domingo, 29 de junio de 2014

El misterio del Sagrado Corazón de Jesús. San Buenaventura

El pasado viernes celebramos la festividad del Sagrado Corazón de Jesús. La revelación personal que Santa Margarita de Alacoque recibió, nos lleva al Corazón de Jesús, un símbolo que hasta ese momento había pasado bastante desapercibido.

Los símbolos son de gran importancia en el cristianismo, ya que a través de ellos podemos acercarnos a los misterios que Dios nos ha revelado. San Buenaventura, un visionario santo franciscano, ya se acercó a este símbolo cuatro siglos antes de Santa Margarita y nos dejó este maravilloso texto:

Tu corazón, ¡oh buen Jesús!, es un verdadero tesoro, una perla preciosa, que hemos encontrado profundizando en el conocimiento de tu cuerpo (Mt 13,44-45). ¿Quién la rechazaría? Más bien, lo daría todo; a cambio, entregaré todos mis pensamientos y todos mis deseos para obtenerla, depositando todas mis preocupaciones en el corazón del Señor Jesús, y sin duda este corazón me alimentará.

En este templo, en este «santa santorum», ante esta arca de la alianza (1R 6,19), adoraré y alabaré el nombre del Señor, diciendo con David: "He encontrado mi corazón para pedir al Señor» (2S 7,27). Y yo, he encontrado el corazón de Jesús, mi Rey, mi hermano y mi tierno amigo. Y yo ¿no rezaré? Ciertamente rezaré. Porque Su Corazón está conmigo, le diré con audacia, e incluso más: porque Cristo está verdaderamente a mi lado, como mi jefe, mi cabeza (Col 1,18), ¿no estará conmigo?... Este corazón divino es mi corazón; está verdaderamente en mí. Realmente, con Jesús dispongo mi corazón. ¿Qué tiene de extraño esto? La «multitud de creyentes" formaban «un solo corazón" (Hch. 4,32).

Habiendo encontrado, muy dulce Jesús, este corazón, que es el tuyo y el mío, te rezaré a ti que eres mi Dios. Recibe mis oraciones en este santuario donde te nos escuchas, o más bien, atráeme enteramente hacia tu corazón... Tú puedes hacerme pasar por el agujero de una aguja, después de haberme hecho depositar el peso de esta carga que llevo sobre los hombros (Mt 19,24; 11,28). Jesús, el más hermoso de toda la belleza humana, lávame aún más de mi inequidad y purifícame de mis pecados (Sal 44,3; 50,4) para que, purificado por ti, me pueda me acercar a ti que eres más puro, que merezca «habitar todos los días de mi vida» en tu corazón y pueda siempre ver y realizar tu voluntad (Sal. 26,4 ss). (San Buenaventura La Viña mística, 8-9)

El texto de San Buenaventura se adentra en la mística del Corazón de Cristo de forma certera y profunda. Intentaré resumir y traducir este párrafo, dentro de lo posible, a un leguaje más actual: El Corazón de Jesús se encuentra ahondando el conocimiento de Cristo. Es la Perla que merece que entreguemos, confiadamente, nuestros pensamientos y deseos para obtenerla... (seguir leyendo)

martes, 24 de junio de 2014

Política: la moneda del Cesar siempre es de oro. San Hilario


Hoy día 22 de junio celebramos a Santo Tomás Moro, insigne hombre de leyes, político y mártir. Tenemos mucho que aprender de su vida y de su obra:

Pienso que no andamos equivocados al sospechar que se avecina de nuevo un tiempo en que el Hijo del hombre, Cristo, será entregado en manos de los pecadores, cuando observamos un peligro inminente de que el Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia de Cristo, esto es, el pueblo cristiano, es arrastrado a la ruina a manos de hombres perversos e impíos” (Santo Tomás Moro)
 

No me gusta hablar de política, ya que termino siempre con la misma sensación que nos induce la anterior frase de Santo Tomás Moro: tiempo de prueba, en el que la paja será separada del grano. Además les tengo que confesar que tengo una fuerte saturación política desde hace ya algunas semanas. Así que mi escrito es bastante más largo de lo habitual, perdón por hacerles leer más. 

Vivimos un tiempo en que la política se ha convertido en el mejor instrumento para arrinconar a la Iglesia. Si echo una mirada a la actualidad española me encuentro con estos asuntos: 

Desde uno de los partidos hegemónicos se reivindica que el gobierno rompa los acuerdos y la colaboración con la Iglesia. Los partidos políticos, sindicatos, fundaciones y hasta las asociaciones que se estimen “de interés público” tendrán privilegios que tendremos vetados los católicos. Si somos Iglesia quedaremos relegados a la marginalidad social. Si queremos ser Iglesia, nos tocará pagar doble: una vez por ser ciudadanos y otra por reunirnos como creyentes. 

En la reciente toma de posesión del nuevo jefe de estado se excluye a Dios del discurso y los actos oficiales. Dado que estamos dentro de la esfera política, esta decisión es respetable, aunque a muchos nos resulte inadecuada. Para terminar de estropear el asunto se ha sabido que el pasado domingo la jefatura de estado organizó una “misa privada” concelebrada por los arzobispos de Madrid y Castrense. Queda claro que desde las altas instancias del estado se nos indica que la fe se tolera si se vive oculta en la privacidad. 

Desde los partidos que se ofrecen como alternativa hay quien defiende que la reclusión de Dios en los rincones de la intimidad, debe ser vigilada para nuestros hijos no se vean influidos por las convicciones de sus padres. 

En la región española donde vivo, se plantean cerrar las capillas que tienen los hospitales estatales. Dicen que vulneran la “aconfesionalidad del estado”. Esto conllevará que los católicos no podamos acceder a la sanidad que pagamos obligatoriamente, si queremos recibir un acompañamiento espiritual. Nos obligarán a pagar una segunda sanidad para que se respete nuestra fe. 

Todo esto resulta normal y hasta bien visto, por los que reclaman que el Cesar merece todo honor y gloria, pero Dios debe esconderse de la vista para no “molestar”. A los católicos se nos ofrece una tolerancia restringida y vigilada, que se contempla como un privilegio magnánimo por parte de los poderes del estado. 
No puedo menos que recordar el episodio evangélico en que los fariseos le preguntan a Cristo por el pago de impuestos. Repasemos lo que nos dice sobre el tema San Hilario de Poitiers: 

Conviene, por lo tanto, que nosotros le paguemos [al Señor] lo que le debemos, esto es, el cuerpo, el alma y la voluntad. La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios. (San Hilario, Comentarios sobre el Evangelio de San Mateo, 23) 

Dios valora al ser humano, mientras que el Cesar valora los bienes materiales que puede utilizar para sus planes. El Reino de Dios no es de este mundo y por eso el mundo (la sociedad) odia a Cristo y nos odia a nosotros. “Si el mundo los odia, sepan que Me ha odiado a Mí antes que a ustedes” (Jn 15, 19) 

Hay quienes señalan que la participación política como algo natural en todas las personas eincluso se atreve a señalar, que el cristianismo sólo puede aceptar un modelo gobierno predeterminado. Ciertamente no he encontrado en los Evangelios ningún pasaje que defina cómo debe ser el gobierno de la sociedad, pero en las tentaciones del Señor, el diablo se arroja del derecho de señalar quien gobierna sobre las naciones: 

…le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorases. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás. (Mt 4, 8-10) 

En el Apocalipsis se señala que los reyes del mundo “tienen un mismo propósito, yentregarán su poder y su autoridad a la bestia. Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque Él es Señor de señores y Rey de reyes; y los que están con Él son llamados, elegidos y fieles” (Ap 13-14) 
No se trata de ser mileniarista ni apocalíptico, sino de entender que el poder sobre las gentes siempre conlleva la tentación que creerse como Dios. Es la tentación de todo ángel caído, que en vez de buscar la Luz, es “él mismo” quien se presenta como la luz. 
¿Puede haber un gobernante íntegro, justo y misericordioso? Cierto que sí, pero siempre es la excepción que nos permite darnos cuenta que el poder rara vez se ejerce desde el bien y la piedad. En la Carta a Diogneto (s. II) se nos recuerda que los cristianos: 
Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña. Se casan como todos y engendran hijos, pero no abandonan a los nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Viven en la carne, pero no viven según la carne.Están sobre la tierra, pero su ciudadania es la del cieloSe someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes. Aman a todos, y todos los persiguen. Se los desconoce, y con todo se los condena. Son llevados a la muerte, y con ello reciben la vida. Son pobres, y enriquecen a muchos (/2Co/06/10). Les falta todo, pero les sobra todo. Son deshonrados, pero se glorían en la misma deshonra. Son calumniados, y en ello son justificados. «Se los insulta, y ellos bendicen» (1 Cor 4, 22). 

Hoy en día la política está directamente ligada a los partidos políticos. Hablar de partidos políticos es hablar de ruptura social. El mismo nombre de “partido” es equivalente a sesgado-separado. Quien está en un partido no puede estar en otro. Los partidos nunca pueden estar de acuerdo entre ellos porque parten de ideologías diferentes. Quien se compromete en política tiene que rendir vasallaje a quienes dirigen el partido o nunca pasará de socio raso que paga las cuotas. 

 Las ideologías son generadoras de sufrimiento, violencia y deshumanización, ya que nos imponen, más o menos violentamente, los modelos ideales de sociedad y ser humano que defienden. Si el socialismo o el liberalismo o el capitalismo o el comunismo, no son soluciones reales. De ser así ya tendríamos muestras de sociedades “perfectas” y lo único que tenemos son evidencias de todo lo contrario. 

Todas las ideologías señalan a la Iglesia como su mayor enemiga, ya que las desenmascara. Mientras atacan a la Iglesia, luchan ocultamente para apropiarse de los púlpitos eclesiales, con el objetivo de convencer que el Evangelio las señala como “la elegida por Dios”. Nos piden “poco” a cambio: postrarnos ante ella y adorarla.  Sólo Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida. 

Monarquía, república o dictadura no son la solución a los problemas de la sociedad. La solución no es la forma de gobierno, sino Cristo mismo. Dios no es de izquierdas, de derechas o de centro. Quien utiliza a Cristo ideológicamente nos induce a adorar una de las diversas bestias, ante la cual podemos postrarnos. 
La acción de Cristo fue siempre apolítica. Criticó a todos en aquello que actuaban como hipócritas. No impuso ninguna ideología a nadie, ya que El era la misma Verdad, completa, profunda y liberadora. Sin duda Cristo aportó algo esencial para comprender la postura del cristiano ante la política: el desafecto a todo poder o potestad que nos impida ser libres.Cualquier poder que imponga condiciones a la fe y se ofrezca como salvador, es un reflejo del tentador. 

Ningún poder nos salvará. Nuestra única esperanza es Cristo que nos permite vivir con un sentido que supera los sesgos, partidismos e ideologías. La única salvación proviene de la Gracia de Dios, que nos permite cumplir la Voluntad de Dios sin estar sometidos a leyes humanas. 

Mientras que no ocurra la segunda venida de Cristo, tendremos que estar dispuestos a sufrir y padecer por la fe. Las sucesivas bestias siempre encontrarán en nosotros el límite a su poder deshumanizador y embestirán con fuerza.

domingo, 22 de junio de 2014

¿Quién es pobre? ¿Quien es rico? San León Magno

¿Quién es pobre? ¿Quien es rico? Es curioso que todavía pensamos que es rico quien tiene dinero o bienes valiosos. Hace un par de semanas estuve en la presentación de un plan social de un ayuntamiento y la consejala de bienestar social nos decía que cada vez se detectan más pobres rodeados de muebles de caoba y objetos de plata. ¿Cómo es posible esto? Parece una contradicción pensar en que quien vive rodeado de bienes de cierto valor, no tenga qué comer y viva en la más terrible soledad.

Conozco a personas con propiedades, que viven peor que sus inquilinos. Nadie quiere comprarles las propiedades y los inquilinos le pagan una miseria. ¿Quién es rico y quién es pobre?

La riqueza no se mide en el valor de lo que cada cual posee, sino en la capacidad de acceder a los bienes más fundamentales: comida, sanidad, compañía, atención, etc.

… el apóstol Pedro, cuando, al subir al templo, se encontró con aquel cojo que le pedía limosna, le dijo «no tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo, echa a andar» (Hch 3, 6)... La palabra de Pedro lo hace sano; y el que no pudo dar la imagen del César grabada en una moneda a aquel hombre que le pedía limosna, le dio, en cambio, la imagen de Cristo al devolverle la salud.

Y este tesoro enriqueció no sólo al que recobró la facultad de andar, sino también a aquellos cinco mil hombres  que ante esta curación milagrosa, creyeron en la predicación de Pedro (Hch 4,4). Este pobre que no tenía nada que dar al que le pedía limosna, distribuyó tan abundantemente la gracia de Dios, que dio no solo vigor a las piernas del cojo, sino también la salud del alma  y su fe a aquella ingente multitud de creyentes. (San León Magno. Sermón 95.2-3)

La riqueza es la capacidad de dar a los demás y en la medida que retenemos nuestras capacidades, para nosotros mismos, nos convertimos en avaros y soberbios. Pedro dio al cojo aquello que poseía y mal hubiera hecho si se hubiera guardado su capacidad de ayudar.

En nuestra sociedad el individualismo nos va separando de los demás y haciendo más improbable encontrarnos con la oportunidad de colaborar, ayudar, compartir o establecer vínculos humanos. La soledad nos destruye por dentro y por fuera. Rechazamos el compromiso duradero, porque creemos que eso nos hace perder la libertad. ¿Qué futuro tiene una sociedad de individuos aislados, que sólo se relacionan entre ellos de forma indirecta, a través de las máquinas? El diablo puede estar contento, ya que su plan se va cumpliendo bastante bien, ya que si no “sufrimos” a nuestros prójimos no encontraremos la imagen de Dios que todos llevamos dentro nuestra.

Si Pedro hubiera destinado un centavo diario para que una ONG lo repartiera entre los pobre, no se hubiera cruzado con el cojo. Al no cruzarse, no le hubiera podido hablar de Cristo y regalarle la curación de su dolencia.

Sin duda hay que aprender a dar, pero también hay que saber recibir. Si el cojo hubiera rechazado el don que Pedro le ofreció, seguiría siendo un cojo que espera una limosna de su gusto. Muchas veces no nos cuesta dar lo que nos sobra, pero nos cuesta recibir lo que nos falta.


Vosotros, los que os gloriáis de vuestra pobreza, evitad la soberbia, no sea que os superen los ricos humildes (San Agustín. Sermón 85,2)

domingo, 15 de junio de 2014

A Cristo sólo podemos recibirlo en la unidad. Benedicto XVI

La unidad es un gran misterio. Misterio que nos encontramos en nosotros mismos, en nuestra comunidad cristiana, en la Iglesia, entre los cristianos y entre todas las personas que vivimos en este mundo. Entre nosotros, la unidad es siempre una utopía, ya que si cada uno de nosotros no consigue ser uno, en su persona ¿Cómo vamos a ser uno con otras personas?

El Cristo que encontramos en el Sacramento es el mismo aquí,… en Europa y en América, en África, en Asia y en Oceanía. El único y el mismo Cristo, está presente en el pan eucarístico de  todos los lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha dicho el apóstol san Pablo…? "El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 17). La consecuencia es clara: no podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso ofrecimiento de las propias. La Eucaristía -repitámoslo- es sacramento de la unidad. Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el sacramento de la unidad. (Benedicto XVI, Homilía del 29/05/05)

La comunión es el sacramento de la unidad, ya que nos une con Dios, con nuestros hermanos e incluso, internamente. Dios llama a la puerta cada vez que nos acercamos al altar y espera que le abramos la puerta: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete. He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él y él Conmigo” (Ap 3, 19-20)

También nos dice Cristo en el Apocalipsis: “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” (Ap 3, 8)

La puerta que Dios ha puesto delante de nosotros no puede ser cerrada, ya que hemos guardado Su Palabra y no hemos negado Su Nombre. Cristo llama y espera que con nuestras pocas fuerzas, abramos la puerta para que El pueda entrar y la cena sea de unidad.

Si cada uno de nosotros se une a Cristo, la unidad es posible por medio de la Gracia de Dios. No podemos confiar en nuestras fuerzas ni en nuestras estrategias humanas. La unidad no parte de actos externos que quedan en bonitas apariencias que maravillan al mundo. La unidad empieza dentro de cada uno de nosotros en el mismo momento que recibimos a Cristo en la Eucaristía.

El misterio de la inhabitación de Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos permite ver que es posible que la unidad es posible y deseable. Además, al rezar el Padre Nuestro, pedimos que la Voluntad de Dios sea en la Tierra igual que en le Cielo.

Vivimos en una sociedad postmoderna, en la que se da gran valor a las diferencias que nos alejan unos de otros. Se no enseña que la libertad consiste en ser diferentes y reclamar que se reconozca nuestra diferencia como un valor social. La necesidad de la unidad se esconde debajo de capas y capas de circunstancias que nos desunen y nos alejan. La soledad que proviene de la incapacidad de aceptar compromisos, se considera como un valor a conservar todo el tiempo posible. Cada vez más personas viven solas y sin compromisos afectivos.

¿Cómo podremos defender la unidad entre los cristianos o entre las personas que vivimos en una misma comunidad, si vemos que esta unidad es un contravalor que se desprecia socialmente?


Como en otros muchos aspectos, nos toda ir contracorriente y hacer nuestro el compromiso de unidad que tanto necesitamos. ¿Cómo hacerlo? Empezando por dar sentido y valor a la Eucaristía. Si este sacramento termina por considerarse una herramienta de integración social, olvidaremos la existencia de esa puerta que siempre está abierta y a la que llama Cristo para cenar con nosotros.

domingo, 8 de junio de 2014

La Esperanza está en la Luz:Cristo. Clemente de Alejandría

Como aquellos que, sacudidos del sueño, se despiertan en seguida interiormente, o mejor, como aquellos que intentan quitarse de los ojos las cataratas, y no pueden recibir la luz exterior, de la que se ven privados, pero, desembarazándose al fin de lo que obstruía sus ojos, dejan libre su pupila, así también nosotros, al recibir el bautismo, nos desembarazamos de los pecados que, cual sombrías nubes, obscurecían al Espíritu Divino; dejamos libre, luminoso y sin impedimento alguno el ojo del espíritu, con el único que contemplamos lo divino, ya que el Espíritu Santo desciende desde el cielo para estar a nuestro lado.

Esta mixtura de resplandor eterno es capaz de ver la luz eterna, pues lo semejante es amigo de lo semejante; y lo santo es amigo de Aquel de quien procede la santidad, que recibe con propiedad el nombre de «luz»: «Porque vosotros erais en otro tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor», de ahí que el hombre, entre los antiguos, fuera llamado, según creo, «luz».

Sin embargo —se dice—, aún no ha recibido el don perfecto; también yo lo admito; con todo, está en la luz, y no le sorprende la oscuridad. Ahora bien, entre la luz y la oscuridad no hay nada; la consumación está reservada para la resurrección de los creyentes, y no consiste en la consecución de otro bien, sino en tomar posesión del objeto anteriormente prometido. (Clemente de Alejandría. El Pedagogo, Libro I)

Clemente de Alejandría nos dice que quien está en la Luz, no le sorprende la oscuridad. Como humanos que somos, aunque hayamos recibido el bautismo, no hemos recibido la totalidad de la Gracia de Dios. El don completo y perfecto de ver a Dios, sólo lo recibiremos tras nuestra vida en la tierra.

Mientras, el Espíritu Santo desciende para estar a nuestro lado y así podamos ver más allá de las tinieblas que nos rodean. La vista del Espíritu nos permite ver a Dios, pero también nos hace ver lo terriblemente imperfecta que es nuestra naturaleza. Nos permite ver que dentro de nosotros está Dios, pero también nos hace fijarnos en todas las sombras y penumbras que llevamos con nosotros. Quien no recibe el don del Espíritu no es capaz de encontrar, dentro de sí, las grietas del pecado.

Clemente también nos habla de que lo semejante es amigo de lo semejante. El don del Espíritu nos permite ver en los demás, los errores que cargamos en nosotros. No somos mejores ni peores que ellos, llevamos las mismas grietas e imperfecciones en nosotros. Cuando nos damos cuenta de esta naturaleza frágil e imperfecta que todos los seres humanos llevamos con nosotros solemos desanimarnos. En todo lugar donde haya un ser humano, el pecado aparece tarde o temprano. No existe un paraíso diferente a la Gloria de Dios y para llegar a el, tendremos que esperar a dejar este mundo. La consumación está reservada para la resurrección de los creyentes

Detrás de todas esas tinieblas está la Luz que es Dios. Sin Luz no seríamos capaces de ver los errores que llevamos dentro de nosotros. Sin la Luz del Espíritu, viviríamos son conocer ni discernir lo que nos rodea.

Si nos sentimos desalentados y desanimados ¿Dónde encontrar la fuerza para seguir adelante? Dice que Cristo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí (Jn 14, 6) No pongamos nuestras esperanzas en nosotros mismos ni en cualquier ser humano, por muy santo que parezca o sea. Si buscamos un paraíso en la tierra y un salvador, humano, estaremos buscando continuas excusas e incluso mintiendo, para sostener el falso paraíso y el imposible salvador que nos hemos buscado.


La Esperanza está en la Luz, que es Cristo. Luz que nos envía el Espíritu Santo para que esté siempre a nuestro lado.

domingo, 1 de junio de 2014

¿Seguimos mirando boquiabiertos al cielo? Joseph Ratzinger

Hoy celebramos la Ascensión de Cristo. A veces nos pasa como a los Apóstoles, que viendo que Cristo desaparecía de su vista, se quedan mirando al cielo esperando algo. No sabemos qué, pero algo.

Y estando mirando fijamente al cielo mientras El ascendía, aconteció que se presentaron junto a ellos dos varones en vestiduras blancas, que les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo. (Hch 1, 10-11)

¿Qué hacemos mirando al cielo? ¿No tenemos mejores cosas que hacer que esperar sin sentido? La Esperanza es siempre espera, pero con un sentido. Quedarnos mirando a ver qué pasa, es una espera sin sentido. No es que Cristo no nos haya dejado claro la misión, ya que en el evangelio de hoy lo deja claro: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado” (Mt 18, 19-21)

La misión está clara, pero no siempre la terminamos de entender. Joseph Ratzinger, Papa emérito actualmente, nos lo explica claramente:

“La misión exige en primer lugar preparación para el martirio, una disposición a perderse a sí mismos por amor a la verdad y al prójimo. Sólo así se hace creíble, y ésta ha sido siempre la situación de la misión y lo seguirá siendo siempre. Sólo así se levanta el primado de la verdad y sólo entonces se vence desde dentro la idea de la arrogancia. La verdad no puede ni debe tener ninguna otra arma que a sí misma. Todo el que cree ha encontrado en la verdad la perla, por la cual está dispuesto a dar todo lo demás, incluso a sí mismo, pues sabe que al perderse se encuentra a sí mismo y que solamente el grano de trigo que muere lleva fruto abundante. El que cree y puede decir "hemos encontrado el amor" debe transmitir ese regalo a los demás. Sabe que con ello no violenta a nadie, no destruye la identidad de nadie, no destroza culturas, sino que las libera para que puedan adquirir una mayor amplitud propia. Sabe que satisface así una responsabilidad: "Es una obligación que tengo, ¡y pobre de mí, si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9,16). ” (Joseph Ratzinger. Entrevista UCAM 1-1-2002)

Es interesante no perder de vista que Cristo nos señal el camino del martirio como elemento fundamental para seguirle. Nos dijo que quien quiera ir detrás de El, tendría que negarse a sí mismo y cargar con su cruz. Misión y martirio van unidos, por eso no nos gusta demasiado seguir los pasos del Señor y si lo hacemos, buscamos no comprometernos completamente.

Quién querría perder su vida, por mucho que el Señor nos prometa que nos recompensará de sobra por ese sacrificio. Como comentaba en un post de hace meses: ¡Que miedo ser santo¡ Que lo sea Superman, entendemos que la santidad es algo que requiere ser como una estatua de mármol, que no siente o padece, o ser Supermán, con sus superpoderes. Como ninguno de nosotros somos una estatua de mármol ni tenemos superpoderes, dejamos el ideal de la santidad de lado. Lo que nunca nos han explicado claramente es que los santos eran y son personas hechas de la misma carne que nosotros y con las mismas debilidades que nosotros. La diferencia es que ellos abrieron su corazón y dejaron que la Gracia de Dios actuara transformándolos.

Más de una vez nos hemos planteado la pregunta ¿Evangelizar a otras personas? Y nos hemos respondido con otra pregunta ¿Cómo puedo hacerlo yo que tan poco sé? Más que saber más o menos, lo importante es decir el SÍ que necesita Dios y dejar que sea El quien nos transforme. Ahora, habrá que formarse y dedicarse con constancia a la oración.


Si seguimos boquiabiertos como hace 2000 años, es que algo no ha terminado de cuajar en nosotros y ese algo es precisamente el SÍ que tanto nos cuesta ofrecer como regalo al Señor. 
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