Seguimos andando el Adviento. Ya estamos casi en el
ecuador de este tiempo litúrgico, que tiene bastante de peregrinación,
caminando hacia el momento en que el Señor nace y se manifiesta al mundo. ¿A
quien se manifiesta el Señor? Primero a sus padres, después a los pastores,
convocados por un Ángel. Por último llegaron los fueron los primeros
convocados: los Magos de Oriente. Los que tuvieron que recorrer un camino más
largo y peligroso.
A la manifestación de Dios, los primeros convocados fueron
los últimos y los últimos convocados, los primeros. Los Magos fueron convocados a
través de su ciencia. No necesitaron de grandes prodigios para emprender un
largo viaje hacia algo que no terminaban de comprender. Seguramente dudaron de
los signos que aparecían escritos en el cielo, pero no por ello dejaron atrás
la Esperanza escrita en sus corazones.
No sin razón, cuando los tres Magos fueron
conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús,
ellos no lo vieron expulsando a los demonios, resucitando a los muertos, dando
vista a los ciegos, curando a los cojos, dando la facultad de hablar a los
mudos, o en cualquier otro acto que revelaba su poder divino; sino que vieron a
un Niño que guardaba silencio, tranquilo, confiado a los cuidados de su Madre.
No aparecía en Él ningún signo de su poder; mas les ofreció la vista de un gran
espectáculo: su humildad. Por eso, el espectáculo de este santo Niño, el Hijo
de Dios, presentaba a sus miradas una enseñanza que más tarde debía ser
proclamada; y lo que no profería aún el sonido de su voz, el simple hecho de
verle hacía ya que Él lo enseñara. (San León Magno, Homilía Nº 7)
Los Magos llegaron donde su ciencia les indicó y se
encontraron con una familia en apuros y unos cuantos pastores. Un Niño recién
nacido les esperaba y no podemos decir que ese Niño mostrara el poder de Dios.
Más bien todo lo contrario, mostraba el abajamiento de Dios. Como dice San León
Magno, el que no hablaba, sólo con mirarle enseñaba y proclamaba la gloria
de Dios. ¿Somos capaces de oír y ver esta enseñanza en nosotros?
Pensemos en nuestro Adviento. Como los Magos de
Oriente, hemos recibido signos que nos indican qué va a suceder. ¿Qué
signos hemos recibido? Muchos: nuestro bautismo, la Palabra de Dios, el
testimonio de nuestros padres y familiares, el testimonio de los santos y sobre
todo, el la marca de Dios en nuestros corazones.
En el camino, lo que nos rodea es similar al desierto que
debieron atravesar los Magos. Nuestro desierto no es un desierto de arena y
sequedad, sino de consumo y ausencia de Dios. Como los Magos, no debemos de
perder la Esperanza seguir los signos
que hemos recibido.
¿Por qué el mundo no grita la Buena Noticia? ¿Qué hace que
las Naciones no parezcan conmoverse por lo que va a acontecer?
La práctica de la sabiduría cristiana no
consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni
en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria
humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza
desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz. (San León
Magno, Homilía Nº 7)
Seguramente nos encontremos por el camino con personajes
importantes que buscan beneficios personales y que temen que encontremos el
verdadero Salvador.
Igual que Herodes, nos ofrecerán premios si desviamos el camino de vuelta. El
camino de la humildad.
Por lo tanto, no podemos esperar el mundo se haga eco
verdadero del Nacimiento de Cristo. Tampoco podemos esperar signos milagrosos
que nos transporten, sin darnos cuenta, hacia el Portal de Belén. Nos toca
andar por el desierto del sinsentido y de las ofertas comerciales, sin que ello
haga mella en nuestra Esperanza.
Muchas veces quisiéramos convocar al mundo con grandes
fuegos de artificio, mega eventos y hasta con planes organizados de
evangelización. Lo que solemos olvidar es que Cristo nació en un pobre pesebre,
rodeado únicamente de unos pocos que fueron capaces de abrir su corazón a
los signos de Dios.
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