miércoles, 31 de marzo de 2010

De la autoridad de los Libros Sagrados, y cuán necesario es el uso de ellos

Es verdad que todo esto lo creía yo unas veces con mucha valentía y firmeza, otras veces con alguna flojedad; pero siempre creí que Vos existíais, y que teníais cuidado de nosotros, aunque no supiese ni lo que debíamos pensar y sentir de vuestra sustancia y naturaleza, ni cuál era el camino por donde habíamos de ir o volver a Vos. Por eso, hallándome imposibilitado de encontrar la verdad con razones humanas, seguras y ciertas, vine a conocer que para esto nos era necesaria la autoridad de las Sagradas Escrituras, y comencé a creer que de ningún modo hubierais dado tan grande autoridad y aprecio en todo el mundo a aquellos Libros, si no quisierais que os creyésemos por aquella Escritura y os buscásemos por ella misma. Porque ya atribula a la profundidad de sus misterios todo lo que antes me parecía absurdo en tales Libros, después que muchos de aquellos pasajes que me repugnaban los oí explicar en un sentido probable.



Su autoridad me parecía tanto más respetable y más digna de creerse con una fe sacrosanta, cuanto la Escritura es por una parte fácil de ser leída de todos, y por otra esconde en un sentido más profundo toda la dignidad de sus misterios, dándose generalmente y acomodándose a todos por sus palabras llanísimas, por la sencillez humilde de su estilo, y ejercitando al mismo tiempo el entendimiento de los que no son leyes de corazón en el creer. De aquí resultan dos cosas muy importantes: la una es recibir a todos universalmente en su seno; y la otra, ser muy pocos los que llegan a Vos, Verdad eterna, teniendo que pasar e introducirse, como por estrechos poros, penetrando la corteza de la letra; los cuales pocos, sin embargo, son muchos más de los que serían si no estuviera la Escritura en tan altísimo grado de autoridad, o no recibiera y abrazara indiferentemente a todo el mundo en el seno de aquella santa humildad y sencillez de su estilo.


Pensaba yo todas estas cosas y Vos, Señor, me asistíais, suspiraba y me escuchabais, vacilaba y me gobernabais, proseguía caminando por el anchuroso camino el siglo y Vos no me dejabais solo. (San Agustín. Las confesiones, Libro VI, cap V, 8)

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Señor, como dice tu siervo Agustín,
permítenos ser de los pocos que llegan a Vos, Verdad eterna.
Permítenos pasar por los estrechos poros y penetrar en la corteza de la letra
hasta llegar a su contenido.
Pero en todo caso, danos la humildad de aceptar que dónde lleguemos,
depende te ti y nunca de nosotros mismos.
Amén

domingo, 28 de marzo de 2010

La divina proporción


Estamos entrando de la Semana Santa. Semana en que recordamos la pasión de Nuestro Señor Jesucristo, desembocando en la Pascua de resurrección… la fiesta más importante de todo cristiano. 

La Semana Santa aparece actualmente distorsionada por la cultura del reclamo turístico y vacacional, pero aún así, se nos presenta como un signo que nos interpela comprensión más allá de de todos los velos profanos con que se nos oculta. Ante nosotros se presenta el memorial con visiones contradictorias, gozo – sufrimiento,  desesperanza y gloria, pecado – perfección, que tenemos de desentrañar con cuidado para no quedarnos en la parcialidad de lo aparente.

Quedándonos en lo puramente religioso, comprender la armonía existente entre el memorial del sufrimiento, muerte y el desenlace de la resurrección de Cristo, resulta imprescindible. Quizás esta semana sea la más propicia para ahondar en la proporcionalidad entre sufrimiento, gloria y esperanza.

Las casualidades nada casuales de la vida, me han dado noticia de un insigne matemático y fraile franciscano: Lucca Pacioli (1445-1517). Este matemático renacentista fue amigo y maestro nada menos que de Leonardo Da Vinci y su influencia se nota en los cuadros de este. Luca escribió su obra “De Divina Proportione” y Leonardo la ilustró.

Proporción, armonía y belleza, son palabras que en el mundo postmoderno y en proceso de deconstrucción permanente, resultan extrañas y hasta artificiales. Se habla de la plenitud del vacío con tanta ligereza como se habla de la armonía de la unidad. El término proporción ha sido relegado al desafectado formato del porcentaje.

Luca Pacioli dedicó su vida a estudiar la proporción divina (áurea o número Phi). Fue el primero que divulgó la existencia de esta proporción y de las diversas implicaciones geométricas, místicas y teológicas de este famoso número. La proporción o sección divina aparece cuando la proporción entre los subsegmentos que resultan de dividir un segmento (AB) por un punto intermedio (X), es tal que AB/AX sea igual que AX/BX. Lo que parece un trabalenguas resulta ser una proposición de hondas analogías teológicas.

Decía Luca Pacioli: “el segmento es uno sólo como Dios pero que se halla en tres términos como la Santísima Trinidad, no admite una expresión de cantidad racional como tampoco se puede definir a Dios con palabras humanas, no se puede cambiar como tampoco se puede cambiar a Dios, que es inmutable y, finalmente, es necesaria para la construcción del dodecaedro, que corresponde a los cuerpos celestes igual que Dios da el ser a los cielos.”

Dando un paso más. Entendemos por armonía el perfecto equilibro o proporción entre elementos diferentes. La armonía no se obtiene mediante proporciones finitas y sencillas… ya que su máximo exponente es precisamente el número Phi: 1,61802339887… con sus infinitos decimales. La armonía nunca aparece como razón finita y abarcable. Más bien es todo lo contrario. La armonía nos supera, nos admira y nos crea en nosotros la voluntad de unirnos a ella.

Volviendo a la pasión de Cristo, nuestra Fe nos debería llevar a entenderla como un todo armónico y trascendente. Tanto si pensamos en la pasión y solo vemos en ella la resurrección, como si solo vemos en ella su cruenta muerte, estamos destrozando la proporción existente entre ambas y al mismo tiempo destruyendo la inmensa y cósmica armonía que está presente en los sagrados acontecimientos. 

Si ignoramos esta armónica proporción, no seremos capaces de entender el memorial de la pasión, muerte y resurrección que se renueva en cada Eucaristía. Tampoco entenderemos la necesidad de encontrar la armonía de nuestros gozos y sufrimientos cotidianos. 

¿Qué sentido tiene sufrir? Sufrimos cuando avanzamos en al vida y esto se hace patente cuando nacemos y morimos. Los gozos se cimientan en los sufrimientos y la esperanza liga ambos en un todo armónico. Se desespera quien sufre sin esperar que haya sentido en el dolor que padece. Pero sufrimiento, gozo y esperanza actúan como los tres segmentos que definen la proporción divina. 

Una tendencia muy difundida entre los cristianos actuales defiende que Cristo nos salvó a pesar de la cruz. Pero Cristo nos salvó gracias a la cruz, ya sin ella no hubiera habido resurrección. Sin muerte no hubiera habido resurrección. Sin el extremo sufrimiento no hubiera aparecido el gozo tremendo de volver a la vida. El antiguo testamento atestigua y señala que únicamente un Mesías sufriente sería el verdadero enviado de Dios. Isaías lo deja claro en diversidad de ocasiones.

¿A que viene entonces desechar la proporción como inservible para el ser humano “moderno”? Simplemente nos encontramos con el trabajo del  gran disgregador que nos intenta enseñar que la armonía es unidad, que el vacío es plenitud, que el sufrimiento es innecesario y que la belleza no está en la proporción… sino en nuestra subjetividad. Hasta osa ofrecernos a Dios mismo como algo subjetivo de cada cual. Pero Dios es uno, unidad y unicidad. Dios es belleza trascendida y extrema. 

La belleza no es mera casualidad, ya que la encontramos cuando la armonía se basa en la proporción perfecta. Nada unitario puede reflejar la belleza en la tierra… ya que no existe nada unitario en el universo. Solo Dios es Uno y su unidad excede todo. Si queremos unidad, solo la encontraremos en Dios, no en nosotros ni en nada material o emotivo que nos rodee. Nosotros, en nuestras limitaciones y naturaleza imperfecta, solo podemos luchar por alcanzar la divina proporción … que nos proyecta hacia Dios.

Os dejo unos videos interesantes sobre el tema de Luca Pacioli y la proporción divina:




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Dios Santo e Inmortal
Ten compasión de nosotros
Ten misericordia de nosotros
Ilumina nuestros pasos hasta Cristo mismo, 
Palabra revelada, Logos dador de sentido a todo lo que existe.
Amén

sábado, 20 de marzo de 2010

¿Qué te importa? Tú, sígueme.

Cercanos al día de las vocaciones, comparto un fragmento del evangelio de San Juan y un fragmento de la catequesis de Benedicto XVI hizó sobre el primero de ellos. Lo traigo como homenaje a todos los sacerdotes y consagrados del mundo. Dios los llamó y les dijo:


“¿Qué te importa? Tú, sígueme."




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Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis corderos." Vuelve a decirle por segunda vez: "Simón de Juan, ¿me amas?" Le dice él: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas." Le dice por tercera vez: "Simón de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: "¿Me quieres?" y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero." Le dice Jesús: "Apacienta mis ovejas.


"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras." Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

Pedro se vuelve y ve siguiéndoles detrás, al discípulo a quién Jesús amaba, que además durante la cena se había recostado en su pecho y le había dicho: "Señor, ¿quién es el que te va a entregar?" Viéndole Pedro, dice a Jesús: "Señor, y éste, ¿qué?" Jesús le respondió: "Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme."
(Jn 20,15-22)



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De la siguiente catequesis, creo que lo más espectacular es el jugo que el Papa saca del texto original griego por medio de la riqueza de significados que encierran los verbos que utiliza Cristo. Pero lo más importante es el final…
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El evangelista Juan nos narra el diálogo que en aquella circunstancia tuvo lugar entre Jesús y Pedro. Se puede constatar un juego de verbos muy significativo. En griego, el verbo filéo expresa el amor de amistad, eterno pero no total, mientras que el verbo agapáo significa el amor sin reservas, total e incondicional. La primera vez, Jesús le pregunta a Pedro: «Simón…, ¿me amas más que éstos (agapâs-me)?», ¿con ese amor total e incondicional? (Cf. Juan 21, 15). Antes de la experiencia de la traición, el apóstol ciertamente habría dicho: «Te amo (agapô-se) incondicionalmente».

Ahora que ha experimentado la amarga tristeza de la infidelidad, el drama de su propia debilidad, dice con humildad: «Señor, te quiero (filô-se)», es decir, «te amo con mi pobre amor humano». Cristo insiste: «Simón, ¿me amas con este amor total que yo quiero?». Y Pedro repite la respuesta de su humilde amor humano: «Kyrie, filô-se», «Señor, te quiero como sé querer». A la tercera vez, Jesús sólo le dice a Simón: «Fileîs-me?», «¿me quieres?». Simón comprende que a Jesús le es suficiente su amor pobre, el único del que es capaz, y sin embargo está triste por el hecho de que el Señor se lo haya tenido que decir de ese modo. Por eso le responde: «Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filô-se)». ¡Parecería que Jesús se ha adaptado a Pedro, en vez de que Pedro se adaptará a Jesús!

Precisamente esta adaptación divina da esperanza al discípulo, que ha experimentado el sufrimiento de la infidelidad. De aquí nace la confianza, que le hace ser capaz de seguirle hasta el final: «Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme"» (Juan 21, 19). (Intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles, 24 mayo 2006, dedicada al tema «Pedro, el apóstol».)

Este fragmento de la catequesis de Benedicto XVI nos muestra toda la profundidad del Misterio legado por Cristo a sus Apóstoles. En concreto a Pedro, en quien podemos ver a todos quienes han recibido el sacramento del orden.

Por otra parte Benedicto XVI nos muestra la necesidad de conocer para comprender. Hay quienes desprecian el conocimiento como herramienta para acceder a la comprensión del Mensaje y el Misterio Cristiano. Pero el conocimiento es una herramienta imprescindible para abrir y escudriñar más allá de lo aparente. En el actual sucesor del ministerio petrino se hace evidente que el Espíritu de Dios sigue guiando a nuestra Iglesia.

 Este domingo celebramos el día de las vocaciones. Vocaciones según el sacerdocio sacramental: sacerdotales y diaconales… y vocaciones según el sacerdocio común: los laicos comprometidos son más necesarios que nunca.

Roguemos a Dios para que su voz llegue a todos nosotros y nos ayude aceptar la unción interior que nos permite ser Iglesia, universal, unida, santa y apostólica. 
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Señor Dios, Padre Celestial, Tu Hijo Jesucristo nos dijo: "La mies es abundante, pero los obreros pocos.
Pedid al dueño de la mies que envíe obreros a su mies". 

Te pedimos que envíes a tú Iglesia, numerosas y santas vocaciones para el sacerdocio, a la vida religiosa y al apostolado laical. 

Consérvales fieles en su ministerio hasta el fin; y concédeles, por tu Espíritu Santo, un gran amor a Dios y a los hermanos,
 para que en su ministerio y en su vida busquen solamente tu gloria. Por nuestro Señor Jesucristo. 

Amén

sábado, 13 de marzo de 2010

La Unción Interior


En estos días de cuaresma, camino hacia la Pascua… es interesante recordar este pasaje del Evangelio de San Juan:

Señor, dijo Tomás, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Jesús dijo entonces: Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie puede ir al Padre, si no es por mí. Si supierais quién soy yo, sabríais también quién es mi Padre, al que desde ahora conocéis y habéis visto. (Jn 14,5-7)

Al hilo de este pasaje… Hace unos días escuchando el estupendo programa sobre el Compendio del Catecismo, realizado por el P. José Miguel Marqués (Radio María), me encontré con un concepto que me llamó poderosamente la atención: la unción interior.

¿Qué es la unción interior? Simplemente huella indeleble que deja el Espíritu Santo en todo aquel que busca y obtiene la Fe en Dios. Esta unción se realiza con un Óleo que solo puede ser el mismo Espíritu Santo actuando en nuestro interior.


Buscando información sobre el tema, dí con un párrafo de Clemente de Alejandría, en el que se reproducen unas palabras de Cristo que no han llegado hasta nosotros por medio de los Evangelios:

A vosotros, desde antiguo imágenes, pero no siempre semejantes, os quiero conformar con el arquetipo, de manera que os hagáis también semejantes a mi. Os ungiré con el óleo de la Fe, por medio del cual arrojaréis la corrupción.” (Protéptico XII, Clemente de Alejandría)

En este párrafo, Cristo claramente aparece como el Logos (palabra, sentido y razón de todo) por el que somos ungidos de forma especial. Cristo, como camino hacia Dios, nos ofrece la unción que nos permite arrojar fuera de nosotros la corrupción… es decir, la muerte.

Cristo, a través de Clemente, parece decirnos que el pecado original rompió la semejanza perfecta de entre la naturaleza divina y la humana. Además deja clara su misión de reestablecer la semejanza que se rompió y que corrompió nuestra naturaleza. Cristo desea hacernos semejantes a El y para ello nos unge con el Óleo de la Fe. La Fe aparece como don que Dios da a todo el que la busca con honestidad ... y que además marca de forma indeleble una vez recibida.

Podríamos pensar en que la plenitud de las unciones del bautismo y de la conformación se encuentra en esta unción interior… que es la que realmente nos permite cambiar nuestra naturaleza dañada.



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S
eñor ayúdanos a entender que eres Camino, Verdad y Vida. Permítenos dar el gran paso de andar en Ti hacia la Verdad, para obtener la verdadera Vida. Aquella Vida que sobrepasa el inmenso don de vida humana.


Amén

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He pensado interesante dejar algunas referencias bibliográficas accesibles desde internet:

3.- Sobre la unción en general, tenemos este breve artículo proveniente de la página Kerigmachile : AQUÍ. Al final aparece tratada la unción interior.

sábado, 6 de marzo de 2010

... Y vosotros ¿Quién decís que soy?

"Y vino Jesús a las partes de Cesárea de Filipo: y preguntaba a sus discípulos, diciendo: "¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?" Y ellos respondieron: "Los unos, que Juan el Bautista; los otros, que Elías; y los otros, que Jeremías, o uno de los Profetas". Y Jesús les dice: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Respondió Simón Pedro y dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y respondiendo Jesús, le dijo: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan: porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos."(Mt 16,13-17)

Leyendo el libro de José Antonio Pagola: “Jesús, aproximación histórica”, me encontré con una interpretación de este pasaje evangélico, que resume perfectamente las razones que han llevado a muchas personas a rechazar esta obra:

Transcurridos veinte siglos, cualquier persona que se acerca con interés y honestidad a la figura de Jesús, se encuentra enfrentado a esta pregunta: «¿Quién es Jesús?». La respuesta solo puede ser personal. Soy yo quien tengo que responder. Se me pregunta qué digo yo, no qué dicen los concilios que han formulado los grandes dogmas cristológicos, no qué explican los teólogos ni a qué conclusiones llegan hoy los exegetas e investigadores de Jesús.”

No se si se han parado a pensar que en los evangelios no se describe físicamente a Jesús y es el personaje principal de todos ellos. Tampoco se describen directamente sus costumbres, vestimentas o su personalidad. Se sabe poco de su niñez y nada de su juventud. Se conoce poco de las circunstancias que vivió en su pueblo y con su familia. Solo disponemos de retazos aislados que nos hablan del Jesús histórico y humano que Pagola intenta reconstruir.

Podríamos preguntarnos la razón de que el mismo Cristo no se presentó, ni colocó su humanidad, como elemento central. Podríamos hasta preguntarnos por qué no escribió un libro con toda su doctrina, a fin de que pudiera llegar a nosotros sin intermediarios. ¿Por qué?

La razón de ello la da Pedro en el pasaje que providencialmente recoge San Mateo. Lo que digan unos u otros de quien es Jesús es lo de menos. La revelación del Padre es que El está por encima de la naturaleza humana que empleó para manifestarse. Precisamente nos legó los sacramentos como el Camino que nos lleva a la Verdad, que está más allá del aparente vacío de información existente.

A poco que se razone, podemos darnos cuenta de que con los retazos de Jesús, que encontramos en los evangelios, es posible confeccionar millones de humanidades creíbles de Jesús. Con estos retazos, siempre podremos recrear la imagen que más nos interese personalmente. Pero me temo que este no es el camino.

Parece que se nos olvida que Jesús dejó claro cual era su objetivo: la salvación de cada uno de nosotros. “He venido para que tengáis vida y la tengáis en abundancia” (Jn 10, 10). San Juan, en su prólogo es categórico al decir que Cristo es la Luz que ilumina las tinieblas. Es la Palabra de Dios revelada a los hombres.

Por lo tanto, no se trata de que nosotros busquemos una respuesta personal a la pregunta de quién es Cristo. Se trata de pedir y aceptar la revelación de Dios, que tan claramente ofrece San Pedro. De otra manera no podremos tener nunca un Cristo único, que nos una a todos los cristianos. Solo tendremos sombras humanas, subjetivas y personales que, a lo sumo, justifican nuestro particular egoísmo.

También es necesario darnos cuenta que las lagunas que Cristo dejó sobre si mismo, son importantísimas. Gracias a ellas podemos admirar el Mensaje Cristiano y el Misterio subyacente con toda claridad. En la revelación de Dios nada queda al azar o a la interpretación personal. La Luz revelada es el centro del Cristianismo. Deberíamos tratar de poner como centro la Palabra y la Revelación de Dios mismo y dejarnos de reconstrucciones que impiden ver el Camino, la Verdad y la Vida.

Cuanta confusión y desunión existe dentro de la Iglesia. Cuantos cristos personales y hasta sincréticos pululan por nuestras comunidades.

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Padre Nuestro que enviaste a Tu Hijo a derribar los muros y a darse a todos, sin distinción, como Camino, Verdad y Vida.

Te suplico, en unión de todos los hermanos y hermanas
de toda denominación, Iglesia y comunidad,
que nos muestres la Verdad más allá de nuestros egoísmos personales,
tal como hiciste con Pedro.

Solo así podremos vivir en unidad y podremos
traer Tu Reino a este mundo lleno de discordias.

Amén

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