domingo, 25 de noviembre de 2018

El cristiano del siglo XXI


La [verdadera] vocación monástica es primordialmente una llamada al desierto, porque el monje es aquel que ha renunciado públicamente a las ficciones de una existencia colectiva y social en la que éxito se identifica con poder, placer y riquezaErmitaño Urbano

El desierto es un concepto que ha desaparecido del cristianismo contemporáneo. Después del CVII, los católicos hemos emprendido un camino de acercamiento humano al mundo. Un camino que busca exaltar lo humano sobre la divinización. Una falsa humanización que se nos presenta como una meta y un fin en sí misma. No nos damos cuenta que la forma de vida actual, llena de apariencias y simulacros, es por sí misma un desierto, un desierto espiritual, un desierto de veracidad. El mundo es un desierto donde parece que Dios ha desaparecido y todo se mueve por la lucha de poder entre quienes lo habitamos. Un desierto sin Dios.

Hay otro desierto muy diferente. Un desierto que invierte la perspectiva de realidad a la que nos hemos acostumbrado. Este sería el desierto donde lo aparente y lo social dejan de ser esenciales. Un desierto en el que los simulacros quedan al margen de nuestra vida. Un desierto donde la presencia de Dios se convierte en lo único esencial.

El problema de los cristianos actuales proviene de hacer nuestro ese desierto sin Dios y abrazar al mundo como lo único relevante para nosotros. Entonces nos convertimos, en el mejor caso, en cristianos socio-culturales. Cristiano-agnósticos que ignoramos la Voluntad de Dios porque nos parece que Dios, está lejos, es indiferente, no es ni útil ni esencial para nuestra vida. Primeramente invertimos los mandamiento (Mt 22, 34-40), anteponiendo el amor a nosotros mismos (egoísmo) y después volcamos este egoísmo encubierto hacia el prójimo. Entonces aceptamos dar la prójimo aquello que nos haría sentir bien a nosotros, aunque eso sea veneno espiritual concentrado. El amor a Dios queda como algo secundario que termina por desaparecer debajo del activismo social que centra la pastoral eclesial actual.

Si recordamos bien, Cristo se retiraba con frecuencia al desierto físico para estar más cerca de Dios. San Juan Bautista realizó la mayoría de su ministerio en el desierto. Los primeros cristianos buscaban tiempos en los que el aislamiento y serenidad. Hoy llamamos “retiros espirituales” a diversas variantes de los ejercicios espirituales Ignacianos. Variantes que no dejan de ser una reunión socio-cultural de sesgo emotivista. En realidad, tememos quedarnos solos frente a nosotros mismos, porque perdemos las justificaciones que nos “protegen” psicológicamente de la mirada de Dios. Somos adictos a los simulacros socio-culturales que nos rodean y motivan diariamente.


¿Cómo debería ser el cristiano del siglo XXI? No deberíamos estar lejos de una vida monástica, aunque vivamos integrados en la sociedad moderna. No hay otra forma de dar testimonio de Cristo en medio de millones de simulacros y apariencias superficiales. Nuestras comunidades deberían buscar lo esencial, en vez de centrarse en lo socio-culturalmente valorado. Seguramente muchos pensarán que esto es muy muy aburrido y que precisamente, esto aleja a las personas que buscan un [pseudo] cristianismo divertido, atractivo y a un modelo de cristiano con una eterna sonrisa de anuncio de dentífrico. Si lo que buscamos en marketing, vender un producto, atender necesidades egoístas, evidentemente no hemos leído los Evangelios y seguimos a algo que tiene poco que ver con Nuestro Señor.


miércoles, 7 de noviembre de 2018

Necesitamos Paz interior. ¿Dónde encontrarla?





Los católicos necesitamos paz interior. Sólo quien tiene paz en su corazón, puede compartirla con los demás. No es nada sencillo disponer de este don y además, encontrar a alguna persona dispuesta a que le comunique. Los seres humanos solemos sentirnos motivados por las polémicas, los enfrentamientos y los antagonismos. Hablar de paz interior, suele conllevar el desprecio y ser señalado como "tibio". La tibieza anida en quien no tiene su existencia dirigida hacia Cristo.
Felices los hacedores de paz, porque se llamarán los hijos de Dios. La perfección está en la paz, donde no hay oposición alguna; y, por tanto, son hijos de Dios los pacíficos, porque nada en ellos resiste a Dios; pues, en verdad, los hijos deben tener la semejanza del Padre. Son hacedores de paz en ellos mismos los que, ordenando y sometiendo toda la actividad del alma a la razón, es decir a la mente y a la conciencia, y dominando todos los impulsos sensuales, llegan a ser Reino de Dios, en el cual de tal forma están todas las cosas ordenadas, que aquello que es más principal y excelso en el hombre, mande sobre cualquier otro impulso común a hombres y animales, y lo que sobresale en el hombre, es decir la razón y la mente, se someta a lo mejor, que es la misma verdad, el Unigénito del Hijo de Dios. Pues nadie puede mandar a lo inferior, si él mismo no se somete a lo que es superior a él. Esta es la paz que se da en la tierra a los hombres de buena voluntad, es la vida dada al sabio en el culmen de su perfección. De este mismo Reino tranquilo y ordenado ha sido echado fuera el príncipe de este mundo, que es quien domina a los perversos y desordenados. Establecida y afianzada esta paz interior, sea cual fuere el tipo de persecución que promueva quien ha sido echado fuera, crece la gloria que es según Dios; y no podrá derribar parte alguna de aquel edificio y con la ineficacia o impotencia de las propias máquinas de la guerra, significa la gran solidez con que está estructurada desde el interior. Por esto continúa: Felices aquellos que sufren persecución por ser honestos, porque de ellos es el Reino de los cielos (San Agustín. El Sermón de la Montaña II, 9)

Amar la paz conlleva unirse al orden que Dios ha determinado dentro de lo natural y lo sobrenatural. Actualmente, quien encuentra la paz dentro del templo de su corazón, será piedra de discordia dentro de una sociedad y una Iglesia postmoderna. ¿Quién se atreve a no dejarse llevar por las modas, los segundos salvadores, las tendencias bien vistas? ¿Quién se atreve a señalar la desnudez del rey desde la sinceridad que conlleva entender lo que sucede? Bienaventurados quienes sufren persecución por causa de la justicia, la honestidad, la sinceridad, que nace de sus corazones. Triste de aquellos que se ven aclamados por las multitudes. Multitudes que le utilizan como excusa y complicidad en sus perversiones y profanaciones.

¿Dónde encontrar esa paz interior que tanto deberíamos ansiar? El corazón de Cristo nos tiene su protección y el Espíritu Santo nos ofrece el sabio entendimiento de lo que acontece. ¿Queremos abrir la puerta cuando llama a ella el Señor? ¿Preferimos quedarnos dentro? Ese es el drama que vivimos actualmente.
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