Este
domingo celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción y es, además, el
II Domingo de Adviento. Para reflexionar un poco estas dos fechas tan señalas,
traigo un texto que creo adecuado:
Aceptar la doctrina bíblica de la creación significa profesar que el
principio último de mundo es un Dios libre, por tanto persona, un Padre. Este
Dios creó el mundo pronunciando una palabra. “Considera la Palabra de Dios que recorre la creación y que seguirá
avanzando hasta el fin del mundo”. Ella constituye la ley del universo, pero
sigue siendo palabra. La palabra se dirige a alguien y en este caso, se le dice
al hombre. Para el y sólo para el, la ley del mundo se convierte en una palabra
en sentido estricto, pronunciada por el Padre en los cielos a su imagen, el
hombre. Entonces, el mundo ya no es un enorme mecanismo opresor, sino un lugar
de diálogo entre Dios Padre y la persona humana. (Card. Tomas Spidlik. Teología de la evangelización desde la belleza.
El diálogo Divino-humano)
Recordemos
que las palabras que fueron pronunciadas a María y la trascendencia de esas
palabras en la historia del ser humano. Todavía son palabras que resuenan y nos
dan sentido de muy diversas formas. Como dice el Card Spidlik, utilizando una
frase de San Basilio: “Considera la Palabra de Dios que recorre la creación y que seguirá
avanzando hasta el fin del mundo” La Palabra de Dios que se encarnó a través de
María, dando lugar a prodigios hasta ese momento desconocidos en este mundo.
El
Ángel Gabriel dice a María “Dios te salve,
María; llena eres de gracia; el Señor es contigo”
Las Palabra de Dios se dirige hacia alguien, que es en este caso en María, pero
que también podemos ser cada uno de nosotros en el momento en que nos acercamos
suplicando la misericordia de Dios, como hizo la mujer Cananea. “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!” (Mt 15, 22).
No
es fácil arrodillarse ante el Señor y solicitar su misericordia. En el corazón
de las personas del siglo XXI anida la incredulidad y el desafecto. Parece que
solicitando la misericordia de Dios, estuviéramos perdiendo nuestra dignidad y
esto nos da vergüenza y miedo. Vergüenza porque nadie parece tener necesidad de
arrodillarse ante nadie y miedo, porque solicitar la misericordia de Dios, para
por abrir nuestro corazón y evidenciar que nos somos autosuficientes e
independientes.
Nos
dice San Agustín: “Nadie se aparta con
el corazón de este mundo si no es ayudado con el don de la misericordia divina” (San Agustín.
Comentario al Salmo S 113,3). La misericordia
de Dios se manifiesta en la Inmaculada Virgen que da a luz a la Palabra hecha
carne. La misma Palabra llegó a María y le lleno de Gracia y sentido. Pero
María, como cualquiera de nosotros, sólo puede actuar según la Volunta de Dios,
cuando acepta que la misericordia de Dios es la que mueve el mundo. Cuando lo
aceptamos el mundo ya no es un enorme mecanismo
opresor, sino un lugar de diálogo entre Dios Padre y la persona humana.
Es
interesante pensar en la anunciación de María y en que el milagro de la
Encarnación se produjo a partir de un diálogo entre el Ángel, mensajero de la
Palabra de Dios y María. Si pensamos en ello nos daremos cuenta la maravilla
que María pronuncia para aceptar libremente la Voluntad de Dios “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu
Palabra”. Esta frase tiene varios antecedentes. El ofrecimiento de
María, que lleva el ofrecimiento de Samuel "Habla Señor, que tu siervo
escucha". También nos recuerdan las palabras de Cristo esperando la pasión
"Padre haz que pase de mi este cáliz, pero
no sea mi voluntad, sino la Tuya".
Nosotros
podemos decir al Señor diciendo: “Señor, Hijo de David, ten misericordia de
mi. He aquí un simple siervo de mi Señor, sea en mi tú voluntad, no la mía.
Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya será mi
salvación”.
¿Hay
mejor forma de preparar el nacimiento de Cristo que aceptar que sólo la
misericordia de Dios puede salvarnos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario