forma desafectada. Pero entonces ¿Qué podremos entregar a Dios cuando estemos frente a El? Devolverle los talentos sin más, es una bofetada al amor que El nos ha dado. ¿Qué frutos han dado nuestros dones? En qué ayudamos a hermanos, Iglesia, sociedad y a la creación en su conjunto.

Si es triste devolver el mismo talento que Dios nos ha dado, más triste es no tener nada que devolver. Decirle a Dios que hemos gastado su don y que no somos capaces ni de devolverlo. Decirle a Dios que nos hemos desatendido a nosotros mismos hasta rompernos.

El mundo nos llama a gastarnos a nosotros mismos olvidando lo que somos y nuestra responsabilidad con nosotros mismos, los demás y lo creado. El mundo nos grita que nos gastemos para olvidar el sufrimiento que llevamos dentro. Nos dice que lo mejor vivir sin más y morir sin más. Sin dignidad como personas, somos marionetas que viven bailando al son del mundo.

Pero la responsabilidad no es solo con nosotros mismos ¿Cuidamos todo lo que Dios nos ha legado? ¿Podemos entregar más de lo que hemos recibido de Su mano? El planeta y la sociedad que dejamos detrás de nosotros, ¿Es un poco mejor gracias a los dones de Dios que hemos empleado? En los tiempos de crisis que vivimos, la parábola de los talentos tiene más profundidad que de costumbre.

Pero ¿Cómo caminar los cinco caminos de la perfección? Dijo Cristo: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.” (Jn 14,6)

Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir detrás de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y que me siga. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. (Mt 16, 24-25)

No nada fácil entrar en los cinco caminos si no contamos con la Gracia y los dones que Dios nos ha dado. Pero tenemos esos dones y la Gracia de Dios ¿A que esperamos?

domingo, 6 de noviembre de 2011

Tened encendidas las lámparas

La oración hecha durante la noche tiene un gran poder, mayor que la que se hace durante el día. Es por eso que todos los santos han tenido la costumbre de orar de noche, combatiendo el amodorramiento del cuerpo y la dulzura del sueño, sobreponiéndose a su naturaleza corporal. El mismo profeta decía: «Estoy agotado de gemir: de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas» (Sl 6,7) mientras suspiraba desde lo hondo de su corazón con una plegaria apasionada. Y en otra parte dice: «Me levanto a medianoche a darte gracias por tus justos juicios.» (Sl 118, 62). Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían.

El mismo Satanás nada teme tanto como la oración que se hace durante las vigilias. Aunque estén acompañadas de distracciones, no dejan de dar fruto, a no ser que se pida lo que no es conveniente. Por eso entabla severos combates contra los que velan para hacerles desdecir, tanto como sea posible, de esta práctica, sobre todo si se mantienen perseverantes. Pero los que se ven fortificados contra estas astucias perniciosas y han saboreado los dones de Dios concedidos durante las vigilias, y han experimentado personalmente la grandeza de la ayuda que Dios les concede, le desprecian enteramente a él y a todas sus estratagemas. (San Isaac de Siria. Sermones ascéticos)


San Isaac nos habla de orar de noche, en vigilias que se adentran en la madrugada y que se extienden hasta las primeras luces de la mañana. ¿Tenemos hoy en día la capacidad de entender este tipo de oración? Seguramente nos parezca un esfuerzo inútil. Ciertamente la oración nocturna es beneficiosa, pero hay noches que no son la ausencia de sol.  

La oración es como una vela encendida en la noche. La noche interna que todos vivimos mientras vivimos en este mundo. La oración es una vela que nos ilumina y nos permite contemplar lo que nos rodea y en lo que nos rodea encontramos a Dios. Si oramos en todo momento, la oscuridad del mal se encuentra una luz que no les es fácil superar.

¿Cuáles son los beneficios que nos indica San Isaac? ¿Serán aquellos que queramos y que incorporemos a modo de súplica? San Isaac nos dice que podemos tener esperanza “a no ser que se pida lo que no [sea] conveniente

Los beneficios que Dios nos ofrece son dones y virtudes. Dones y virtudes que nos transforman por medio de la Gracia de Dios. Una vez transformados, veremos las necesidades y caprichos del mundo, como innecesarios. Lo que sentiremos será el llamado de la santidad que es lo que realmente deberíamos pedir en todo momento: “”Por cada una de las peticiones que los santos querían dirigir a Dios con fuerza, se armaban con la oración durante la noche y así recibían lo que pedían”. Los santos saben qué pedir y Dios sabe como darles aquello que piden.

Roguemos a Dios para que nos ayude a saber pedir de corazón sus dones y virtudes. 

domingo, 30 de octubre de 2011

Sobre la oración en la vida del cristiano

Es preciso que no restrinjas tu oración a la sola petición en palabras. En efecto, Dios no necesita que se le hagan discursos; sabe, aunque no le pidamos nada, lo que nos hace falta. ¿Qué hay que decir a esto? La oración no consiste en fórmulas: engloba toda la vida. «Por tanto, ya comáis, ya bebáis, dice el apóstol Pablo, o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.» (1C 10,31). ¿Estás en la mesa? Ora: al tomar el pan, agradece a quien te lo ha concedido; bebiendo el vino, acuérdate del que te ha hecho este don para alegrar tu corazón y solazar tus miserias. Acabada la comida, no te olvides de tu bienhechor. Cuando te pones la túnica, agradece al que te la ha dado; cuando te pones tu manto, muestra tu afecto a Dios que nos provee de vestidos adecuados para el invierno y para el verano, y para proteger nuestra vida.

Acabado el día, agradece a aquel que te ha dado el sol para trabajar durante el día y el fuego para iluminar la noche y proveer nuestras necesidades. La noche te da motivos para la acción de gracias; mirando el cielo y contemplando la belleza de las estrellas, ora al Señor del universo que ha hecho todas las cosas con tanta sabiduría. Cuando contemplas a la naturaleza dormida, adora a aquel que con el sueño nos alivia de todas nuestras fatigas y, a través de un poco de descanso, devuelve el vigor a nuestras fuerzas.

Así orarás sin descanso, si tu oración no se contenta con fórmulas y si, por el contrario, te mantienes unido a Dios a lo largo de toda tu existencia, de manera que hagas de tu vida una incesante oración. (San Basilio, Homilía 5)

Nos dice San Basilio que la oración no consiste en emitir un conjunto de frases de manera automática, sino que engloba toda nuestra vida. En cierto sentido este texto de San Basilio me hace pensar en el testimonio vital de todo cristiano. Ser cristiano en todo momento es orar con nuestra propia vida a Dios. Si cada acción, intención y pensamiento tiene como origen poner nuestra voluntad en manos de Dios, es como si orásemos de forma activa.

Pero también nos hace falta hablar a Dios con palabras. Las palabras nos comunican con Dios de una forma especialmente cercana. Tampoco podemos desdeñar orar utilizando formulas, siempre que la oración no sea una formula, sino que cada palabra brote del alma.

"Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26)

Incluso si nos somos capaces de articular palabra alguna, el Espíritu intercede por nosotros a Dios. 

domingo, 23 de octubre de 2011

si alguno quiere venir en pos de mí...

Entonces dijo Jesús a sus discípulos, "si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque el que su alma quisiere salvar, la perderá. Mas el que perdiere su alma por mí, la hallará". (Mt 16, 24-25)
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Cristo nos indica tres acciones para ir hacia El:

  • Negarnos a nosotros mismos
  • Tomar nuestra cruz
  • Seguirlo


    Por qué tres acciones y estas tres precisamente. Leamos lo que San Gregorio Magno nos dice:

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    Porque el que no se niega a sí mismo no puede aproximarse a aquel que está sobre él. Pero si nos abandonamos a nosotros mismos, ¿adónde iremos fuera de nosotros? ¿O quién es el que se va, si se abandona a sí mismo? Nosotros somos una cosa caídos por el pecado y otra por nuestra naturaleza original. Nosotros nos abandonamos y nos negamos a nosotros mismos, cuando evitamos lo que fuimos por el hombre viejo y nos dirigimos hacia donde nos llama nuestra naturaleza regenerada.

    Podemos tomar la cruz de dos maneras. O dominando nuestro cuerpo con la abstinencia, o cargando nuestro espíritu con la compasión que inspiran las miserias del prójimo. Pero como muchas veces se mezclan algunos vicios con la virtud, debemos tomar en consideración que algunas veces la vanagloria acompaña a la mortificación de la carne y la virtud se hace visible y digna de alabanza, porque aparece la sequedad en el cuerpo y la palidez en el rostro. Y casi siempre se une una falsa piedad a la compasión del alma que nos arrastra con frecuencia a condescender con los vicios. El Señor a fin de evitar todo esto dice: "Y sígueme". (San Gregorio Magno, Homilias sobre el Evangelio, 32, 2-3.)

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    Muchas veces me he preguntado cómo negarme a mi mismo sin negar, al mismo tiempo, aquello que está caído y aquello que es reflejo de Dios. No es fácil negarse a uno mismo sin caer en cierta pasividad volitiva, por eso la frase de Cristo no puede ser desmembrada en dos partes inconexas. No basta con negarse a si mismo, tenemos que tomar la Cruz y seguir al Señor.

    Imaginemos que estamos dentro de un grupo y por alguna razón alguien nos desdeña o desprecia o hiere. Nuestro orgullo salta y nos sentimos dolidos. ¿Qué nos hace sentirnos así? ¿El reflejo de Dios o la herida que portamos dentro? Cristo se ofreció hasta la muerte, por lo que si le seguimos no dudaríamos en sabernos en el camino correcto.

    Dice San Gregorio Magno. “Nosotros nos abandonamos y nos negamos a nosotros mismos, cuando evitamos lo que fuimos por el hombre viejo y nos dirigimos hacia donde nos llama nuestra naturaleza regenerada.” A lo que añade: “Podemos tomar la cruz de dos maneras. O dominando nuestro cuerpo con la abstinencia, o cargando nuestro espíritu con la compasión que inspiran las miserias del prójimo.

    ¿Somos capaces de sentir que el dolor es el camino? Pero no se trata de herirnos a nosotros mismos para dañarnos. Ese dolor carece de verdadero sentido en Cristo. El dolor es el camino, siempre que carguemos nuestro espíritu con compasión para aquel que produce el dolor. Además ¿Realmente valemos algo por nosotros mismos? ¿Por qué tendríamos que sentirnos heridos si sabemos que no podemos nada sin Cristo?

    Pensemos con detenimiento qué es lo que realmente nos duele. No nos duele el desprecio sino la herida que portamos en nuestro interior y que nuestros hermanos, a veces, saben tocar con certera precisión. Cada vez que sintamos el dolor de la naturaleza herida, tengamos compasión de quien sabe tocar para causar el dolor. El sabe donde tocar porque porta la misma herida. No es diferente de nosotros, por lo que merece la misma compasión que tanto anhelamos. El tiene las mismas miserias que nosotros llevamos a cuestas.

    Todo esto puede ser medianamente fácil de decir y de comprender, pero cuando duele, ninguna razón puede callar el grito de sale de nuestro ser.

    ¿Cómo sobrellevar el dolor de lo que somos y compartimos con los demás? Llevando la Cruz que somos nosotros mismos y llevándola en dirección y sentido a Cristo. No nos quedemos en la estéril negación y esperemos que la pasividad, que es simple vanagloria, nos reconforte. El Señor a fin de evitar todo esto dice: "Y sígueme"

    Este esfuerzo es sobrehumano y únicamente Dios mismo nos puede dar fuerzas para llevarlo a cabo. Se trata de transformar nuestra naturaleza y Dios en el único que puede hacerlo. Dios nos dé fortaleza, templanza y sabiduría para soportar el dolor mientras caminamos hacia El.

    sábado, 15 de octubre de 2011

    Haz brillar sobre nosotros la Luz de Tu rostro


    De la misma manera que esta moneda de plata lleva la imagen del César, igualmente nuestra alma es imagen de la Santa Trinidad, según lo que se dice en el salmo: «La luz de tu rostro está impresa en nosotros, Señor» (Salmo LXX). Señor, la luz de tu rostro, es decir, la luz de tu gracia que establece en nosotros tu imagen y nos hace semejantes a ti, está impresa en nosotros, es decir, impresa en nuestra razón, que es el poder más alto de nuestra alma y recibe esta luz de la misma manera que la cera recibe la marca del sello. El rostro de Dios es nuestra razón; porque de la misma manera que se conoce a alguien por su rostro, así conocemos a Dios por el espejo de la razón. Pero esta razón ha sido deformada por el pecado del hombre, porque el pecado hace que el hombre se oponga a Dios. La gracia de Cristo ha reparado nuestra razón. Por esto el apóstol Pablo dice a los Efesios: «Renovad vuestro espíritu» (4, 23). La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...

    Toda la Trinidad ha hecho al hombre según su semejanza. Por la memoria se asemeja al Padre; por la inteligencia, se asemeja al Hijo; por el amor se asemeja al Espíritu... En la creación el hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). Imagen en el conocimiento de la verdad; semejanza en el amor de la virtud. La luz del rostro de Dios es, pues, la gracia que nos justifica y que revela de nuevo la imagen creada. Esta luz constituye todo el bien del hombre, su verdadero bien, y le marca igual que la imagen del emperador está impresa en la moneda de plata.

    Por eso el Señor añade: «Dad al César lo que es del César». Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro. (San Antonio de Padua)

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    Este texto de San Antonio nos recuerda que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Imagen que no es igualdad, semejanza que no es equivalencia. Sucede igual que con una imagen pintada de nosotros en un cuadro. El artista plasma en el cuadro una imagen que no es idéntica a nosotros, no tiene la misma naturaleza humana, aunque encontremos una semejanza que nos permita reconocernos en la obra.

    San Antonio nos muestra como la semejanza con Dios conlleva también una semejanza con la Santísima Trinidad. La Luz, que es Cristo, ilumina esta semejanza y le da todo su sentido. Somos inteligencia, memoria y amor. Sentimos, pensamos y actuamos. La Fe, Esperanza y Caridad habitan en nosotros cuando Dios nos las regala. La Luz actúa en nosotros y nos transforma “La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...


    ¿Podía ser de otra forma? Dios nos ha donado el ser. Qué podemos hacer nosotros que ofrecer nuestro Ser a Dios, su auténtico dueño. Sería lo lógico tras leer los Evangelios con tranquilidad. Cristo nos dice de diversas formas que sin El nada podemos, que tenemos que negarnos a nosotros mismos, que el mundo nos detesta, que Dios es quien pone las palabras en nuestra Boca, que debemos renacer del Agua y del Espíritu, etc. ¿Por qué no dejar que la Luz nos transforme?

    A partir de esta reflexión, San antonio pasa a una frase importante dentro de los Evangelios: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt. 22, 15-21) Una maravillosa expresión que nos recuerda la diferencia entre lo que somos y lo que tenemos. Lo que tenemos puede ser dado al Cesar si es justo hacerlo, pero lo que somos, sólo puede ser donado a Dios.

    Demos al Cesar lo que es de ley darle, pero no olvidemos dar a Dios lo que es de Dios.

    domingo, 9 de octubre de 2011

    La Trascendente Proporción


    Advierto que hoy traigo un texto un poco más difícil que de costumbre. De vez en cuando me gusta compartir este tipo de reflexiones, a fin de enlazar con otras personas que puedan compartir este tipo de inquietudes místicas. A lo mejor se sorprenden de la existencia de una mística científica, ya que tras el renacimiento ha sido casi totalmente olvidada. La irrupción del nominalismo hizo que la vía mística de la ciencia quedara detenida. 

    Su autor, Nicolás de Cusa, fue cardenal y obispo de Bresanona, ciudad del norte de Italia. Nació en Cusa en el año 1401 y muere en Todi en año 1464. Fue uno de los teólogos que iniciaron la transición del medievo al renacimiento por medio de un entendimiento unitario de todo lo que existe. Este fragmento de su obra “La Docta Ignorancia” nos da una clave para entender el misterio de los paradigmas que nos hablan de Dios en todo lo que existe.

    Todos nuestros más sabios, más divinos y más santos docto­res están de acuerdo en que realmente las cosas visibles son imágenes de las invisibles, y que nuestro creador puede verse de modo cognoscible a través de las criaturas, casi como en un espejo o en un enigma. Y el que las cosas espirituales, que para nosotros son por sí mismas intan­gibles, puedan ser investigadas simbólicamente, tiene su raíz en las cosas que antes se han dicho. Puesto que todas las cosas guardan entre sí cierta proporción (que para nos­otros, sin embargo, es oculta e incomprensible), de tal manera que el universo surge uno de todas las cosas y todas las cosas en el máximo uno son el mismo uno. Y aunque toda la imagen parezca acercarse a la semejanza del ejem­plar, sin embargo, excepto la imagen máxima, que es lo mismo que el ejemplar en la unidad de la naturaleza, no hay una imagen de tal modo similar, o igual, al ejemplar que no pueda hacerse más semejante y más igual infinita­mente, como ya hemos visto antes que es evidente.

    Cuando se haga una investigación a partir de una imagen, es necesario que no haya nada dudoso sobre la imagen en cuya trascendente proporción se investiga lo desconocido, no pudiendo dirigirse el camino hacia lo in­cierto, sino a través de lo presupuesto y cierto. Todas las cosas sensibles están en cierta continua inestabilidad a causa de su potencialidad material, abundante en ellas. Lo que es más abstracto que esto, cuando se reflexiona sobre las co­sas (no en cuanto que carecen de raíz de elementos natu­rales, sin los cuales no pueden ser imaginadas, ni en cuanto yacen bajo la fluctuante potencialidad) vemos que es muy firme y muy cierto para nosotros, como ocurre con los ob­jetos matemáticos; por lo cual los sabios buscaron hábil­mente en ellos, por medio del entendimiento, ejemplos para la indagación de las cosas. Y ninguno de los antiguos, a quien se considere importante, buscó otra semejanza que la matemática para las cosas difíciles. (Nicolás de Cusa. La Docta Ignorancia, fragmento C. XI)

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     En una conversación en Facebook apareció la palabra “proporción”. Mi interlocutor me pregunto qué tenía que ver esa palabra en lo que estábamos dialogando. ¿Tienen que ver el cristianismo con la proporción? Es complicado encontrar mejor referencia de este concepto que la frase bíblica que se refiere a Cristo: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.” (Salmo 117, 22-23).

    La piedra angular o clave de bóveda es aquella que se coloca en la parte superior de los arcos y que reparte proporcionalmente los empujes para dar estabilidad a la construcción. Entender qué es esta piedra angular nos permite entender qué función tiene Cristo en nosotros y la Iglesia.

    Hay otros muchos aspectos de nuestra Fe que se iluminan cuando los abordamos por medio de la semejanza. Las proporciones trascendentes se hacen evidentes ante nuestros ojos si sabemos mirar con limpieza de corazón. Ya nos lo Cristo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mateo 5, 8).

    Pero estas proporciones no solo nos hablan de Dios desde fuera y hacia fuera de nosotros. También nos hablan desde y hacia dentro de nosotros. En el Tratado sobre el Orden, San Agustín nos dice: “Luego yo soy superior (a los animales), no por fabricar cosas bien proporcionadas, sino por conocer las proporciones” (Tratado Sobre el Orden 2,19,49)

    Estimado lector, seguramente se esté preguntando si es necesario entrar en el laberinto que intento dibujar. Ciertamente no es necesario. La Fe es un don de Dios que sólo necesita de nuestra aceptación para que la Gracia de Dios la haga crecer en nosotros. Ahora, también es cierto que la Fe se robustece por medio de los dones de entendimiento, ciencia y sabiduría. Roguemos a Dios para que recibamos estos dones y que la Fe se vaya afianzando en nosotros, día a día, por medio de la Gracia de Dios.
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