Podemos comenzar la tercera parte de la reflexión sobre la herejías con este texto de nuestro actual Papa;
“Quien estudie en los tratados de teología la historia del dogma trinitario, verá un cementerio de tumbas de herejías en las que la teología muestra los trofeos de las victorias ganadas. Tal visión no presenta las cosas como son, ya que todos esos intentos que se han ido excluyendo a lo largo de la historia, como aporías o herejías, no son simples monumentos sepulcrales de la vana búsqueda humana; no son tumbas a las que en visión retrospectiva con cierta curiosidad, inútil, al fin; cada herejía es más bien la clave de una verdad que permanece y que nosotros podemos ahora juntarle a otras expresiones también válidas; en cambio, si las separamos, nos formamos una idea falsa. Con otras palabras: esas expresiones no son monumentos sepulcrales, sino piedras de catedral; serán útiles sino permanecen sueltas, si alguien las integra en el edificio; lo mismo pasa con las formulas positivas: sólo son válidas sin son conscientes de su insuficiencia. El jansenista, Saint-Cyran, pronunció una vez estas hermosas palabras: “La fe esta constituida por una serie de contrarios unidos por la Gracia” (Joseph Ratzinger. Introducción al Cristianismo).
Joseph Ratzinger… actual Benedicto XVI… es una persona capaz de sorprender por su sutileza en los temas teológicos. Las herejías aparecen en esta breve reflexión, no como caminos cerrados, sino como opciones que nos han ayudado a consolidar la Verdad contenida en la Revelación y en la Tradición.
Podríamos pensar, utilizando nuestra moderna sensibilidad tolerante, que no tenemos razones para rechazar opciones de Fe que aparecen ante nosotros son similares o equivalentes. Entonces, ¿Por qué se consideran dañinas las herejías?
Para responder esta pregunta tendríamos que empezar por convenir que los cristianos tenemos el mandato de ayudar a Cristo a construir el Reino de Dios en la tierra. Este mandato se puede encontrar en el mismo Génesis, cuando Dios indica a Adán y Eva qué deben de hacer:
Y los bendijo Dios, y les dijo Dios: "Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y sométanla; manden en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra". Dijo Dios: "Vean que les he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para ustedes será de alimento. Y a todo animal terrestre, y a toda ave de los cielos y a toda sierpe de sobre la tierra, animada de vida, toda la hierba verde les doy de alimento." Y así fue. Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Y atardeció y amaneció: día sexto. (Génesis 1,28-31)
Este mandato al ser humano, se debe entender como sometido a la propia ley de Dios, que poco a poco iría conociendo a través de los tiempos. El plan de Dios incluía que fuésemos comprendiendo las razones que hay detrás de todo y que lo hiciéramos a su lado. Pero el mandato de Dios no pudo ser cumplido dentro de la misma ley, ya que se encontró que era puesto en cuestión, por el propio ser humano. Tras ser tentados Adán y Eva, el ser humano decidió que el también podía ser referencia de la ley. ¿Por qué no? Podemos “ser como Dios” con solo querer serlo. La comunión con Dios quedó rota y nuestra capacidad de ver con claridad a Dios en todo lo que existe, se escondió tras el velo de nuestro egoísmo.
Lo cierto es que Cristo renovó y dio plenitud a la formulación de este mandato. Tenemos el mandato de dar forma al Reino de Dios y lo tenemos que hacer por medio de la inteligencia, comprensión, voluntad, capacidad de actuar… iluminadas por el sentido de la propia creación.
Una vez que tenemos claro el mandato, aparece el problema… ¿Cómo realizamos esta construcción?... Tras la ruptura del vínculo directo con Dios solo tenemos la sacralidad como canal de comunicación con Dios. Aún así el velo es suficientemente tupido como para que nos preguntemos ¿Qué modelo utilizamos para la construcción?
Además, cada uno de nosotros, solos y aislados, no podremos ir muy lejos. Necesitamos de los demás para acometer el mandato.
¿Qué sucede si nos reunimos una serie de personas con modelos muy parecidos o idénticos? Si esto es así, podremos construir el Reino de forma coherente. Podremos dar noticia de Dios y actuar sobre el mundo conjuntamente. Hablaremos con una sola voz y actuaremos de forma síncrona. Si los modelos, además de ser comunes, se ajustan a la Verdad… aparecerán sinergias que harán que 1+1 sean más de 2. Con lo cual nuestro testimonio vital podrá evidenciar que la Verdad nos contiene.
“Cuando dos o más se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”
Pero, ¿Qué sucede si las personas reunidas tienen modelos diferentes o contrarios? No tendremos plan coherente para hablar ni actuar. Nuestros testimonios serán personales y muchas veces contradictorios. Si construyésemos una casa… difícilmente podremos llegar a levantar alguna pared. Actuaremos asíncronamente, con fases y amplitudes heterogéneas y con el peligro constante de que aparezcan dianergias que nos separen y hagan que 1+1 sean menos que 2.
¿Qué tiene que ver todo esto con las herejías? Mucho. Pequeños matices en el entendimiento de la Revelación, pueden dar lugar a modelos tremendamente distantes y hasta contrarios. Cuando esto ocurre, es que el trabajo del gran disgregador está dando resultados.
Pongo un ejemplo real: El Pelagianismo.
Podéis consultar los pormenores de la doctrina de Pelagio, monje británico que vivió entre el siglo IV y V, en este enlace (PULSA) Resumiendo la doctrina de Pelagio, podemos indicar que defendía que se puede pedir a Dios toda clase de bienes, menos la virtud. La virtud es una construcción de cada uno. Una vez recibido el don del libre albedrío, es asunto del hombre usar de él rectamente.
¿Suena esto mal? Yo creo que no. Seguro que muchos hemos pensado de esta manera multitud de veces sin saber que con ello estábamos introduciéndonos en terreno pantanoso.
El problema de este tipo de entendimiento pelagiano es que nos conduce a creernos capaces de ordenar el universo según nuestro libre albedrío. Nos induce a pensar que nosotros somos quienes nos salvamos por medio de nuestros méritos personales y que, al mismo tiempo, somos responsables de que el Reino de Dios se construya en este mundo. Así, se nos ofrece la opción de tomar el papel de dadores de sentido y de ponermos a trabajar según nuestros propios planes…. Sigue sin sonar mal.
Pero si esto lo hacemos 300 cristianos al mismo tiempo. ¿Cuántos sentidos y planes encontraremos? 300 planes diferente. Nuestra vanagloria y soberbia nos arrastra al abismo de actuar por nuestra cuenta. La comunidad deja de tener sentido y la Iglesia es una mera fachada de las actitudes individuales.
¿Cuál es la postura correcta entonces? Esperar de Dios la gracia y el plan. Si este plan nos une y nos da sentido, es que proviene de Dios. Nos encontramos con una comunidad unida con sentido, planes y objetivos únicos y compartidos. Tampoco querer dar nosotros sentido a la Revelación… sino humildemente aceptar el sentido que Dios ha dejado en ella. No se trata de recrear los sentidos para que se ajusten a nuestro gusto y a la actualidad. El sentido que Dios da a todo lo creado es eterno y no puede estar en continua adaptación y cambio. Lo que si debe estar en continuo cambio es nuestra integración con la Verdad.
¿Dudamos que la gracia nos asista? ¿Desdeñamos la esperanza, como espera con un sentido? ¿No podemos esperar a actuar?... entonces el pelagianismo nos ronda
Hoy en día el Pelagianismo y el semipelagianismo son tan comunes como antaño. Cuando nuestras construcciones y afanes se caen destrozados delante de nosotros… sabemos donde está el problema.
Porque si esta idea o esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de Dios, no conseguiréis destruirles. (Hch 5, 38-39)
Dejad que golpeen la obra, dejad que la desdeñen y la ridiculicen. Si es obra de Dios, no caerá... es eterna.
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Señor, ilumínanos el camino para saber donde hemos de pisar
Danos de esa agua de vida eterna que sacia y da sentido a nuestra vida.
Envía el Espíritu para que tu voluntad sea la única brújula en nuestro camino.
Danos el Don de ser y sentirnos comunidad que te sigue
sin más condición que tu sagrada voluntad.
Amén.