martes, 24 de diciembre de 2013

La luz de Belén nunca se ha apagado. Benedicto XVI

En la noche del día 24 celebramos el nacimiento del Niño Emmanuel, Dios con nosotros. Es una noche de alegría en donde el Nacimiento de Cristo se representa a través de dos palabras clave: Luz y Paz.

…luz significa sobre todo conocimiento, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, la luz significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén aparece la gran luz que el mundo espera. En aquel Niño acostado en el pesebre Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da a sí mismo como don y se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha iluminado hombre y mujeres a lo largo de los siglos, “los ha envuelto en su luz”. Donde ha brotado la fe en aquel Niño, ha florecido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los débiles y los que sufren, la gracia del perdón.  (Benedicto XVI, Homilía de Navidad 2005)

No es fácil pensar en una Navidad oscura y en conflicto. La noche de amor, necesita de Luz para que veamos más allá de nuestros egoísmos, gustos e ideologías. De ahí, como indica Benedicto XVI, que la Luz siempre  contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Luz que es conocimiento para dar sentido a nuestra vida.

Esta Luz nos ha guiado a través de los siglos y los sigue señalando hacia donde han de ir nuestros pasos. En ese sentido, la estrella de Belén y el Ángel que habla a los Pastores, son prefiguraciones de la Luz que tanto necesitamos. Es Luz de conocimiento de Quién, cuándo y dónde. Luz que no es simple emotividad o activismo.

Es curioso que la Luz sólo se manifestase a Pastores y Magos de Oriente, pero si repasamos el relato del la Natividad, leeremos que los Magos comunicaron a Herodes su objetivo, pero sólo urdió un plan para deshacerse de aquel Niño. Quizás esta sea la actitud que nuestra sociedad evidencia durante estos días de Adviento. Se aprovechan de las fechas, pero urden planes para impedirnos ver al Niño Dios. De hecho toda la publicidad se concentra en cambiarnos el objeto de nuestra adoración. Nos presentan a lo ídolos de siempre, dispuestas a los adoptemos y nos adoremos. Detrás, muy detrás, queda el Niño, que sólo es recibido por unos pocos.

Pero algunas personas han cerrado su alma; su amor no encuentra en ellas resquicio alguno por donde entrar. Creen que no necesitan a Dios; no lo quieren. Otros, que quizás moralmente son igual de pobres y pecadores, al menos sufren por ello. Esperan en Dios. Saben que necesitan su bondad, aunque no tengan una idea precisa de ella. En su espíritu abierto a la esperanza, puede entrar la luz de Dios y, con ella, su paz. Dios busca a personas que sean portadoras de su paz y la comuniquen. Pidámosle que no encuentre cerrado nuestro corazón. Esforcémonos por ser capaces de ser portadores activos de su paz, concretamente en nuestro tiempo. (Benedicto XVI, Homilía de Navidad 2005)

Los pastores representan a las personas sencillas, que están dispuestas a escuchar el llamado que les llega a través del Ángel. Son personas vigilantes, que velan por la noche para que sus rebaños no sufran. Se reúnen alrededor de un fuego, que vuelve a ser un símbolo de Luz pero que además lo es de Paz y comunidad.

La parábola de las diez vírgenes, se pueden ver las dos actitudes que podemos tener en la espera. Unas han traído suficiente aceite para esperar al novio, otras se han presentado sin esperanza suficiente, lo que hace que no tarden en desesperar y alejarse. La palabra clave es “Esperanza”, que tenían tanto los Magos como los Pastores. Quienes viven sin Esperanza, ¿Qué pueden esperar de su propia vida? ¿Por qué tendrían que esperar que Dios tocara a su puerta para cenar con él? Si se llegan a dar cuenta de que Cristo les llama, se esconderán gritando atemorizados.

Mirando hacia nosotros mismos, tendríamos que hacer un balance de cuanta Esperanza llevamos con nosotros para estar preparados para la espera del nacimiento del Niño Dios.

Particularmente me gusta felicitar por la Navidad utilizando el plural: Felices Navidades. En plural porque da pié a señalar las dos Navidades que tenemos tan cerca. La Navidad externa a celebrar unidos con nuestros amigos y familia y la Navidad interna de nuestra conversión.


Felices Navidades

jueves, 19 de diciembre de 2013

El Sentido se hace carne cada Navidad. Card. Ratzinger

Así vino a nosotros, efectivamente, el eterno sentido del mundo de tal forma que se le puede contemplar e incluso tocar (1 Jn 1,1). Pues lo que Juan denomina «la Palabra» o «el Verbo», significa en griego, al mismo tiempo, algo así como el sentido. Según eso, podemos también traducir nosotros: el sentido se ha hecho carne. Pero este sentido no es simplemente una idea corriente que penetra en el mundo. El sentido se ha aplicado a nosotros y ha vuelto a nosotros. El sentido es una palabra, una alocución que se nos dirige. El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal. Él mismo es una persona: el Hijo del Dios vivo, que nació en el establo de Belén.

Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes frente al poder o a la sabiduría. Pero Él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres. Dejemos, pues, que la alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios. (Card Joseph Ratzinger, mensaje de Navidad 2002)

Estamos cerca del día de Navidad y conviene ir mirando qué para encarar el último tramo del Adviento. ¿Quién nació hace 2000 años en un pobre pesebre en una pequeña ciudad de la periferia del Imperio Romano? Si miramos la escena del nacimiento, podríamos decir que tuvo que nacer alguien sin importancia alguna.

Es curioso, pero Cristo también nace en nuestro corazón de la misma forma. Sin soberbia, ya que no se impone por la fuerza. En la periferia, ya que aparece siempre como algo colateral a nuestros intereses personales. Pero quien nace en nuestro corazón es algo más que una persona. El Cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI señala un aspecto muy importante para el ser humano del siglo XXI: “el sentido se ha hecho carne”. La Navidad nos recuerda que nace el Sentido y que nace como persona, capaz de comunicarse a todos nosotros.

En este siglo de prodigios de la ciencia y la técnica, parece que no necesitamos a Dios. La sociedad en que vivimos se proclama como salvadora del ser humano y garante en todas sus necesidades básicas. Al menos eso es lo que dicen, porque en la realidad no vivimos en una sociedad más feliz y justa, más bien todo lo contrario.

Hay algo que nuestra sociedad no es capaz de darnos: sentido. Precisamente, el laicismo imperante rechaza este sentido como algo que nos oprime y esclaviza. Para contrarrestar el anhelo de sentido que tenemos impreso en nuestro interior, ofrece que cada cual se busque el sentido que desee, que lo cambie y hasta que lo elimine de su vida. Nos dicen que la libertad es precisamente no tener sentido y decidir, sin conocimiento ni compromiso, aquello que más nos apetezca en cada momento.

El Sentido nos libera de la esclavitud de lo inmediato y no lo hace imponiéndose, sino amándonos. “Él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres.” El sentido no homogeniza ni aborrega. El Sentido persona que nos une a los demás, reconoce los carismas que Dios nos ha donado y nos permite vivir lo que somos y Dios quiere de nosotros, con un humildad y esperanza.

El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal.” Es maravilloso darnos cuenta que el Sentido nos llama, conduce y nos ama a cada uno, tal como ha sido creado. Nos damos cuenta de la profundidad de las palabras de Cristo, cuando nos dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.” (Mt 11, 28-30). El yugo que nos ofrece la sociedad pesa y destroza interiormente, porque carece de sentido.

El cardenal Ratzinger nos habla de la alegría que nace de sentir que somos libre y que esa libertad procede del Sentido, que es Amor. ¿Cómo vivir la alegría del Evangelio sin liberarnos de las cadenas del sinsentido de nuestra vida? Por eso es tan importante encontrarnos con la Verdad:


Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.

martes, 17 de diciembre de 2013

Preparémonos para noche santa del perdón divino. BXVI

El Adviento y la Navidad han experimentado un incremento de su aspecto externo y festivo profano tal que en el seno de la Iglesia surge de la fe misma una aspiración a un Adviento auténtico: la insuficiencia de ese ánimo festivo por sí sólo se deja sentir, y el objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento, ese alimento del espíritu fuerte y consistente del que nos queda un reflejo en las palabras piadosas con que nos felicitamos las pascuas. ¿Cuál es ese núcleo de la vivencia del Adviento?

El Adviento significa la presencia comenzada de Dios mismo. Por eso nos recuerda dos cosas: primero, que la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta; en segundo lugar, que esa presencia de Dios acaba de comenzar, aún no es total, sino que esta proceso de crecimiento y maduración. Su presencia ya ha comenzado, y somos nosotros, los creyentes, quienes, por su voluntad, hemos de hacerlo presente en el mundo. Es por medio de nuestra fe, esperanza y amor como él quiere hacer brillar la luz continuamente en la noche del mundo. De modo que las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia: certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino; por otra parte, la conciencia de que esta luz solamente puede —y solamente quiere— seguir brillando si es sostenida por aquellos que, por ser cristianos, continúan a través de los tiempos la obra de Cristo. (Benedicto XVI: Homilía a los Jóvenes en Colonia. Cuaresma 2011)

El cristianismo es una religión simbólica. Utilizamos los signos y los símbolos para acercar nuestro entendimiento al Misterio de Dios y la forma en que se revela a nosotros. Pero, como es lógico, el simbolismo tiene un peligro: perder la conciencia del Misterio que subyace detrás de los elementos que utilizamos para señalarlo.

El Portal de Belén, el Árbol de Navidad, la Corona de Adviento, los regalos, la continua presencia de la Luz en las lecturas, cuando se hacen cultura, costumbre, hábito, pierden su verdadera esencia, dando lugar a versiones adaptadas a los intereses de la sociedad donde vivimos. Los regalos en el día de Navidad, querían simbolizar el gran Regalo que es el Niño Dios nacido. ¿En qué los hemos convertido? En una ocasión para comprar para sentirnos vivos. El Portal de Belén, buscaba acercarnos el Misterio de la redención hasta nuestros hogares. Pero ahora se ha convertido en un reclamo comercial de los grandes almacenes y ayuntamientos.

Con las carreras por comprar los regalos, las estridentes luces de neón, las insulsas y pegadizas canciones navideñas se nos olvida lo que Benedicto XVI nos señala: “la presencia de Dios en el mundo ya ha comenzado, y que él ya está presente de una manera oculta” ¿Oculta? ¿Dónde?

Oculta porque no se anuncia en spots publicitarios, ni aparece en las estanterías de lo grandes centros comerciales. Tampoco se anuncia por parte de los famosos y poderosos. Es una presencia sublime, constante y profunda, que anida en nosotros casi sin darnos cuenta. “El objetivo de nuestras aspiraciones es el núcleo del acontecimiento”, pero solemos perder el norte cuando nos sumergimos en la vorágine consumista y los hábitos que cada año repetimos casi sin darnos cuenta. En Navidad celebramos el nacimiento de Cristo y en Adviento preparamos los caminos para que el Niño Dios nazca en nosotros y quienes nos rodean. El núcleo del acontecimiento es mucho más que una cena en familia y una misa de medianoche. Ambas costumbre son geniales y no deberían desaparecer, pero el núcleo, el objetivo oculto, la razón de que todo a nuestro alrededor cambie por unos días debería hacerse presente.

En Adviento encendemos las velas de la Corona de Adviento y con esta acción significamos que necesitamos Luz, Sentido y Verdad. Belleza y Bondad. “Las luces que encendamos en las noches oscuras de este invierno serán a la vez consuelo y advertencia”. Consuelo a la soledad de una vida en donde Dios es cada vez más un extraño. Advertencia de que tenemos que descubrirlo en nosotros y en aquellas personas que nos rodean. Advertencia de que ya quedan pocos días y todavía nos queda mucho que poner de nuestra parte.

Sólo así encontraremos la “certeza consoladora de que «la luz del mundo» se ha encendido ya en la noche oscura de Belén y ha cambiado la noche del pecado humano en la noche santa del perdón divino”.

La Navidad se desvela ante nosotros como un anticipo de los sacramentos que vendrán tras la redención. Dios se hace presente y necesita que estemos preparados a recibirle. De igual forma, para recibir a Cristo a través de los sacramentos, necesitamos estar preparados y dispuestos. Una vez entre en nuestros corazones, adoraremos su presencia en nosotros y el mundo.

Ya quedan pocos días para la Navidad. Poco tiempo para prepararnos por nosotros mismos, pero para Dios el tiempo es solo un convencionalismo. Para El todo es posible.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Nos parece increíble lo prometido por Dios. San Agustín

Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios –a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza-, no sólo entregó la escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por Él.

¡Qué lejos estábamos de él! ¡Él muy alto y nosotros aquí abajo! Estábamos enfermos, sin posibilidad de curación. Un médico fue enviado, pero el enfermo no le reconoció, "porque si le hubieran conocido, jamás habrían crucificado al Señor de gloria" (1Co 2,8). Pero la muerte del médico fue el remedio del enfermo; el médico había venido a visitarlo y murió para curarle. Dio a entender a los que creyeron en Él que era Dios y hombre: Dios que nos creó, hombre que nos recreó. Una cosa se veía en Él, otra estaba escondida; y lo que estaba escondido llevaba a muchos hacia lo que se veía… El enfermo fue curado por lo que era visible, para llegar a ser capaz de ver plenamente más tarde. Esta última visión, Dios la difería escondiéndola, no la negaba. (San Agustín. Comentario a los Salmos, Sal. 109 “No sabemos nada”)

Seguimos andando hacia la Navidad. Quizás este tercer domingo de Adviento nos resulta un poco extraño porque el protagonismo de la lectura del Evangelio se desplaza a Juan el Bautista. La misión de evangelizar nunca es un misión secundaria o superflua. La misión del cristiano consiste en llevar la Buena Noticia a quienes más la necesitan.

San Agustín señala que Cristo es el Medico que Dios envió para curar nuestra enfermedad. Pero ¿De qué sirve un Médico formidable, si el enfermo nunca sabe de Él? ¿De qué sirve este médico si el enemigo se ha dedicado a crear prejuicios en torno suyo? 

Cristo dijo de Juan el Bautista: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino” de igual forma que Cristo nos envía a nosotros a preparar el camino para que el gran Médico pueda atender a quienes más le necesitan. Pero los enfermos no están muy dispuestos a ser atendidos por el Médico, le tienen miedo, desconfían de Él. Les han convencido  de que su enfermedad es parte de si mismos y que si son curados, sería como dejaran de ser ellos. Estos enfermos se sienten amenazados y luchan contra el Médico. Hace 2000 años, le crucificaron y ahora intentan callar a quienes seguimos proclamando que la Medicina existe y que está disposición de todos.

Dentro de una diez días celebraremos que Cristo nació entre nosotros y que su mensaje sigue tan vivo como siempre. ¿Qué nos encontramos por las calles, los medios de comunicación, los grandes almacenes? ¿Qué medicinas se ofrecen? Las falsas medicinas del consumo, que buscan ser evidencia de que el “sistema social” en que vivimos, es un éxito. Buscan deslumbrarnos con luces cegadoras y música pegadiza. Nos ofrecen una “alegría” basada en comprar, beber y comer, siempre que gastes dinero. Más que la celebración de quien nació en un pobre pesebre, vivimos la celebración del gran dios del consumo. Opulento, derrochador, capaz de sonreír a quien llena sus bolsillos con el dinero que tanto le ha constado ganar. Ya en la antigüedad le llamaron Baal y lo representaban como un todo o un becerro. Un becerro de oro, que se nos ofrece como el remedio a nuestros sufrimientos. ¿Celebrar la opulencia del becerro de oro o la humildad de Dios que nace en un establo? ¿Qué nos resulta más atractivo?

Juan el Bautista anunció el Médico de forma austera y sencilla. No necesitó los grandes medios de comunicación de la época. Su espacio público fue el desierto. Su voz resonaba donde nadie vivía, que paradoja. Ofrecía lo único que tenía: Esperanza y un sentido para la vida. Pero, las palabras que se pronunciaban en el desierto llegaron a toda Judea y Galilea. Llegaron hasta el rey Herodes sin que mediara acto de poder alguno. Tal vez la Navidad sea un momento propicio para dejar de intentar dar gritos por encima del ruido social imperante. Es evidente que gritando más fuerte no conseguimos demasiado. El mundo no necesita más gritos y más ceremonias de grandeza. 

Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano Tal vez la Navidad sea un momento propicio para dejar de intentar dar gritos por encima del ruido social imperante. Es evidente que gritando más fuerte no conseguimos demasiado. El mundo no necesita más gritos y más ceremonias de grandeza. Cada día más, necesitamos el silencio expectante y lleno de Esperanza que sólo se puede encontrar en el desierto y en un humilde establo de un pueblo perdido del Imperio Romano.

jueves, 12 de diciembre de 2013

El ABC, DEF y G de la Evangelización

“El ABC de la evangelización consta de: Afecto, Bondad y Cercanía. Habría que añadir, además, D y E: Diálogo y Ejemplo, sin olvidar la F: Formación. Pero para que todo fructifique es necesaria la G: Gracia de Dios”

Evangelizar es una palabra polisémicas que suele ser entendida como la principal acción que realizamos todos y cada uno de los bautizados: difundir la Nueva Noticia, el Evangelio.

Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión. ¿Cuál es, entonces, mi recompensa? Predicar gratuitamente el Evangelio, renunciando al derecho que esa Buena Noticia me confiere. (1Co 9, 16-19)

Evangelizar es una misión que no está limitada a determinados momentos o a determinadas personas. Todos evangelizamos y lo hacemos sobre toda aquella persona que se acerque a de nosotros. Se evangeliza tanto dentro y fuera de la Iglesia, ya que el Evangelio se transmite con la palabra, las actitudes y las actividades que realicemos.

El ABC del evangelio comienza por Afecto, Bondad y Cercanía, ya que sin estas tres avanzadillas, no hay comunicación ni empatía posible.

Para que el ABC llegue a los demás son necesarios DEF, es decir Diálogo,  Ejemplo y Formación. El diálogo es una característica propia del ser humano, a través de la cual aprendemos y nos relacionamos. También es necesario el ejemplo. Si lo que decimos queda sólo en palabras, nuestro testimonio es nulo. Nadie nos creerá ni querrá acercarse a nosotros para conocer más.

No tenemos que olvidarnos de una necesidad imperiosa: la Formación. Si no tenemos la formación suficiente, es muy posible que nos encontremos con dificultades considerables. Hoy en día, los prejuicios son eficaces anticuerpos que bloquean la difusión del Evangelios. Actúan poniendo en duda todo lo que podamos decir y a nosotros mismos. Saber desmantelar los prejuicios necesita de vitamina C3: Conocimiento, Constancia y Compromiso. Esta vitamina se adquiere mediante la formación continua. Tenemos que ser conscientes que los prejuicios son capaces de mutar con rapidez, por lo que tenemos que estar siempre al día y preparados.

Por último tenemos el elemento más importante: la Gracia de Dios. Nada podemos hacer sin Cristo. “El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”. (Jn 15,5) La conversión parte de un diálogo en el que no podemos participar, ya que es un diálogo íntimo entre cada persona y el Señor. Dios respeta escrupulosamente nuestra libertad. “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20)

¿Qué podemos hacer nosotros? Como estamos en Adviento, no podemos olvidar las palabras de Lucas, que a su vez, toma del profeta Isaías:

Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas. Todo valle se rellenará, Y se bajará todo monte y collado; Los caminos torcidos serán enderezados, Y los caminos ásperos allanados; Y verá toda carne la salvación de Dios.” (Lc 3, 4-6).

Isaías nos llama a allanar el camino al Señor para que todo ser humano tenga la oportunidad de encontrarse con Cristo, de forma similar a como se encontró con los discípulos de Emaús.


Cristo se hace el encontradizo y escucha las dudas, problemas, dolores y necesidades de quienes le dejan acercarse y acompañarles. Después habla a nuestro corazón llenándolo de Esperanza, ya que sólo El tiene Palabras de vida eterna, pero el encuentro espera nuestro permiso. Si no aceptamos que necesitamos de El, la puerta queda cerrada y El no partirá el Pan con nosotros.

martes, 10 de diciembre de 2013

Seguimos la Estrella en el desierto. San León Magno

Seguimos andando el Adviento. Ya estamos casi en el ecuador de este tiempo litúrgico, que tiene bastante de peregrinación, caminando hacia el momento en que el Señor nace y se manifiesta al mundo. ¿A quien se manifiesta el Señor? Primero a sus padres, después a los pastores, convocados por un Ángel. Por último llegaron los fueron los primeros convocados: los Magos de Oriente. Los que tuvieron que recorrer un camino más largo y peligroso.

A la manifestación de Dios, los primeros convocados fueron los últimos y los últimos convocados, los primeros. Los Magos fueron convocados a través de su ciencia. No necesitaron de grandes prodigios para emprender un largo viaje hacia algo que no terminaban de comprender. Seguramente dudaron de los signos que aparecían escritos en el cielo, pero no por ello dejaron atrás la Esperanza escrita en sus corazones.

No sin razón, cuando los tres Magos fueron conducidos por el resplandor de una nueva estrella para venir a adorar a Jesús, ellos no lo vieron expulsando a los demonios, resucitando a los muertos, dando vista a los ciegos, curando a los cojos, dando la facultad de hablar a los mudos, o en cualquier otro acto que revelaba su poder divino; sino que vieron a un Niño que guardaba silencio, tranquilo, confiado a los cuidados de su Madre. No aparecía en Él ningún signo de su poder; mas les ofreció la vista de un gran espectáculo: su humildad. Por eso, el espectáculo de este santo Niño, el Hijo de Dios, presentaba a sus miradas una enseñanza que más tarde debía ser proclamada; y lo que no profería aún el sonido de su voz, el simple hecho de verle hacía ya que Él lo enseñara. (San León Magno, Homilía Nº 7)

Los Magos llegaron donde su ciencia les indicó y se encontraron con una familia en apuros y unos cuantos pastores. Un Niño recién nacido les esperaba y no podemos decir que ese Niño mostrara el poder de Dios. Más bien todo lo contrario, mostraba el abajamiento de Dios. Como dice San León Magno, el que no hablaba, sólo con mirarle enseñaba y proclamaba la gloria de Dios. ¿Somos capaces de oír y ver esta enseñanza en nosotros?

Pensemos en nuestro Adviento. Como los Magos de Oriente, hemos recibido signos que nos indican qué va a suceder. ¿Qué signos hemos recibido? Muchos: nuestro bautismo, la Palabra de Dios, el testimonio de nuestros padres y familiares, el testimonio de los santos y sobre todo, el la marca de Dios en nuestros corazones.

En el camino, lo que nos rodea es similar al desierto que debieron atravesar los Magos. Nuestro desierto no es un desierto de arena y sequedad, sino de consumo y ausencia de Dios. Como los Magos, no debemos de perder la Esperanza  seguir los signos que hemos recibido.

¿Por qué el mundo no grita la Buena Noticia? ¿Qué hace que las Naciones no parezcan conmoverse por lo que va a acontecer?

La práctica de la sabiduría cristiana no consiste ni en la abundancia de palabras, ni en la habilidad para discutir, ni en el apetito de alabanza y de gloria, sino en la sincera y voluntaria humildad, que el Señor Jesucristo ha escogido y enseñado como verdadera fuerza desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz. (San León Magno, Homilía Nº 7)

Seguramente nos encontremos por el camino con personajes importantes que buscan beneficios personales y que temen que encontremos el verdadero Salvador. Igual que Herodes, nos ofrecerán premios si desviamos el camino de vuelta. El camino de la humildad.

Por lo tanto, no podemos esperar el mundo se haga eco verdadero del Nacimiento de Cristo. Tampoco podemos esperar signos milagrosos que nos transporten, sin darnos cuenta, hacia el Portal de Belén. Nos toca andar por el desierto del sinsentido y de las ofertas comerciales, sin que ello haga mella en nuestra Esperanza.


Muchas veces quisiéramos convocar al mundo con grandes fuegos de artificio, mega eventos y hasta con planes organizados de evangelización. Lo que solemos olvidar es que Cristo nació en un pobre pesebre, rodeado únicamente de unos pocos que fueron capaces de abrir su corazón a los signos de Dios

domingo, 8 de diciembre de 2013

En Adviento, oremos como la Virgen


Este domingo celebramos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción y es, además, el II Domingo de Adviento. Para reflexionar un poco estas dos fechas tan señalas, traigo un texto que creo adecuado:

Aceptar la doctrina bíblica de la creación significa profesar que el principio último de mundo es un Dios libre, por tanto persona, un Padre. Este Dios creó el mundo pronunciando una palabra. “Considera la Palabra  de Dios que recorre la creación y que seguirá avanzando hasta el fin del mundo”. Ella constituye la ley del universo, pero sigue siendo palabra. La palabra se dirige a alguien y en este caso, se le dice al hombre. Para el y sólo para el, la ley del mundo se convierte en una palabra en sentido estricto, pronunciada por el Padre en los cielos a su imagen, el hombre. Entonces, el mundo ya no es un enorme mecanismo opresor, sino un lugar de diálogo entre Dios Padre y la persona humana. (Card. Tomas Spidlik. Teología de la evangelización desde la belleza. El diálogo Divino-humano)

Recordemos que las palabras que fueron pronunciadas a María y la trascendencia de esas palabras en la historia del ser humano. Todavía son palabras que resuenan y nos dan sentido de muy diversas formas. Como dice el Card Spidlik, utilizando una frase de San Basilio: “Considera la Palabra  de Dios que recorre la creación y que seguirá avanzando hasta el fin del mundo”  La Palabra de Dios que se encarnó a través de María, dando lugar a prodigios hasta ese momento desconocidos en este mundo.

El Ángel Gabriel dice a María “Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo” Las Palabra de Dios se dirige hacia alguien, que es en este caso en María, pero que también podemos ser cada uno de nosotros en el momento en que nos acercamos suplicando la misericordia de Dios, como hizo la mujer Cananea. “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!” (Mt 15, 22).

No es fácil arrodillarse ante el Señor y solicitar su misericordia. En el corazón de las personas del siglo XXI anida la incredulidad y el desafecto. Parece que solicitando la misericordia de Dios, estuviéramos perdiendo nuestra dignidad y esto nos da vergüenza y miedo. Vergüenza porque nadie parece tener necesidad de arrodillarse ante nadie y miedo, porque solicitar la misericordia de Dios, para por abrir nuestro corazón y evidenciar que nos somos autosuficientes e independientes.

Nos dice San Agustín: “Nadie se aparta con el corazón de este mundo si no es ayudado con el don de la misericordia divina” (San Agustín. Comentario al Salmo S 113,3). La misericordia de Dios se manifiesta en la Inmaculada Virgen que da a luz a la Palabra hecha carne. La misma Palabra llegó a María y le lleno de Gracia y sentido. Pero María, como cualquiera de nosotros, sólo puede actuar según la Volunta de Dios, cuando acepta que la misericordia de Dios es la que mueve el mundo. Cuando lo aceptamos el mundo ya no es un enorme mecanismo opresor, sino un lugar de diálogo entre Dios Padre y la persona humana.

Es interesante pensar en la anunciación de María y en que el milagro de la Encarnación se produjo a partir de un diálogo entre el Ángel, mensajero de la Palabra de Dios y María. Si pensamos en ello nos daremos cuenta la maravilla que María pronuncia para aceptar libremente la Voluntad de Dios “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra”. Esta frase tiene varios antecedentes. El ofrecimiento de María, que lleva el ofrecimiento de Samuel "Habla Señor, que tu siervo escucha". También nos recuerdan las palabras de Cristo esperando la pasión "Padre haz que pase de mi este cáliz, pero no sea mi voluntad, sino la Tuya".

Nosotros podemos decir al Señor diciendo: “Señor, Hijo de David, ten misericordia de mi. He aquí un simple siervo de mi Señor, sea en mi tú voluntad, no la mía. Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una Palabra tuya será mi salvación”.

¿Hay mejor forma de preparar el nacimiento de Cristo que aceptar que sólo la misericordia de Dios puede salvarnos?



jueves, 5 de diciembre de 2013

Navidad con fe, el Amor, la Verdad BXVI y Papa Francisco

Seguimos andando por el Adviento, camino de la Navidad. Navidad que es el objetivo más directo, pero que contiene otros objetivos no tan visibles a primera vista.

Celebrar el nacimiento de Cristo es celebrar la manifestación de Dios entre nosotros, es decir algo muy cercano a un sacramento. Los sacramentos son signos que nos unen con Cristo y nos permiten acceder a la Gracia de Dios. Este pre-sacramento fue muy especial, ya que el signo fue la encarnación de Dios y el efecto, la Luz que habitó y habita entre nosotros.

La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos. (Benedicto XVI - Papa Francisco. Encíclica “Lumen fidei)

¿Qué nos puede impedir acercarnos al Belén y adorar al niño?

  • Podemos no creer en los signos. La Estrella estuvo visible para muchos, pero sólo los Magos de Oriente la siguieron con Esperanza.
  • Podemos encontrarnos con murallas o accidentes infranqueables. Nuestros prejuicios actúan como murallas que nos impiden salir de nosotros mismos y ver más allá de su fría protección.
  • Podemos temer que la Manifestación de Dios nos “esclavice”, pero sabemos que los Magos volvieron a sus tierras con más libertad de la que tenían antes. En el camino de ida, tuvieron que apoyarse en Herodes, en el de vuelta, decidieron no seguir sus indicaciones.
  • Podemos temer que Dios actúe con violencia en nosotros. Quizás la conversión pueda parecer un tipo de violencia psicológica sutil. Pero la alegría de todos los que vieron al Niño Dios, no deja espacio para pensar en violencias

Como dice la encíclica escrita a cuatro manos, que a quien encuentra la Verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. Parece un contrasentido que la Verdad pueda poseernos sin violencia y que nosotros la abrazamos con plena libertad. Este contrasentido es tan sólo una manifestación de nuestros prejuicios y limitaciones. Como seres humanos, que somos, sólo pensamos que es posible poseer y dominar a una persona actuando de forma violenta con ella.

Por esto, este camino de Adviento debería prepararnos para acercarnos al Portal de Belén con humildad, Esperanza y sobre todo, con toda libertad. Dios no nos obliga a seguirle, es nuestra libertad la que nos señala que el único camino es dejar que la Verdad nos posea.


¿Por qué hemos de temer? La Verdad, naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. ¿Dejaremos que la Verdad nos llene y se desborde en nosotros? Si no lo hacemos, las Navidades no pasarán de ser unas bonitas, quizás familiares y consumistas vacaciones. Tenemos un reto por delante.

martes, 3 de diciembre de 2013

En verdad, yo brillo, pero tú, no me miras. Simeón el Nuevo Teólogo

Adviento es un momento prepararse a recibir al Señor en la Navidad. Para recibir al Señor, hay que verlo y en la sociedad que vivimos, esto es cada vez es más difícil. Quisiera reflexionar sobre la pregunta que le hicieron a Cristo, sobre el mandamiento principal:

Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. (Mt 22, 36-40)

En estos tiempos que corren, se nos está olvidando el mandamiento mayor y el segundo más grande, tampoco lo llegamos a tener muy claro. De hecho, en las catequesis, homilías, libros diversos, conferencias, se suele hablar del segundo mandamiento porque nos resulta más cercano y accesible. El primer mandamiento nos resulta complicado de comprender y de hacerlo realidad. Si ya nos cuesta amar al prójimo que vemos, ¿Cómo vamos a amar a Dios si no lo vemos?, pero ¿Realmente no lo vemos?

Para clarificar la cuestión traigo un texto de Simeón el nuevo teólogo, monje ortodoxo que vivió entre el siglo X y el XI. El texto nos habla con una especial clarividencia de este tema:

Cuando cree a Adán, le di el don de poderme ver y por ese don establecerse en la dignidad de los ángeles. Con sus ojos corporales veía todo lo que yo había creado pero también con los ojos de la inteligencia, veía mi rostro, me veía a mí, que soy su Creador. Contemplaba mi gloria y conversaba conmigo en todo momento. Pero, cuando transgrediendo mi mandamiento, saboreó el árbol, se volvió ciego y cayó en la oscuridad de la muerte.

Pero me apiadé de él y vine de lo alto. Yo, el absolutamente invisible, compartí con él la opacidad de la carne. Recibiendo de la carne un principio, llegué a ser hombre y fui visto por todos. ¿Por qué, pues, acepté hacer todo esto? Porque la verdadera razón de haber creado yo a Adán es esta: que me pudiera ver. Cuando se volvió ciego, y, detrás de él todos sus descendientes al mismo tiempo, yo no podía soportar estar en la gloria divina y abandonar a los que había creado con mis manos; pero me hice en todo semejante a los hombres, corpóreo con los corpóreos, y me uní voluntariamente a ellos. Ves tú cuál es mi deseo de ser visto por los hombres. ¿Cómo, pues, puedes decir que me escondo de ti, que no me dejo ver? En verdad, yo brillo, pero tú, no me miras. (Simeón el Nuevo Teólogo.  Himno 53)

Realmente no vemos a Dios con los ojos físicos pero Dios brilla a nuestro alrededor. ¿Dónde podemos ver a Dios? En muchas partes, por ejemplo a través de los trascendentales: Unidad, Bondad, Belleza y Verdad. No creo descubrir ningún misterio si digo que estos cuatro trascendentales han sido demolidos y olvidados por la sociedad en que vivimos. ¿Cómo ver a Dios si olvidamos la Belleza o la Bondad? Simplemente, Dios desaparece de delante de nosotros cuando su manifestación se desprecia o se ignora.

Hemos sustituido la Unidad por la desafectada y lejana tolerancia. La belleza se ha convertido en estética e incluso nos admiramos ante el feismo, llamándolo arte. La bondad se ha convertido en una aséptica, desconfiada y organizada solidaridad. ¿La Verdad? ¿Qué es la Verdad? Preguntó Pilatos. La Verdad se ha sustituido por la realidad subjetiva de cada cual.

Si no somos capaces de amar a Dios. ¿Cómo seremos capaces de ver Su imagen en las personas con las que convivimos? Al ser incapaces de ver a Dios, sólo lo intuimos como un ser lejano e indiferente con nosotros. ¿Cómo, pues, puedes decir que me escondo de ti, que no me dejo ver? En verdad, yo brillo, pero tú, no me miras. Si Dios no está en nuestros hermanos, ¿cómo podremos amarlos?  No cabe duda que no tenemos nada claro en qué consiste amar a Dios sobre todas las cosas, lo que repercute en que amemos a nuestro prójimo de forma sesgada y a veces, equivocada.

Si no sabemos dónde mirar para ver a Dios, ¿Cómo veremos nacer el Niño Dios delante de nosotros en Navidad? Es lógico que la Navidad se haya convertido en una fiesta consumista y mundana. Si Dios no está presente ¿Qué celebra el mundo? Se celebra a sí mismo y se vanagloria de lo que el mismo se ha dado: consumo, fatuidad, tolerancia desafectada, estética feísta, solidaridad aséptica y la total ruptura de la unidad entre nosotros y en nosotros.


En Navidad nace quien viene a salvarnos de todos estos sinsentidos. Nace quien es sentido de todo lo que existe, la Palabra que es Camino, Verdad y Vida. Intentemos ser capaces de ver a Dios y enseñar a las demás personas a verlo.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Arte, vida cotidiana y Adviento.

Para iniciar el Adviento, traigo un breve texto de la obra: Belleza y vida de Fe, del P. Jesús Casás Otero.

Por lo tanto, el equívoco o malentendido, según el cual “la obra de arte sería únicamente obra humana, debe ser eliminado. Dios actúa en el hombre de una forma más de acuerdo con la Verdad que en el terreno de la naturalidad pura y simple” (pseudo Dionisio, Epístola X). Porque en las creaciones del espíritu, lo divino se manifiesta en y a través de la conciencia y al ser la conciencia superior a la naturaleza, será también un medio más adecuado para expresar lo divino en las creaciones artísticas.

[Al hombre] No le satisface ser un individuo separado; parte del carácter fragmentario de su vida individual, para elevarse a una “plenitud” que siente y exige, hacia una plenitud de vida que no puede conoce por las limitaciones de su individualidad, hacia el mundo comprensible y más justo, hacia un mundo con sentido.

Esto nos lleva a la conclusión de que la belleza y el arte, por principio, además de estar perfectamente relacionados, llevan en sí el germen religioso de la estética cristiana. Esta idea coincide con el pensamiento de la patrística que, desde el siglo II, habla de “la semilla del logos inmersa en la naturaleza”. (P. Jesús Casás Otero. El arte y la fe. Capítulo IV)

Pensemos que toda obra del ser humano puede ser una obra de arte o una simple respuesta a una necesidad funcional. Nuestra labor profesional, espiritual o evangelizadora, puede ser realizarse con un sentido que trascienda lo necesario o simplemente ajustarse a las necesidades de cada momento.

Hay que tener mucho cuidado con todo discurso que comienza por “lo mejor”, “lo principal”, “lo que prefiero”, porque nuestra psicología y naturaleza, tienden a quedarse con lo se destaca, olvidando todo lo que desde ese momento parece secundario. Si decimos que lo principal de una casa es que tenga techo, no implica que despreciemos los muros, ventanas, puertas, etc. ¿Qué sentido tiene un techo plantado en la nada? Por ejemplo, ¿Qué sentido tiene evangelizar sin una comunidad que recoja y de sentido a las personas que se acerquen al mensaje de Cristo?

Nos han educado para que aceptemos el funcionalismo minimalista como estándar de nuestra vida, lo que contradice las palabras de Cristo. En la parábola de los talentos, el Señor no se conforma con que se le devuelva lo mismo que nos ha prestado. Espera de nosotros más que el mal menor que preferimos y que está bien visto por la sociedad. Aumentar los talentos supone colaborar con Dios y aceptar que la Gracia actúe en nosotros. Igual que el grano de mostaza, “la semilla del logos inmersa en la naturaleza” necesita cuidados para crecer y dar frutos. ¿Podemos devolver la semilla, tal cual, diciendo que salimos a sembrar con buena voluntad, pero que se nos olvidó el sentido de nuestra evangelización?

Pensemos que “en las creaciones del espíritu, lo divino se manifiesta en y a través de la conciencia”. Quien no tiene conciencia de lo que hace, difícilmente puede ser una herramienta de Dios.


Estamos ya en Adviento. Es el tiempo litúrgico del despertar de lo cotidiano, para empezar a prepararnos para la cercana Navidad. La preparación conlleva hacer examen de conciencia de aquellos talentos que no dan todos los frutos que sería deseable. Como los Magos de Oriente, tenemos que trabajar, observar el cielo y trazar el camino que hemos de seguir detrás de la Estrella. Tenemos que tener confianza en la Estrella y no desesperar en el camino. Tampoco podemos dejarnos arrastrar por las tendencias o modas que se dan, tanto dentro como fuera de la Iglesia. La Estrella nos guía y nos llevará hasta el Niño Dios, en la noche de Navidad.

domingo, 24 de noviembre de 2013

¿Nos encontramos con Cristo o con los mercaderes?

Celebramos la solemnidad de Cristo Rey, pero ¿Es Cristo nuestro verdadero Rey? San Agustín nos recuerda la adoración de los Magos de oriente y el comportamiento de los mismos tras el encuentro con Cristo:

Una vez conocido y adorado nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien, para consolarnos a nosotros, yació entonces en un lugar estrecho y ahora está sentado en el cielo para elevarnos allí; nosotros, de quienes eran primicias los magos; nosotros, heredad de Cristo hasta los confines de la tierra, a causa de quienes la ceguera entró parcialmente en Israel hasta que llegare la plenitud de los gentiles, anunciémosle, pues, en esta tierra, en este país de nuestra carne, de manera que no volvamos por donde vinimos ni sigamos de nuevo las huellas de nuestra vida antigua. Esto es lo que significa el que aquellos magos no volvieran por donde habían venido. El cambio de ruta es el cambio de vida. También para nosotros proclamaron los cielos la gloria de Dios; también a nosotros nos condujo a adorar a Cristo, cual una estrella, la luz resplandeciente de la verdad; también nosotros hemos escuchado con oído fiel la profecía proclamada en el pueblo judío, cual sentencia contra ellos mismos que no nos acompañaron; también nosotros hemos honrado a Cristo rey, sacerdote y muerto por nosotros, cual si le hubiésemos ofrecido oro, incienso y mirra; sólo queda que para anunciarle a Él tomemos la nueva ruta y no regresemos por donde vinimos (San Agustín. Sermón 202)

En la entrada previa a esta, me preguntaba si Cristo era nuestro líder. Líder de una fraternidad que sólo puede ser pequeña, ya que “pocos son los escogidos” (Mt 22,14). Hablar de Cristo como Rey, no se aleja mucho de esta visión. Cristo aparece ante nosotros como Rey del Universo: pantocrátor, todopoderoso. Su poder se manifiesta a través nuestra ya, cuando estamos unidos a El: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15, 5)

Es un Rey un poco especial, ya que nos dijo que “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) y no reclama los bienes de este mundo para sí: “dad Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Entonces ¿Qué es lo que reclama de nosotros?

Cristo nos convoca de muchas formas, a los Magos de Oriente los llamó a través de la ciencia, a los Apóstoles los encontró uno a uno, al Buen Ladrón, lo encontró en la Cruz, a Zaqueo subido en un Sicómoro, a la Samaritana cuando buscaba agua en un pozo, etc. Podemos decir que a cada uno de nosotros nos encuentra en un momento y un lugar diferente. La evangelización nunca puede ser una obra de masas ni de grandes medios de comunicación. Es una obra que suma personas, una a una, haciendo que cambien su vida.

Lo interesante del comentario de San Agustín es cómo interpreta el cambio de camino de regreso de los Magos de Oriente: “El cambio de ruta es el cambio de vida”. Tras el encuentro personal con Cristo, siempre hay un cambio en el camino de nuestra vida. El encuentro marca un antes,  un después y un futuro muy diferente. Si cada vez que nos acercamos a Cristo, volvemos por el mismo camino ¿Realmente nos hemos encontrado con Él? En la homilía de Santa Marta del pasado viernes, el papa Francisco nos señaló un aspecto interesante de nuestra rutina religiosa: ir al templo y salir tal como entré.

Nuestros templos, ¿son lugares de adoración, favorecen la adoración? ¿Nuestras celebraciones favorecen la adoración?”. Jesús echa a los “mercaderes” que habían tomado el Templo por un lugar de comercio, antes que de adoración. Pero hay otro “Templo” que hay que considerar en la vida de fe. San Pablo nos dice que nosotros somos templos del Espíritu Santo. Yo soy un templo. El Espíritu de Dios está en mí. Y también nos dice: ‘¡No entristezcáis al Espíritu del Señor que está dentro de vosotros!’ ”.


Quizás en el templo de nuestro corazón hay demasiados mercaderes. Tantos mercaderes, que el Rey queda oculto e inaccesible tras ellos. Hay que tener valor para tomar una cuerda y echar a tantos mercaderes que nos rodean. Encontrarnos con Cristo Rey no puede ser una rutina social que repetimos cada domingo. El verdadero encuentro con el Señor se realiza en el Templo que somos nosotros mismos. El encuentro es lo que desencadena que nos arrodillemos y le ofrezcamos el único tesoro que llevamos siempre con nosotros: nosotros mismos.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Ver la ideología en ojo ajeno y no en el propio. Pastor de Hermas

Arranca de ti la tristeza, y no aflijas al Espíritu Santo que habita en ti, no sea que hagas tu oración a Dios en contra tuya y él se aparte de ti. Porque el Espíritu de Dios, que ha sido dado a esa carne tuya, no tolera la tristeza ni la angustia. Así pues, revístete de alegría, que encuentra siempre gracia delante de Dios y siempre le es agradable, y complácete en ella. Porque todo hombre alegre obra el bien, piensa el bien y no hace caso de la tristeza. En cambio, el hombre triste siempre va por mal camino. En primer lugar, hace mal entristeciendo al Espíritu Santo que fue dado en alegría al hombre. En segundo lugar, comete iniquidad al no orar ni dar gracias a Dios, ya que siempre la oración del hombre triste no tiene fuerza para remontarse hasta el altar de Dios. La tristeza se ha asentado en su corazón, y al mezclarse la tristeza con la oración, no deja a ésta que suba pura hasta el altar de Dios... Purifícate de esta malvada tristeza, y vivirás para Dios. Y asimismo vivirán para Dios cuantos arrojen de sí la tristeza y se revistan de toda alegría. (El Pastor de Hermas. Siglo II)

Vivimos en una sociedad que genera tristeza. Las pocas personas que conozco que van con su rostro siempre alegre, son personas que tienen a Cristo muy dentro de su corazón. La inmensa mayoría de nosotros vive deseando lo que no tiene y desdeñando lo que tiene. El césped del vecino, siempre es más verde, como si el color del césped nos aportara algo importante a la vida.

En el Pastor de Hermas, se habla de la tristeza y del daño que genera en nuestro corazón. Un corazón triste, está siempre cerrado, ya que tememos recibir más dolor de fuera. Un corazón abierto, es capaz de darse cuenta de todo lo bueno que ha recibido y recibe de Dios. No me cabe duda que una de las armas que el enemigo utiliza con nosotros, es la tristeza. Si nos sentimos abatidos, derrotados, entramos en un estado de abulia y desafecto, muy contagioso.

La esperanza trae de la mano la alegría. Nadie que se sienta sin esperanza, es capaz de sonreír o de ayudar a quien lo necesita. Nuestra sociedad occidental parece cargar con la pesada carga de la falta de sentido y esperanza. Esta desesperanza se cuela en la Iglesia con mucha facilidad y genera una gran cantidad de problemas.

Esta semana pasada se produjo un lamentable incidente en la Catedral de Buenos Aires. El martes pasado se convocó una ceremonia interreligiosa judeo-cristiana para conmemoró la Noche de los Cristales Rotos. Día en que se inició el holocausto judío en tierras alemanas. Al iniciarse la ceremonia, un grupo de personas empezaron a rezar el Rosario en voz muy alta, impidiendo que la ceremonia ecuménica se desarrollara con propiedad. Rápidamente, algunas personas asistentes llamaron a estos católicos nazis y lefevrianos. Se vivieron momentos de enfrentamiento, que terminaron tras solicitar que abandonasen el templo las personas que rezaban el Rosario.

Cómo es posible que nosotros mismos nos enfrentemos, confrontando razones para oponernos unos a otros. Nadie duda que existan razones para el enfrentamiento, hay tantas como se nos ocurran y seguramente todas ellas serán razonables y hasta defendibles. Pero ¿Qué objetivo tiene enfrentarnos? Ninguno que conlleve paz, unidad, concordia y alegría. Ninguna de las razones que se pueden dar tendría en su formulación la palabra esperanza. Lo que hubo en todas las bocas de las personas que se enfrentaron fue la palabra tristeza. ¿Cómo se va a orar a Dios con el corazón lleno de tristeza? Pues unos y otros lo intentaron. El Pastor de Hermas nos señala que estas oraciones no llegan a despegar de nosotros mismos. Nuestros egoísmos atrapan las palabras y las vacían de significado.

Es muy fácil tomar partido por uno u otro grupo, pero si lo hacemos, estaríamos dando alas a la tristeza que nos rodea. Ante estos sucesos me viene a la mente la indicación de Cristo sobre la capacidad de ver la paja en el ojo ajeno, mientras somos incapaces de ver la viga en el propio. Si cambiamos la palabra paja por ideología, llegaríamos a darnos cuenta que unos y otros generan una brecha que les separa. Unos por utilizar un tempo católico para una ceremonia que genera malestar entre algunos de nosotros. Otros por utilizar las bellas palabras del Rosario, como armas contra sus hermanos.

El Papa Francisco nos ha advertido sobre los cristianos ideológicos: “Los que transforman la fe en ideología y alejan a todos los demás de los jardines y de los pozos de la gracia


Lo fácil es decir que “el otro” es el ideologizado, lo imposible, sin la Gracia del Señor, es aceptar que la caridad empieza por nosotros mismos. ¿Queremos alejarnos de la ideologización? Empecemos por intentar no hacer sufrir a nuestros propios hermanos. 

¿A quien pertenece el mundo? ¿Quién abrirá el sepulcro?

En la tierra se difunde un susurro. Se extiende un interrogante:¿A quien pertenece el mundo? ¿Al Dios-hombre a hombre que se hace Dios? ¿Cristo o anticristo? […] Toda la fuerza del mal, de la herejía y de la incredulidad se concentra hoy en torno a esta mentira, como tras un baluarte ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! Pero aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? […]El creyente sabe que la Divina-humanidad es el milagro de Dios en el mundo y que la piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo. […] En el cristianismo nace un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero, a la fiesta de la Divina-humanidad (L’Agnello di Dio, S. Bulgakov)

Estoy leyendo el libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza” del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik. Entre las interesantes citas qu utiliza, está este párrafo del sacerdote ortodoxo, Sergei Bulgakov. El párrafo muestra una realidad que impregna todo el siglo XX y se traslada hacia el siglo XXI con fuerza renovada: la desaparición de Dios. ¿A quien pertenece el mundo? Ante esa aparente desaparición, podemos tomar varias actitudes:

·         Festejar la autonomía del ser humano. Ya no importa si Dios existe o no. No está presente. Aparentemente somos libres. El vacío de Dios se llena con nosotros mismos.
·         Sufrir la aparente desaparición. Este sufrimiento nos lleva a escapar de un mundo que no hace posible la presencia de Dios. El vacío de Dios se llena con las apariencias que nos transportan al momento en que Dios estaba presente.

La Iglesia no es inmune a estas posturas. Posturas que hacen entender el cristianismo desde puntos de vista difícilmente conciliables.

  • En el primer caso, la aparente ausencia de Dios se rellena con la exaltación de la comunidad o del activismo. La comunidad/activismo se convierte en el eje de la fe y el sentido de nuestra actividad religiosa. Los cultos/las actividades se olvidan de Dios, dejándolo en un distante segundo plano. Ya Dios no nos reúne ni cambia el mundo, tenemos que ser nosotros quienes tomemos el relevo de la acción de Dios.
  • En el segundo caso, el "horror vacui" nos lleva a volcamos hacia las apariencias sagradas, buscando que la presencia de Dios vuelva a ser central. Las formas se convierten en el eje de la fe y la única manera de que hacer de nuevo presente a Dios entre nosotros. Esperamos que las apariencias atraigan a Dios y que eso haga cambiar al mundo.  

La gran pregunta es ¿Realmente Dios ha desaparecido del mundo? A lo mejor somos nosotros quienes nos hemos vuelto incapaces de verlo entre nosotros. El enemigo es muy astuto y sabe engañarnos con facilidad.

El libro del Card. Tomas Spidlik y Marko Rupnik, hace una revisión de la evolución del arte y cómo la ausencia de Dios termina por hacer desaparecer también el sentido de la belleza y por último, el sentido mismo del lenguaje artístico. Parece que no tenemos nada relevante que transmitir a través de la creación. Pero ¿Ha desaparecido la belleza el mundo? ¿Por qué la belleza del mundo no se refleja en el arte? Hemos olvidado la belleza y la tenemos delante de nosotros constantemente.

Cuando el ser humano pasa de la niñez a la adolescencia, se da cuenta de todas sus potencialidades y se revela contra las formas que aprisionaban su creatividad y libertad. En la medida que rompe con lo que le recuerda la niñez, podemos sentirnos más libres y felices o atrapados y llenos de incertidumbres. El ser humano tiene limitaciones que debe aceptar para madurar. Ese es el momento en que nos encontramos en el mundo y dentro de la Iglesia. La Iglesia está compuesta por seres humanos idénticos a los que están fuera de Ella.

Dios no puede desaparece, está siempre presente, pero nosotros hemos perdido la capacidad de sentir y verlo junto a nosotros. En este sentido, es maravilloso reseñar el redescubrimiento de la sacralidad. Lo sagrado es el vínculo que nos une a Dios y nos permite ver que está a nuestro lado. Lo sagrado impregna todo lo que nos rodea y lo vivifica. El mundo es la manifestación de Dios.

Si nos dejamos engañar y aceptamos que todo lo que nos rodea es profano, terminamos por encerrar la presencia de Dios en formalismos que repetimos, alejados del mundo, para hacer a Dios presente en nuestras vidas. Como cristianos no podemos aceptar que ¡El mundo no pertenece a Cristo, sino a sí mismo! La comunidad cristiana pertenece a Cristo, no a si misma. El cristianismo conlleva un sentido de la vida nueva, es decir, que el hombre no debe escapar del mundo, pues Cristo viene al mundo, al convite de Bodas del Cordero. La vivencia cristiana no consiste en escapar del mundo que nos rodea, encerrándonos La vivencia cristiana tampoco puede olvidar a Dios y concentrarse en la comunidad y/o el activismo. Cristo ha venido al mundo y está presente, por eso nos invitado al banquete de bodas.

Nuestro problema conlleva la Torre de Babel y su solución se muestra en Pentecostés: aquellos cuya fe en Cristo, que viene en poder y gloria, no ha sido definitivamente asfixiada por la mentira imperante, tienen el corazón agitado por la angustia incesante de una pregunta: ¿Quién quitará la piedra de la entrada del sepulcro? En ese momento estamos ¿Quién y cómo podremos evidenciar la presencia de Cristo entre nosotros? ¿Nosotros solos? ¿Dios solo? ¿Quién hizo que el discurso del Kerigma fuese entendido en todos los idiomas? ¿Qué fue necesario para que la acción del Espíritu se realizara? La piedra la quita el Ángel con la fuerza de Cristo.

El Espíritu Santo es la respuesta y nosotros, la herramienta de su acción. No se trata de cambiar las apariencias para convertirnos a través de nuestras propias acciones. Tampoco se trata de agarrarnos a las apariencias para “atrapar” a Dios entre ellas.

Se trata de dejarnos atrapar por el Espíritu Santo para que, a través de nosotros, Cristo se haga presente en el mundo. Al menos esta es mi humilde reflexión.


Les recomiendo leer del libro “Teología de la Evangelización desde la Belleza”, ya que ofrece muchos espacios de reflexión para esta etapa de postmodernidad en que vivimos.
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