jueves, 23 de febrero de 2017

¿Cisma? ¿Qué Cisma? Ejemplo real (II)

En una sociedad a la que todo le da igual, mientras la alimenten con pan y circo, las etiquetas son parte del show de los medios. Los medios son los motores del fluido social que nos rodea. Con el cisma, algunos medios de comunicación ganarán mucho dinero, lo que presenta una oportunidad que no dejarán pasar. Lo promocionarán o lo combatirán, según saquen más beneficios. Algunas personas también verán oportunidades en la tormenta mediática y utilizarán la situación para conseguir notoriedad social, relevancia, capacidad de influencia. Los apologetas ideológicos de uno y otro signo intentarán crear o profundizar en los prejuicios que más les convienen. Los fieles, que no estén desconectados ya, se cansarán pronto del circo y se alejarán un poco más de una Iglesia que se percibe como otra tribu urbana entre la infinidad de las que existen.
Sobre la liquidez eclesial podemos leer unas declaraciones de Mons. Coccopalmerio en la presentación de su libro sobre Amoris Laetitia. Habla sobre el acceso a la Eucaristía y a quienes debe estar vedado el sacramento. No tienen desperdicio:

Pero, ¿a quién no puede la Iglesia admitir de ninguna manera («sería una latente contradicción») conceder los sacramentos? Coccopalmerio responde: al fiel que, «sabiendo que está en pecado grave y pudiendo cambiar, no tuviere ninguna sincera intención para llevar a cabo tal propósito». Es lo que afirma «Amoris laetitia»: «Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad. Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión…».

En estas declaraciones podemos ver que:


La apariencia está sobre el ser. Lo que resulta importante es ostentar, evidenciar o intentar imponer a los demás algo que no se ajuste a lo que enseña la Iglesia. Si la Iglesia enseña cosas contradictorias, como de hecho lo hace según el documento al que nos refiramos, lo sustancial es “no intentar imponer” a los demás esa visión particular. Es decir, su cojo el Evangelio en el que se indica claramente que el adulterio es un pecado muy grave e intento que los demás comprendan que hay que atender a lo que dice Cristo, antes que lo que se interprete de documentos poco clarificadores, no debería comulgar. “Algo me separa de la comunidad” que acepta que los sacramentos son signos socio-culturales y desconoce toda sacralidad y trascendencia. Debo volver a escuchar el Evangelio, pero cuál evangelio y la invitación a la conversión, pero ¿A qué me tengo que convertir?

Sin duda algunos empezamos a pensarnos si es conveniente, o no, evidenciar una unidad que no es real y consistente. Si nos atrevemos a hacerlo público, dejaremos de tener el acceso a al Eucaristía, ya que hemos pecado de señalamiento del rey desnudo y dar razones de ello. Seríamos excomulgados aparentes, porque en esencia seguimos fieles a la Iglesia de Cristo. Por desgracia hay quienes insinúan que se nos puede considerar como "corruptos" o "corruptores" y aplicando el nuevo magisterio, dejaríamos de tener opciones de salvación. Estaríamos condenados directamente y sin posible remisión. Quien sabe a dónde nos llevará toda esta locura. Sólo Dios lo sabe y Él tenemos que orar con esperanza.

jueves, 16 de febrero de 2017

¿Cisma? ¿Qué Cisma? Planteamiento (I)

Cada día es más habitual escuchar a personas que hablan de cisma dentro de la Iglesia. Cisma (proveniente del griego schisma, separación, división) es la ruptura de la unidad y unión eclesiásticas. De hecho, desde hace décadas existen una inmensa cantidad de cismas dentro de la Iglesia, pero al no ser reconocidos como tales, quedan a nivel de cisma formal. Es decir, existe una ruptura que nos impide vivir unidos la misma fe y trabajar unidos.

Aunque la situación eclesial es muy preocupante, no creo en que lleguemos a un cisma real, porque a nadie le interesa generar una ruptura real y además, la estructura social/eclesial es muy diferente a la que existía hace siglos. Ya no tenemos una fe y una Iglesia sólida, coherente y consistente. La fe y la Iglesia actual es vivo reflejo de la sociedad en que nos movemos y a la que pertenecemos. Si nos damos cuenta, la Iglesia está compuesta por las mismas personas que vivimos en la sociedad actual. Vivimos en una sociedad líquida, por lo tanto la Iglesia se convierte en un apéndice socio/cultural de la misma sociedad.

¿Se puede romper un líquido? Evidentemente no es posible. En todo caso se puede separar, pero para ello hacen falta recipientes diferentes sin conexión alguna entre ellos. Nuestra sociedad, aparte de líquida, es global. Llega a todas partes e impregna la vida de todos los que estamos unidos por los medios de comunicación. Otra cosa es que un grupo de persona se separe totalmente de la sociedad y viva aislado de ella. Por ello no es sencillo generar un cisma en la sociedad en la que vivimos.

Antes, cuando un pastor se separaba de Roma, todos sus sacerdotes y fieles iban detrás, aunque no se hubieran enterado de nada. Cuando la sociedad y la Iglesia eran sólidas, se podían padecer rupturas y separaciones reales. Eso pasó con la Iglesia de Inglaterra cuando Enrique VIII se separó de Roma. El mismo hecho de que el rey asumiera la cabeza de la Iglesia inglesa, produjo un cisma.
Actualmente la sociedad y la Iglesia son líquidas y eso cambia muchas cosas. Plantear un cisma real puede quedar en una tremenda tormenta mediática y poco más. Si Roma ignora el planteamiento separador o dice que al como “¿quién soy para juzgar?”, encogiéndose de hombros, todo seguirá igual, como si nada hubiera pasado. De hecho es lo que viene pasando con frecuencia. Pensemos en el movimiento de curas austriacos y las consecuencias reales que ha tenido su rebeldía. Nada de nada. Seguramente me equivoque, pero soy muy escéptico con las consecuencias de un Cisma real, por muy consecuente y coherente que sea.

"Ser católico" ya no representa un entendimiento coherente y una fe sólida. La sociedad ya no comprende esos conceptos y categorías, porque su modelo es “fluir”, adaptarse. Se católico es una marca, una etiqueta que cualquiera se pone encima por estética socio/cultural. Es cierto que te puedes poner duro e indicar que la etiqueta no se ajusta a la realidad. Puedes llenar 20 libros de razones y hablar durante horas de ello ante los medios. En la postmodernidad las razones no tienen valor alguno. Lo que manda y ordena la sociedad es qué nos sentimos. Si te sientes árbol, todos aceptamos que eres un árbol. ¿Quiénes somos para juzgar? Eres árbol y punto. Te regaré mañana. Si pasas de dar razones a señalar incoherencias te rechazarán porque destrozas la panacea postmoderna. La panacea de la unidad del vacío, la armonía del silencio, la tolerancia de la lejanía mutua, la misericordia que es complicidad y la fe como herramienta social. Serás un rigorista, un “cara de pepinillo en vinagre”, una inadaptado socio/espiritual, un fariseo, pero nadie hará nada contra ti. En el fondo comprenden que te pones la etiqueta de “rigorista” y “disfrutas” haciendo evidente lo que sientes que eres. Eres molesto, pero se te tolerará. Perteneces a  tribu urbana peculiar dentro del fluido social donde nos movemos.


¿Eres cismático? Te preguntarán y como decía Jack Lemmon, en Con Faldas y a lo Loco, te responderán encogiéndose de hombros: "nadie es perfecto". Te insultarán por ser tan poco "tolerante, misericordioso y sociable" pero te dejarán vivir como quieras. ¿A quién le importa que unos u otros se pongan etiquetas entre sí o se pongan a sí mismos la que más les guste? Las etiquetas de "cismático" o la de "testigo del evangelio" o incluso la de "santo" han dejado de tener sentido. La postmodernidad hace que las etiquetas sean sólo apariencias emotivistas y socializadoras. Son formas de reconocerse y reconocer a los demás en un momento dado. Ya nadie desea etiquetarse para toda la vida, porque nos parece que perdemos libertad al hacerlo. 

jueves, 9 de febrero de 2017

El templo interior (II). Cuando lo externo no quiere hablarnos de Dios

Actualmente resulta especialmente complicado vivir una vida de fe tradicional y profunda. Las comunidades se van convirtiendo en espacios de confrontación. Donde debería brillar la unidad, nos alejan las diferentes formas de entender, sentir y vivir la fe. Desconfiamos unos de otros y nos etiquetamos con todo tipo de calificativos denigrantes.

Los templos son cada vez más funcionales y asépticos. Parecen salas multifunción que sirven para cualquier actividad comunitaria. No tienen signos ni símbolos sagrados, ya que nos resultan incomprensibles e incluso los despreciamos por ser "anacrónicos".

Las celebraciones litúrgicas han ido cambiando su centro. Ahora se entiende que el centro de la celebración es la comunidad, olvidando el sentido sagrado y trascendente de la Liturgia. Hay tantas Liturgias como colectivos creativos y plurales. Una Liturgia creativa nos lleva a una fe adaptada a cada uno de nosotros y a las realidades en las que cada cual vive. La Fe se adapta al individuo porque el individuo reclama ser centro de todo.

Se acepta con normalidad que la conciencia personal está por encima del Sacramento y de la Revelación de Dios. Esto lo podemos ver en la forma en que se está entendiendo y aplicando la Exhortación Apostólica "Amoris Laetitia". Si hablas de discernir, te cierran la boca clavándola con un "no juzgues". El objetivo de callarte es que no te atrevas a descubrir el simulacro en el que se desarrolla la fe individual. Vivimos las consecuencias de la postmodernidad, que nos come por lo pies. ¿Cómo podemos responder a ello?

Tenemos tres orientaciones importantes que considerar:
  1. Vivir el espacio sagrado en el Templo Interior que llevamos cada uno de nosotros en nuestro corazón. La Estrella Interior, la Luz de Cristo, habita en este espacio y en él podemos adorar al Señor en Espíritu y Verdad, como Cristo mismo indicó a la Samaritana.
  2. Vivir el tiempo sagrado en cada acto que realizamos. La Liturgia nos abre a la dimensión cósmica de la fe, como Benedicto XVI nos indicó. Vivir desde Cristo y a través de Cristo es posible si dejamos que el Espíritu Santo obre el milagro de la santidad en nosotros. Cada entendimiento, sentimiento o acción, debe ser una oración al Señor, que nos pide orar constantemente.
  3. Vivir la comunidad por medio de la Comunión de los Santos, que nos une y reúne aunque vivamos a 100000 km de distancia unos de otros. La comunidad donde es posible vivir la fe no siempre es la que encontramos cuando vamos a misa, ni la que intentamos ayudar en lo que podemos y se deja ayudar. 
Estas tres orientaciones se pueden complementar con una comprensión más profunda del sentido de nuestra vida y del camino de la santidad. Si el mundo ha penetrado en la Iglesia y la ha contagiado de complicidad mundana, nosotros podemos hacer vida real lo que nos dice la Carta a Diogneto:
Para decirlo con brevedad, lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del cuerpo, y los cristianos lo están por todas las ciudades del mundo. El alma habita ciertamente en el cuerpo, pero no es es del cuerpo, y los cristianos habitan también en el mundo, pero no son del mundo. El alma invisible está en la prisión del cuerpo visible, y los cristianos son conocidos como hombres que viven en el mundo, pero su religión permanece invisible. La carne aborrece y hace la guerra al alma, aun cuando ningún mal ha recibido de ella, sólo porque le impide entregarse a los placeres; y el mundo aborrece a los cristianos sin haber recibido mal alguno de ellos, sólo porque renuncian a los placeres. El alma ama a la carne y a los miembros que la odian, y los cristianos aman también a los que les odian. El alma está aprisionada en el cuerpo, pero es la que mantiene la cohesión del cuerpo; y los cristianos están detenidos en el mundo como en un prisión, pero son los que mantienen la cohesión del mundo. El alma inmortal habita en una tienda mortal, y los cristianos tienen su alojamiento en lo corruptible mientras esperan la inmortalidad en los cielos. El alma se mejora con los malos tratos en comidas y bebidas, y los cristianos, castigados de muerte todos los días, no hacen sino aumentar: tal es la responsabilidad que Dios les ha señalado, de la que no sería licito para ellos desertar.

Porque, lo que ellos tienen por tradición no es invención humana: si se tratara de una teoría de mortales, no valdría la pena una observancia tan exacta. No es la administración de misterios humanos lo que se les ha confiado. Por el contrario, el que es verdaderamente omnipotente, creador de todas las cosas y Dios invisible, él mismo hizo venir de los cielos su Verdad y su Palabra santa e incomprensible, haciéndola morar entre los hombres y estableciéndola sólidamente en sus corazones.
No desesperemos si el mundo parece conquistar la Iglesia, porque es imposible. El mundo puede conquistar las formas, nombres y apariencias externas. Los fieles podemos auto denominarnos  católicos como quien reclama ser de cualquier equipo de fútbol. Las etiquetas se ponen y se quitan con facilidad, porque sólo son apariencia. El ser católico no necesita etiquetas, porque se hace evidente sin tener que reclamar socialmente se considerado como tal. Sin duda la Iglesia subsiste y subsistirá a cualquier ataque del maligno, porque el diablo no puede transformar el ser. Tan sólo puede confundirnos con apariencias y mentiras. Depende de nosotros no escuchar sus cantos de sirena y centrarnos en lo esencial: Cristo, el Logos, Camino, Verdad y Vida.

El Templo Interior es el refugio de quien se ve despojado de un espacio externo donde celebrar los Misterios. La vida cotidiana, se hace Liturgia para quien no puede vivir con profundidad los Misterios en las celebraciones. La Comunión de los Santos, nos entrelaza aunque no estemos suficientemente cercanos unos a otros. Es como ser un ermitaño en mitad del mundo, tal como la Carta a Diogneto nos relata. Tengamos esperanza. En el Templo interior, brilla la Luz de Cristo, doblemos nuestras rodillas y adorémosle.



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