domingo, 28 de diciembre de 2014

Iglesia: somos una gran familia. Joseph Ratzinger



Este domingo celebramos el domingo de la Sagrada Familia. En muchas Diócesis hay misas, manifestaciones o marchas a favor de la familia, como columna vertebral de nuestra sociedad.

La familia es un problema y un obstáculo para diversas ideologías contemporáneas. Por ello se está intentando difuminar el significado y el entendimiento de la familia a través de adoctrinamientos ideológicos cada vez mejor orquestados y puestos en escena.

Pero, como católicos, a lo mejor deberíamos de empezar a valorar y consolidar nuestras propias familias. La familia es tan importante, que Cristo mismo la tomó como referencia para definir la Iglesia:

Entre  las  muchas  imágenes  utilizadas  por  Jesús  para iniciar  el  nuevo  pueblo:  rebaño,  invitados  a  las  bodas,  plantación,  casa  de  Dios, ciudad de Dios, destaca como imagen preferida la de la familia de Dios. Dios es el padre de familia, Jesús el dueño de la casa, por lo cual es muy comprensible que se dirija  a  los  miembros  de  este  pueblo,  aunque  sean  adultos,  como  a  niños.  Estos últimos,  finalmente,  se  han  comprendido  realmente  a  sí  mismos  cuando, abandonando su autonomía, se reconocen delante de Dios como niños (cf Mc 10,13-16). (Joseph Ratzinger, La Iglesia, 1, 2)

La familia es la célula básica de toda sociedad. (Seguir leyendo

domingo, 21 de diciembre de 2014

Adviento: hágase según tu palabra. San Bernardo de Claraval



La Virgen María es un modelo para todos nosotros, aunque en los evangelios no aparece en demasiadas ocasiones. Lo interesante es saber que las pocas veces que aparece son esenciales para comprender lo que Dios desea de nosotros. La “Llena de Gracia” nos señala el camino.


Escuchemos la respuesta de aquella que fue elegida para ser Madre de Dios sin perder su humildad: “He aquí la esclava del Señor, que se haga en mí según tu palabra.” (Lc 1,38)...Diciendo estas palabras, María expresa más bien su vivo deseo que no la realización de él, como quien tuviera alguna duda acerca de su cumplimiento. No obstante, nada nos impide de ver en su “hágase” una “oración”. Porque Dios quiere que le pidamos incluso las cosas que él nos promete. Sin duda, ésta es la razón porque empieza por prometernos muchas cosas que tiene decidido darnos: la promesa despierta nuestra piedad, y la oración nos hace merecedores de lo que gratuitamente recibimos... (seguir leyendo)

domingo, 14 de diciembre de 2014

Adviento: Juan dio a conocer a Aquel que ilumina. S. Agustín



¿Quién era, precisamente el que debía dar testimonio de la Luz? Éste Juan era un ser remarcable, un hombre de un gran mérito, de una gracia eminente, de una gran elevación. Admírale, pero como se admira un monte: el monte queda en tinieblas mientras no viene la luz a envolverle: «Este hombre no era la Luz». No confundas el monte con la luz; no choques contra él en lugar de encontrar en él una ayuda.

¿Pues qué es lo que hay que admirar? El monte, pero como monte. Elévate hasta aquel que ilumina este monte que se levanta para ser el primero en recibir los rayos del sol y así podértelos mandar a tus ojos... También de nuestros ojos se dice que son unas luces, y sin embargo si no se enciende una lámpara por la noche o si no se levanta el sol durante el día, en vano se abren nuestros ojos. El mismo Juan estaba en tinieblas antes de ser iluminado; sólo llegó a ser luz a través de esta iluminación. Si no hubiera recibido los rayos de la Luz hubiera quedado en tinieblas igual que los demás...

Y la misma Luz, ¿dónde está? ¿«la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo»? (Jn 1,9). Si ilumina a todo hombre, ilumina también a Juan a través de quien quería ser manifestado... Venía para las inteligencias enfermas, para los corazones heridos, para las almas de ojos enfermos..., gentes incapaces de verle directamente. Cubrió a Juan con sus rayos. Proclamando que él mismo había sido iluminado, Juan hizo conocer a Aquel que ilumina, a Aquel que alumbra, a Aquel que es la fuente de todo don. (San Agustín. Sermones sobre el evangelio de san Juan, nº 2, 5-7)

Hace pocos días leí un interesante artículo sobre la necesidad que tenemos de segundas redenciones. Parece que la redención se nos queda corta o no nos resulta cómoda de aceptar. Los santos son montes que nos invitan a subir por ellos, no a quedarnos mirando su magnificencia desde el valle. El objetivo nunca es la persona santa, sino llegar también a la santidad. Para acercarnos más fácilmente a Dios, necesitamos los “montes” que el mismo Dios nos ha dado.

Aunque subir a un monte es más fácil que volar al cielo, no deja de ser duro. Requiere preparación y disciplina. Cuanto más alto sea el monte más preparación y esfuerzo nos costará. La pregunta es si estamos dispuestos hacer ese esfuerzo. La sociedad nos ha acostumbrado a esperar a otras personas para que no tener que hacer grandes esfuerzos personales. Nos ha convencido de que merecemos todo sin esforzarnos. La tecnología reduce los problemas antiguos, pero nos trae nuevos problemas. De igual forma la gestión política y social, nos solventa los problemas previos, pero al mismo tiempo, nos plantea nuevos problemas. No somos seres perfectos, sino seres limitados y con tendencia a dejarnos llevar por los demás. (Seguir leyendo)

domingo, 7 de diciembre de 2014

Adviento: ¡Dios te ama sin medida! Benedicto XVI


El evangelio de hoy nos muestra a Juan el Bautista que predica en el desierto: “Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos”. ¿Qué prediga? La Esperanza que parte del amor incondicional de Dios. Esperanza que nos hace gritar de júbilo, porque sabemos que el Señor nos ama infinitamente. Esperanza que se sostiene en la sólida roca de la fe. Dios nos ama, con tal fuerza, que envió a su propio Hijo a morir por nosotros.

Es más, Dios ha revelado que su amor hacia el hombre, hacia cada uno de nosotros, es sin medida: en la Cruz, Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, nos muestra en el modo más luminoso hasta qué punto llega este amor, hasta el don de sí mismo, hasta el sacrificio total. Con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo, Dios desciende hasta el fondo de nuestra humanidad para volver a llevarla a Él, para elevarla a su alteza. La fe es creer en este amor de Dios que no decae frente a la maldad del hombre, frente al mal y la muerte, sino que es capaz de transformar toda forma de esclavitud, donando la posibilidad de la salvación. Tener fe, entonces, es encontrar a este «Tú», Dios, que me sostiene y me concede la promesa de un amor indestructible que no sólo aspira a la eternidad, sino que la dona; es confiarme a Dios con la actitud del niño, quien sabe bien que todas sus dificultades, todos sus problemas están asegurados en el «tú» de la madre. Y esta posibilidad de salvación a través de la fe es un don que Dios ofrece a todos los hombres. (Benedicto XVI. Audiencia general. 24 de octubre de 2012)


El viernes, en una reunión de matrimonios católicos, nos preguntamos por la razón de la desesperanza que existe en el mundo. ¿Por qué hay tantas personas que viven la Navidad con tristeza? La respuesta tiene que ver con los seres queridos que han muerto y no tenemos esperanza de volver a ver. (Seguir leyendo)
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