jueves, 30 de mayo de 2013

Dios actúa a “su manera divina”. Papa Francisco

Debemos empezar, pues, una vez más como sigue: entender a Dios es difícil, pero expresarlo es imposible, como enseñó, no sin habilidad –creo yo–, uno de los "teólogos" griegos. Parecía haber entendido lo difícil que es hablar de Dios y evitaba al mismo tiempo toda refutación para con lo que había definido previamente como inexpresable. Yo pienso que hablar de Dios es imposible, y entenderlo, más imposible todavía. Porque lo que se ha entendido, tal vez podría ser explicado por la palabra, si no suficientemente, sí al menos de una manera oscura, al que no ha viciado totalmente sus oídos ni ha vuelto indolente su inteligencia. (San Gregorio Nazianceno, Los cinco discursos teológicos, 28,4)

¿Cuántas veces nos hemos preguntado las razones de que nuestra vida sea tal como es? Muchas veces nos preguntamos por qué los problemas y las pruebas nos acucian y otras por qué no podemos ser iguales a otras personas. Nadie tiene respuesta para estas preguntas y es vano que hagamos consideraciones que intenten “medir” a Dios y sus planes.

Es interesante lo que San Gregorio nos indica: “entender a Dios es difícil, pero expresarlo es imposible” ¿Cómo podemos hablar de Dios? ¿Qué podemos decir de Él? ¿Podemos conocer su Voluntad completamente?

El Papa Francisco, en una de sus homilías en la residencia de Santa Marta, contó lo que le sucedió después de confesar a una religiosa ya anciana:

Al final de la confesión viendo que era una verdadera mujer de Dios, le dije:'oiga, como penitencia, rece por mí, porque necesito una gracia, ¿eh? Si usted se la pide al Señor, seguro que me la dará'. Se detuvo un momento, como si rezara, y luego me dijo:"Claro que el Señor le dará la gracia, pero no se engañe: se la dará a su manera divina”. Esto me hizo muy bien. Sentir que el Señor siempre nos da lo que pedimos, pero a su manera divina. Y el modo divino es esto hasta el final. La forma divina consiste en la Cruz, no por masoquismo: no, no! Por amor. Por amor hasta el extremo

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martes, 28 de mayo de 2013

Cuidado con la riquezas. Papa Francisco

Para seguir a Jesús debemos despojarnos de la cultura del bienestar y de la fascinación de lo provisional”. Lo afirmó el Papa Francisco la mañana de este lunes 27 de mayo en la Misa en la Casa de Santa Marta.

El Santo Padre indicó que “las riquezas son un obstáculo” que “no hace fácil el camino hacia el Reino de Dios”. “Cada uno de nosotros tiene sus ‘riquezas’, cada uno”. Siempre existe una riqueza que nos “impide acercarnos a Jesús”. Todos “tenemos que hacer un examen de consciencia sobre cuáles son nuestras riquezas, porque nos impiden acercarnos Jesús en el camino de la vida”. El Papa Francisco se refirió a dos “riquezas culturales

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domingo, 26 de mayo de 2013

Comunicar la Santísima Trinidad


Ensayan unos aplicar a las substancias incorpóreas y espirituales las nociones de las cosas materiales adquiridas mediante la experiencia de los sentidos corpóreos, o bien con la ayuda de la penetración natural del humano ingenio, de la vivacidad del espíritu, o con el auxilio de una disciplina cualquiera, y pretenden sopesar y medir aquéllas por éstas.

Hay quienes razonan de Dios—si esto es razonar—al tenor de la naturaleza del alma humana o afectos, y este error los arrastra, cuando de Dios discurren, a sentar atormentados e ilusorios principios. Existe además una tercera raza de hombres que se esfuerzan, es cierto, por elevarse sobre todas las criaturas mudables con la intención de fijar su pupila en la inconmutable substancia, que es Dios; pero, sobrecargados con el fardo de su mortalidad, aparentan conocer lo que ignoran, y no son capaces de conocer lo que anhelan. Afirmando con audacia presuntuosa sus opiniones, pues se cierran caminos a la inteligencia y prefieren no corregir su doctrina perversa antes que mudar de sentencia” (San Agustín, Tratado de la Trinidad 1,1)

Hablar sobre la Santísima Trinidad es hablar de Dios, tal como Él mismo se ha revelado a nosotros. San Agustín nos habla de tres errores que solemos cometer al intentar acercarse al misterio de todos los misterios:

  1. Quienes quieren entender a Dios a través de las experiencias humanas.
  2. Quienes quieren entender a Dios a través de nuestra naturaleza humana.
  3. Quienes, al verse impotentes para explicar lo inexplicable, dicen saber lo que, evidentemente, es imposible conocer.

Pero ¿Qué sentido tiene hablar de la Trinidad en pleno siglo XXI? Parece que es un tema superado que a nadie interesa y que en todo caso, crea más dudas de las que resuelve. No dudo que en la era de las comunicaciones parezca innecesario reflexionar sobre la forma en que Dios se ha revelado a nosotros. ¿Cómo es que Dios no nos envía un Twitter dejando claro todo este asunto? Seguro que Dios mismo tiene formas más eficientes de comunicarse con nosotros.

Pero ¿Qué podemos decir de la Santísima Trinidad en el año 2013, que no hay sido dicho ya? Poco o nada. La Trinidad es equilibrio, armonía, plenitud, solidez, fortaleza y sobre todo Amor. Ya lo dijo San Juan “Dios es Amor” ¿Cuánto de esto hay en nuestra vida?

Posiblemente en pleno siglo XXI sea cuando menos tenemos de cada uno de estos dones y cuando más difícil es comunicarlos a los demás. En nuestras sociedades se ha instalado el desafecto, la lejanía y el desarraigo. Las heridas que nuestra naturaleza humana lleva consigo, se han ampliado según hemos ido primando la autosuficiencia, la independencia, la soberbia y el egoísmo.

No cabe duda que la Santísima Trinidad nos comunica mucho más de lo que cada uno de nosotros puede comunicar. Nuestro lenguaje es limitado y ambiguo. Cuando intentamos llegar a Dios a través de nuestros medios, estamos creando nuevas Torres de Babel, que son derrumbadas por la confusión del lenguaje. Ese no es camino. Pero no perdamos la esperanza. Nuestra incapacidad de comunicar a Dios quedó superada en Pentecostés. El Espíritu consigue que nuestras palabras se llenen de significado para quienes nos escuchan. Nos somos nosotros quienes comunicamos, es el Espíritu a través nuestra, quien hace el milagro de la verdadera comunicación.

No intentemos que nuestras palabras expliquen lo inexplicable. En todo caso y con inmensa humildad, podemos intentar llevar a los demás aquello que difícilmente entendemos nosotros mismos. Será el Espíritu quien llene estas palabras de sentido. Comuniquemos que la Santísima Trinidad debe habitar en nosotros y roguemos al Espíritu Santo para que lleve nuestras palabras hasta el corazón de quien nos escuche o lea, que las haga entendibles, capaces de hacer sentir y capaces de mover la voluntad.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Necesitamos la Hermandad del Paráclito


Volvamos al tema de la unidad y la hermandad de nuestras comunidades y de la Iglesia en general. No cabe duda que el Espíritu Santo, el Consolador, el Paráclito nos hermana y nos une. A veces esta unidad se desarrolla de una forma que no es fácilmente comprensible, ya que es un misterio que nos rebasa en todos los sentidos. Nacemos como seres individuales, aunque anhelamos ser parte de algo superior a nosotros mismos. De igual forma, sentimos miedo a perder nuestra independencia y particularidades personales. Si primamos nuestra individualidad, nos volvemos solitarios y recelosos. Si primamos nuestro instinto gregario, perdemos nuestra personalidad y nos convertimos en seres manipulables, esclavizados y tristes. En ambas situaciones perdemos nuestro sentido como seres humanos. Dios quiere para nosotros una dimensión diferente que reúna libertad e interdependencia y que potencie ambas para que nuestra naturaleza se perfeccione. Como siempre, en este tipo de misterios, la Gracia de Dios se hace imprescindible.

El Papa Francisco, en la Homilía que pronunció por la Vigilia de la Víspera de la Solemnidad de Pentecostés trató el tema:

El Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo.

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lunes, 20 de mayo de 2013

¡Cuanto se parlotea en la Iglesia! Papa Francisco


No soy yo quien lo dice, es el propio Papa Francisco quien nos señala uno de los vicios que más dolor y separación traen a la Iglesia.

¡Cuanto se parlotea en la Iglesia! ¡Cuanto murmuramos nosotros los cristianos! La habladuría es despellejarse ¿eh? Hacerse daño unos a otros. Como si se quisiera disminuir al otro, ¿no? En vez de crecer, hago que el otro sea denigrado y me siento grande. ¡Eso no va! Parece bello cotillear…

domingo, 19 de mayo de 2013

Ven Espíritu Santo, renuévanos con tu aliento


La  catequesis  conduce  a la  fe;  y  la  fe,  en  el  momento del  santo  bautismo,  es  ilustrada  por  el  Espíritu  Santo.  El Apóstol  ha  explicado  con  gran  precisión  que  la  fe  es  la única y  universal  salvación  de  la  humanidad,  y  que  es  un don  — igual  y  común  para  todos —  del  Dios  justo  y  bueno:  «Antes  de  llegar  la  fe,  estábamos  sujetos  a  la  custodia  de  la  ley,  a  la  espera  de  la  fe  que  había  de  revelarse. De suerte  que  la  ley  fue  nuestro  Pedagogo  para  elevarnos a  Cristo,  para  que  fuésemos  justificados  por  la  fe.  Mas, llegada  ésta,  ya  no  estamos  bajo  el Pedagogo»” (Clemente de Alejandría, El Pedagogo Libro 1, 30)

Celebramos Pentecostés y en esta fecha nos acordamos especialmente de los dones del Espíritu Santo. En nuestra época es muy difícil pararse a pensar que la sabiduría, la inteligencia, la ciencia sean dones que nos regala el Señor. Pensamos que estas cosas se enseñan en escuelas y universidades.

El don del consejo, es algo pasado de moda. Nadie acepta un consejo de buena gana, ya que esto significaría que lo necesita y la soberbia es una muralla demasiado alta. La fortaleza parece innecesaria, ya que siempre hay un servicio del estado que nos ayuda a superar las dificultades. Incluso existen medicamentos que “curan” la ansiedad o la depresión. ¿Para qué necesitaríamos este don si tenemos a mano un tarro de Prozak?

La piedad es algo que se desprecia directamente. Como Dios ha sido olvidado, ¿Para qué necesitaríamos tener cercanía y amor hacia El? ¿Qué podemos decir del temor a Dios? Si Dios ha desaparecido ¿Para qué es necesario temerlo o venerarlo?

Dicen que el Espíritu Santo es el gran desconocido. Yo añadiría que también es el gran olvidado. ¿Por qué no tenemos experiencia directa del Espíritu Santo? Quizás porque no queremos los dones o si los queremos, quisiéramos que actuasen es nuestro provecho y no para cumplir la voluntad de Dios. Quizás la incapacidad de negarnos a nosotros mismos sea la principal razón de esta sequía del Espíritu.

Es muy poco frecuente que nuestra forma de hablar sea comprensible para todos nosotros. Existen tantos lenguajes dentro de la Iglesia, que es complicado hablar con otra persona sin que discutamos por la forma en que entendemos determinados conceptos. Nos escondemos temerosos de que la sociedad nos señale como cristianos. Tememos decir que celebramos la Navidad o vamos a misa con asiduidad. Más extraño aún es dar evidencia de que sentimos el amor de Dios y que lo reverenciamos.

No es corriente que nuestras oraciones se dirijan al Espíritu Santo y menos aún que le solicitemos superar todo lo que he indicado antes. ¿Por qué no alzamos las manos pidiendo la efusión que nos haga de nuevo capaces de afrontar con valor la necesidad de dar testimonio de Dios. En el fondo es más cómodo dejarnos llevar y no complicarnos la vida dando testimonio.

Ven Espíritu Santo, renuévanos con tu aliento. Abre nuestras bocas para que seamos capaces de dar testimonio y danos valor para defender nuestra fe con palabra sabias y honestas acciones. Abre nuestros corazones, para que la ciencia y la piedad aniden en nuestro interior. ¡Ven Espíritu Santo!

domingo, 5 de mayo de 2013

Estamos ciegos. ¿Por qué no nos acercamos a Cristo?


Pensemos en el episodio evangélico del ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52) y leamos lo que San Gregorio Magno nos dice:

Con razón la Escritura nos presenta a este ciego al borde del camino y pidiendo limosna, porque el que es la Verdad misma ha dicho: Yo soy el camino. Quien ignora el esplendor de la eterna luz, es ciego.

Con todo, si ya cree en el Redentor, entonces ya está sentado a la vera del camino. Esto, sin embargo, no es suficiente. Si deja de orar para recibir la fe y abandona las imploraciones, es un ciego sentado a la vera del camino pero sin pedir limosna. Solamente si cree y, convencido de la tiniebla que le oscurece el corazón, pide ser iluminado, entonces será como el ciego que estaba sentado en la vera del camino pidiendo limosna.

Quienquiera que reconozca las tinieblas de su ceguera, quienquiera que comprenda lo que es esta luz de la eternidad que le falta, invoque desde lo más íntimo de su corazón, grite con todas las energías de su alma, diciendo: ‟Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí‟.

Si, pues, hermanos carísimos, ya conocemos la ceguera de nuestro peregrinar; si, con la fe en el misterio de nuestro Redentor, ya estamos sentados en la vera del camino; si, con una oración continua, ya pedimos la luz a nuestro creador; si, además de eso, después de la ceguera, por el don de la fe que penetra la inteligencia, fuimos iluminados, esforcémonos por seguir con las obras a aquel Jesús que conocemos con la inteligencia. Observemos hacia donde el Señor se dirige e, imitándolo, sigamos sus pasos. En efecto, sólo sigue a Jesús quien lo imita. (Homilía de San Gregorio Magno sobre Mc 10, 46-52)

El episodio del ciego Bartimeo nos lleva a reflexionar sobre nuestras cegueras y nuestras limitaciones. ¿Cuántas veces creemos que vemos y solo imaginamos ver? ¿Cuántas veces nuestras cegueras nos hacen imaginarnos realidades que sólo son reflejo de nosotros mismos y nuestros deseos?

Muchas veces nos imaginamos esa iglesia a tanto nos gustaría. Pensamos en perfecciones que son reflejos de nuestros deseos y nuestras expectativas personales. La Iglesia no es como queremos que sea, ni la perfección, como nos gustaría a nosotros. Podemos pasarnos la vida gritando que la Iglesia necesita cambiar, sin darnos cuenta que somos nosotros quienes necesitamos convertirnos para que la Iglesia mejore. Todos nosotros somos ciegos de corazón, en alguna medida.

Miremos a los grandes santos que hay ayudado a la Iglesia y nos daremos cuenta que nunca intentaron cambiar la Iglesia por medio de leyes, normas o resoluciones. Cambiaron la Iglesia con su ejemplo y virtudes. Estos santos siguieron en consejo de San Gregorio Magno: “Observemos hacia donde el Señor se dirige e, imitándolo, sigamos sus pasos. En efecto, sólo sigue a Jesús quien lo imita

¿Cómo abandonar la ceguera? No podremos nunca hacerlo por nosotros mismos. Necesitamos de la misericordia de Dios. Necesitamos acercarnos al camino con humildad y saber esperar con paciencia. Esperar a que Cristo se acerque a nosotros y gritar de corazón que necesitamos su misericordia. Entonces El, con suprema caridad nos llamará. Cuento esto ocurra, debemos saltar dejando las seguridades que tan cómodas son para nosotros. Tenemos de soltar el manto que nos protege, para dejarnos ver por Cristo y nuestros hermanos, tal como somos.

La llamada de Cristo, es nuestra vocación. Vocación que nos llena de sentido al conocer lo que Dios quiere de nosotros. Vocación que penetra en nuestra inteligencia iluminándonos: “…después de la ceguera, por el don de la fe que penetra la inteligencia, fuimos iluminados, esforcémonos por seguir con las obras a aquel Jesús que conocemos con la inteligencia

¿Qué nos queda? Seguir a Cristo con la luz que nos ha aportado su llamada y su infinita misericordia.
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