Así
vino a nosotros, efectivamente, el eterno sentido del mundo de tal forma que se
le puede contemplar e incluso tocar (1 Jn 1,1). Pues lo que Juan denomina «la Palabra » o «el Verbo»,
significa en griego, al mismo tiempo, algo así como el sentido. Según eso,
podemos también traducir nosotros: el
sentido se ha hecho carne. Pero este sentido no es simplemente una idea
corriente que penetra en el mundo. El sentido se ha aplicado a nosotros y ha
vuelto a nosotros. El sentido es una palabra, una alocución que se nos dirige. El sentido nos conoce, nos llama, nos
conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos
algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal. Él
mismo es una persona: el Hijo del Dios vivo, que nació en el establo de Belén.
Él vino
como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes
frente al poder o a la sabiduría. Pero Él
no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de
nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres. Dejemos, pues, que la
alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión.
Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo
tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a
partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios. (Card
Joseph Ratzinger, mensaje de Navidad 2002)
Estamos cerca del día de Navidad y conviene ir mirando qué
para encarar el último tramo del Adviento. ¿Quién nació hace 2000 años en un
pobre pesebre en una pequeña ciudad de la periferia del Imperio Romano? Si
miramos la escena del nacimiento, podríamos decir que tuvo que nacer alguien
sin importancia alguna.
Es curioso, pero Cristo también nace en nuestro corazón de
la misma forma. Sin soberbia, ya que no se impone por la fuerza. En la
periferia, ya que aparece siempre como algo colateral a nuestros intereses
personales. Pero quien nace en nuestro corazón es algo más que una persona. El
Cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI señala un aspecto muy importante
para el ser humano del siglo XXI: “el sentido se ha hecho carne”. La Navidad nos recuerda que
nace el Sentido y que nace como persona, capaz de comunicarse a todos nosotros.
En este siglo de prodigios de la ciencia y la técnica,
parece que no necesitamos a Dios. La sociedad en que vivimos se proclama como
salvadora del ser humano y garante en todas sus necesidades básicas. Al menos
eso es lo que dicen, porque en la realidad no vivimos en una sociedad más feliz
y justa, más bien todo lo contrario.
Hay algo que nuestra sociedad no es capaz de darnos:
sentido. Precisamente, el laicismo imperante rechaza este sentido como algo que
nos oprime y esclaviza. Para contrarrestar el anhelo de sentido que tenemos impreso
en nuestro interior, ofrece que cada cual se busque el sentido que desee, que
lo cambie y hasta que lo elimine de su vida. Nos dicen que la libertad es
precisamente no tener sentido y decidir, sin conocimiento ni compromiso,
aquello que más nos apetezca en cada momento.
El Sentido nos libera de la esclavitud de lo inmediato y
no lo hace imponiéndose, sino amándonos. “Él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él
quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres.”
El sentido no homogeniza ni aborrega. El Sentido persona que nos une a
los demás, reconoce los carismas que Dios nos ha donado y nos permite vivir lo
que somos y Dios quiere de nosotros, con un humildad y esperanza.
“El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido
no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado
para cada uno de una manera totalmente personal.” Es maravilloso
darnos cuenta que el Sentido nos llama, conduce y nos ama a
cada uno, tal como ha sido creado. Nos damos cuenta de la profundidad de las
palabras de Cristo, cuando nos dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y
yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy
paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es
suave y mi carga liviana.” (Mt 11, 28-30).
El yugo que nos ofrece la sociedad pesa y destroza interiormente, porque carece
de sentido.
El cardenal Ratzinger nos habla de la alegría que nace de
sentir que somos libre y que esa libertad procede del Sentido, que es Amor.
¿Cómo vivir la alegría del Evangelio sin liberarnos de las cadenas del
sinsentido de nuestra vida? Por eso es tan importante encontrarnos con la Verdad :
“Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al
mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella
habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.”
4 comentarios:
¡Qué bonito Niño sentado en el regazo del Padre... !
Que nos sintamos (de sentir muy fuertemente... ) invitados por este Pequeñín a descansar nosotros también en el mismo lecho:Bajo sus alas...
¡Feliz y sentida Navidad Nestor! Un abrazo
Felices Navidades mj bo, que sean todo lo entrañables y transformadoras posibles :D
Precioso texto de Ratzinger. El Logos divino que sostiene a la creación, conjugando en Sí mismo la Unidad con la multiplicidad, se une hipostáticamente al hombre para que, por medio de Él, pueda entrar en comunión personal con el Padre.
¡Felicidades, Néstor!
Un abrazo.
Feliz Navidad Sahaquiel!!! Que el Logos nazca en tu corazón y en el de todos los que te rodean y quieres. Un abrazo amigo :)
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