jueves, 28 de marzo de 2013

Unidad y amor fraterno


El Jueves Santo es el día del amor fraterno. Para acercarnos a este amor, Sermón 272 de San Agustín es especialmente hermoso, ya que une varios conceptos que solemos entender por separado: sacramentos, unidad y amor fraterno.

A estas cosas, hermanos míos, las llamamos sacramentos, porque en ellas es una cosa la que se ve y otra la que se entiende. Lo que se ve tiene forma corporal; lo que se entiende posee fruto espiritual. Por tanto, si quieres entender el cuerpo de Cristo, escucha al Apóstol, que dice a los fieles: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. En consecuencia, si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros. A lo que sois respondéis con el Amén, y con vuestra respuesta lo rubricáis. Se te dice: «El cuerpo de Cristo», y respondes: «Amén.» Sé miembro del cuerpo de Cristo para que sea auténtico el Amén. (San Agustín, Sermón 272)

La unidad requiere caridad y humildad. El amén que decimos al aceptar que el Eucaristía es cuerpo y sangre de Cristo, conlleva la humildad de sabernos parte de un todo, que es la Iglesia. No es fácil ser Iglesia, ya que cada cual tiene su entendimiento y sueña la iglesia ideal para si mismo. Pero lo importante de la Iglesia es la unidad que da sentido a la diversidad de dones y carismas que nos ofrece el Señor. El pan está compuesto por miles de partículas, todas similares, pero diferentes.

¿Por qué precisamente en el pan? No aportemos nada personal al respecto, y escuchemos otra vez al Apóstol, quien, hablando del mismo sacramento, dice: Siendo muchos, somos un solo pan, un único cuerpo. Comprendedlo y llenaos de gozo: unidad, verdad, piedad, caridad. Un solo pan: ¿quién es este único pan? Muchos somos un único cuerpo. Traed a la memoria que el pan no se hace de un solo grano, sino de muchos. Cuando recibíais los exorcismos, erais como molidos; cuando fuisteis bautizados, como asperjados; cuando recibisteis el fuego del Espíritu Santo fuisteis como cocidos. Sed lo que veis y recibid lo que sois. Eso es lo que dijo el Apóstol a propósito del pan. Lo que hemos de entender respecto al cáliz, aun sin decirlo expresamente, lo mostró con suficiencia. Para que exista esta especie visible de pan se han conglutinado muchos granos en una sola masa, como si sucediera aquello mismo que dice la Sagrada Escritura a propósito de los fieles: Tenían una sola alma y un solo corazón hacia Dios. (San Agustín, Sermón 272)

El símil que San Agustín nos muestra es maravilloso. Todos somos granos que unidos conformamos un solo pan. Un único cuerpo que se genera de forma milagrosa. El bautismo nos hizo parte de un todo que es más que cada uno por separado.

Así también nos simbolizó a nosotros Cristo el Señor; quiso que nosotros perteneciéramos a él, y consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe un misterio para provecho propio, sino un testimonio contra sí. (San Agustín, Sermón 272)

¿Es posible la unidad sin la paz? No. Sin duda la paz del Señor es un don que hemos de recibir para poderla dar, a su vez, a los demás. La paz únicamente se consigue a través de la humildad, ya que sin humildad no puede existir caridad. La humildad es la más grande de las enseñanzas cristianas, pues por la humildad se conserva la caridad” (San Agustín. Exposición de la Carta a los Gálatas, 15). Sin caridad no puede existir unidad y sin unidad ¿Qué es la Iglesia?

¿Cómo trabajar por la unidad de la Iglesia? El Papa Francisco nos da una pista especialmente acertada. En la breve homilía de la misa celebrada el miércoles 27 de marzo en la capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco nos invitó a  “Nunca hablar mal de otras personas”. Si hemos de hablar de errores, evitemos juzgar a quienes los cometemos.

Si tenemos que señalar los errores de otra persona, hagámoslo con humildad y sabiendo que los equivocados podemos ser nosotros. Es fácil reclamar a los demás que nos acepten como somos. Lo complicado es aceptar como son los demás. Sobre todo es complicado aceptar que las sensibilidades, que provienen de los carismas de cada persona, merecen respeto y consideración. No podemos olvidar la necesidad de ser fieles a la Iglesia y a Cristo, aunque a veces nos duela en carne propia.

Feliz día del amor fraterno.

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