Nada estaba fuera de la sabiduría y el poder
de Cristo: los elementos de la naturaleza estaban a su servicio, los espíritus
le obedecían, los ángeles le servían… Y, sin embargo, en todo el universo, tan sólo
Pedro es escogido para presidir a todos los pueblos llamados, dirigir a todos
los apóstoles y a todos los Padres de la Iglesia. De tal manera que aunque
haya en el pueblo de Dios muchos presbíteros y muchos pastores, es Pedro en
persona quien los gobernaría a todos, ya que Cristo es quien los gobierna por
ser la cabeza…
Cuando el Señor quiere conocer los
sentimientos de los mismos discípulos, el primero en confesar al Señor es aquel
que es el primero en la dignidad de apóstol. Puesto que dijo: “Dichoso tú,
Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso,
sino mi Padre que está en el cielo”. Es decir: Dichoso tú porque es mi Padre
quien te ha enseñado; la opinión de los hombres no te ha hecho extraviar, sino
que te ha instruido una inspiración venida del cielo; no son ni la carne ni
la sangre que han permitido me descubrieras, sino aquél de quien yo soy el Hijo
único.
“Y yo
te digo”, es decir: Igual que mi Padre te ha manifestado mi divinidad, yo te
hago conocer tu superioridad. “Tú eres Pedro”, es decir: Yo soy la roca
inconmovible, la piedra angular que de dos pueblos hago uno solo, el fundamento
fuera del cual nadie puede poner otro (1C 3,11), pero tú también eres
piedra, porque eres sólido por mi fuerza, y lo que yo tengo como propio, por mi
poder, tú lo tienes en común conmigo por el hecho de que tú participas de mi
poder. “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre la solidez de este
fundamento, dice, edificaré un templo eterno, y mi Iglesia, cuya cumbre debe ser
introducida en el cielo, se edificará sobre la firmeza de esta fe. (San León
Magno. 4º sermón para el aniversario de su ordenación, PL 54, 14ª SC)
Ayer se celebró la solemnidad de la Cátedra de San Pedro.
Con ella festejamos varias cosas, siendo el papado una de las más evidentes
para los católicos. Cristo instituyó el papado como una figura que es al
mismo tiempo, cotidiana y simbólica. Una figura que crea polémica y que es
al mismo tiempo, estandarte de todos.
Es cotidiana, porque desde el momento en que Pedro fue
reconocido como Piedra, la Iglesia ha contado con una persona que ha puesto sus
fuerzas y carisma personal a disposición de la Iglesia y de Cristo. Es
simbólica, porque esa persona no es en sí misma nada más que un ser humano,
falible, limitado, pero representa la unidad de todos los cristianos en torno a
Cristo. El papado es el defensor de la Tradición por encima de las circunstancias
que se vivan en cada momento. La Tradición actúa como la tierra sostiene y
fortalece el cimiento. Cuando el cimiento pierde la tierra que le sostiene, el
edificio cae. La Torre de Babel es el ejemplo de una obra humana que deseaba
llegar a Dios y que, al no tener cimientos fuertes, termina siempre abandonada
y vacía. La Iglesia es todo lo contrario, siempre ha estado llena de vida y
ha ido haciéndose más y más sólida según han pasado los siglos.
Dice San Gregorio Magno, refiriéndose a Pedro y los Papas:
“Dichoso tú porque es mi Padre quien te ha
enseñado; la opinión de los hombres no te ha hecho extraviar, sino que
te ha instruido una inspiración venida del cielo”. “La opinión de
los hombres” no debe hacer perder el rumbo a quien es fundamento y cimiento de
la Iglesia, ya que todo cimiento debe ser precisamente firme, estable y sobre
todo unificador. Sobre el Papa recae el peso de toda la Iglesia, por lo que debe
sostenerla de forma completa, sin fisuras. Pedro debe ser un lazo de unidad
y serenidad entre todos.
Pero todos sabemos que detrás de la figura simbólica
existe un ser humano. San Pedro fue capaz de negar tres veces a Cristo sin que
Cristo le “destituyera” por su error. De hecho el Señor ya contaba con su
infidelidad y conocía el bien que saldría de ello. Cristo contaba que Pedro
era justamente lo que todo ser humano es: limitado y frágil. Dios se apiada de
Pedro y le muestra el único camino que puede tomar como seguro: la humildad y
el amor a Cristo.
Es curioso que los otros apóstoles nunca pusieran en tela
de juicio que Pedro fuese la cabeza de la Iglesia. Fue algo que aceptaron sin
que hubiera fisuras entre ellos. La humildad les hizo reconocerse en los
errores de Pedro y saber que ellos también podían haber actuado como él.
Esconderse tras el prendimiento de Cristo, no fue un acto que les honrara
especialmente. Tan sólo Juan, que después actuará como principal profeta
inspirado, es capaz de soportar la presión para estar, junto a María, a los
pies de la Cruz. Mientras que Pedro lloraba su traición, Juan asistía a la
consumación del Sacrificio redentor.
Cada Papa tiene sus aciertos y sus defectos. No podemos
decir que ningún Papa sea perfecto. Hemos de aceptar que Dios es capaz de sacar
bien de los errores de quienes somos seres imperfectos y limitados. Todo Papa
desconcierta a unos y enardece a otros, por lo que no hemos de escandalizarnos
de que el Papa Francisco sea un ídolo para unos y una figura sombría para
otros. Igual sucedió con Benedicto XVI, Juan Pablo II, Juan XXIII, Pablo VI,
etc. Esto ha ocurrido con todos los Papa y seguirá ocurriendo. Queda de
nuestra parte ser fieles a la Iglesia y a Cristo, por encima de quien vista las
vestiduras simbólicas de la unidad y la fidelidad a Cristo.
En todo caso, si nos atrevemos y somos capaces de soportar
las vestiduras del profeta, podemos hacer como Juan, que asistió al Sacrificio
redentor y fue recompensado con el don místico de la profecía. Quien fue capaz
de soportar la visión del sacrificio de Cristo, le fue concedido ver cómo
Cristo vencía al final de los tiempos. Quizás tengamos que aprender de Juan
y encontrar la fortaleza para mirar, de cara, el sufrimiento del día a día de
la Iglesia.