sábado, 23 de junio de 2012

Quien está por ti o contra ti


No tengas en mucho quien está por ti o contra ti; más busca y procura que sea Dios contigo en todo lo que haces. Ten buena conciencia y Dios te defenderá. Al que Dios quiere ayudar, no le podrá dañar la malicia de hombre alguno. Si tú sabes callar y sufrir, sin dudas verás el favor de Dios. Él sabe bien el tiempo y la manera de librarte, y por eso te debes ofrecer a Él en todo. A Dios pertenece ayudar y librar de toda confusión. Algunas veces conviene para nuestra humildad, que otros sepan nuestros defectos y los reprendan.

Cuando el hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente aplaca y mitiga a los otros, y satisface a los que le odian. Dios defiende y libra al humilde, al humilde ama y consuela; al humilde se inclina; al humilde da grande gracia, y después de su abatimiento lo levanta a honra. Al humilde descubre sus secretos, y le atrae dulcemente a sí, y le convida. El humilde, recibida la injuria y afrenta, está en mucha paz, porque está en Dios y no en el mundo. No pienses haber aprovechado algo, si no te estimas por el más bajo de todos.

Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros. El hombre pacífico, aprovecha más que el letrado. El hombre que tiene pasión, aún el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo. El hombre bueno y pacífico, todas las cosas consigue la mejor parte. El que está en buena paz, de ninguno tiene sospecha. En cambio, el descontento y alterado, de diversas sospechas es atormentado; ni él descansa  ni deja descansar a los otros. Dice muchas veces lo que no debiera y deja de hacer lo que más le convenía. Piensa lo que otros deben hacer y él deja sus propias obligaciones. Ten pues, primero celo contigo, y después podrás tener buen celo con el prójimo. (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, fragmento)

Sin duda vivimos momentos sociales difíciles. La crisis conlleva momentos amargos en los que nos enfrentamos a la dura realidad que tenemos delante. No es que antes, en época de bonanza, no tuviéramos que enfrentarnos a la realidad, sino que la ocultábamos a base de dinero y prebendas. Ahora el agua vuelve al cauce del río y erosiona las orillas, dejando ala descubierto muchos de los errores cometidos en el pasado.

¿Cómo afrontar estos duros momentos? Podemos gritar y patalear contra el destino. Podemos reclamar con violencia aquello que nos dieron y que realmente no existía. Podemos hacer evidente nuestra desesperación en los espacios públicos, creyendo que los mecanismos que hace unos años funcionaban, todavía son válidos. Pero la realidad es tozuda y se topa con nosotros a menudo.

Tomás de Kempis nos habla del humilde y de la necesidad de cultivar la paz por encima de las pasiones. Las palabras del Kempis suenan extrañas en la sociedad de los inmediato en la vivimos. Nos habla de la necesidad de ser exigentes con nosotros mismos antes de volcar las exigencias sobre los demás Nos habla de la confianza que parte de un corazón lleno de paz. En una palabra, nos habla de Esperanza. Pero no de una esperanza humana que depende de tantas circunstancias que es imposible de alcanzar. Nos habla de la Esperanza que es una espera con sentido: El hombre bueno y pacífico, todas las cosas consigue la mejor parte,  mientras que El hombre que tiene pasión, aún el bien convierte en mal, y de ligero cree lo malo.    

Tal vez la humildad sea una de las virtudes más despreciadas en la actualidad, pero sigue siendo una herramienta maravillosa para acercarnos a Dios y a nuestros hermanos: El humilde, recibida la injuria y afrenta, está en mucha paz, porque está en Dios y no en el mundo. ¿Se puede vivir con Dios y dejar el mundo en segundo plano? Complicado si miramos sólo los afanes del día a día, sencillo y tenemos confianza en que todo lo que ocurre es por Voluntad de Dios.

La vez podamos pensar en que el Kempis nos invita al “no hacer” a la deshonra personal y a la indignidad, pero nada más lejos de lo que nos indica. EL cristiano se sabe digno por ser imagen de Dios mismo y por ello no reacciona con pasión ante la humillación que tratan de infringirle. Acepta la humillación sin perder la dignidad, como quien acepta un honor sin creerse más que antes de haberlo recibido.

Es frecuente que otras personas muestren su temor al futuro y que este temor se manifieste con cierta violencia. El descontento y alterado, de diversas sospechas es atormentado; ni él descansa  ni deja descansar a los otros. Dice muchas veces lo que no debiera y deja de hacer lo que más le convenía. Piensa lo que otros deben hacer y él deja sus propias obligaciones. El alterado sospecha de todos los que le rodean y con esa sospecha genera violencia en si mismo y en los demás. Si nos encontramos con estas personas hemos de tener cuidado de estar en paz: Ponte primero a ti en paz, y después podrás apaciguar a los otros.


Pero ¿Cómo conseguir la paz interior necesaria y vivimos en un entorno tan complicado? La oración es más necesaria que nunca, pero también la lectura atenta de los evangelios y encontrarnos en comunidad para vivir nuestra Fe unidos.

domingo, 17 de junio de 2012

¿Caridad o propaganda? ¿Misión o comisión?


«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres.» ¿Por qué? Para no «ser vistos delante de ellos». Si ellos os ven ¿qué será de vosotros? «No tendréis la recompensa de vuestro Padre celestial.» Hermanos, aquí el Señor no juzga, sino solamente expone. Da luz sobre la astucia de nuestros pensamientos; pone al desnudo las disposiciones secretas de las almas. A los que meditan injustamente sobre la justicia, les indica la medida de una justa retribución. La justicia que se coloca ante la vista de los hombres no puede esperar el salario divino del Padre. Ha querido ser vista, ha sido vista; ha querido complacer a los hombres y ha complacido. Tiene el salario que ha querido; no tendrá la recompensa que no ha querido tener...

«Cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas.» «Tocar la trompeta» es la palabra justa, porque una limosna de esta clase es un acto más guerrero que pacífico. Pasa toda entera a través del sonido, nada tiene que ver con la misericordia. Viene del país de la desunión, no ha sido alimentada por la bondad. Es un tráfico para la exhibición, no un comercio casto... «Tú, en cambio, cuando hagas limosna, no vayas tocando la trompeta por delante, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los hombres; os aseguro que ya han recibido su paga.» Habéis oído: la limosna hecha en una asamblea, sobre las plazas públicas, en los cruces de los caminos, no es un gasto hecho para el alivio de los pobres, sino que se hace ante la vista de los hombres para ser estimado por ellos... Huyamos de la hipocresía, hermanos, huyámosla... No alivia al pobre; el gemido del indigente le es un pretexto para buscar con más ahínco una gloria espectacular. Hincha su alabanza con el sufrimiento del pobre. (San Pedro Crisólogo Sermón 9)

Me vino a la memoria este texto de San Pedro Crisólogo al leer un párrafo del tratado sobre la doctrina Cristiana de San Agustín:

El hombre que está firme en la fe, en la esperanza y en la caridad y que las retiene inalterablemente, no necesita de las sagradas Escrituras, si no es para instruir a otros. Así, muchos dirigidos por estas tres virtudes viven en los desiertos sin el auxilio de los Libros santos (San Agustín. La Doctrina Cristiana 1,39,43)

Estas palabras me llevaron a pensar en las ofertas que muchos supermercados están haciendo a partir de las dificultades que están padeciendo muchas familias. Lo que hacen estos establecimientos ¿Es caridad o es más bien, propaganda? ¿Cual es la misión de un Supermercado? 

En nuestro comportamiento diario puede haber también mucho de propaganda, de dar o aparentar para que se nos vea y se nos aprecie. Esto es simple trueque de lo que nos sobra por consideración humana. Dice San Agustín que muchos anacoretas viven las tres virtudes en mitad del desierto y lo hacen sin nada entre las manos. Ni siquiera las Sagradas Escrituras. ¿Por que no necesitan las Sagradas Escrituras para si mismos? Porque ya viven en Evangelio en su plenitud.

Pero, este discernimiento no es tan sencillo como parece. Si ocultamos nuestra justicia, Fe, Esperanza y Caridad ¿Cómo daremos testimonio a los demás?

Nos encontramos con la tensión escatológica del "ya, pero todavía no". La tensión de dar testimonio, pero que nadie vea tus acciones. ¿Cómo hacer que se vea sin que nadie nos vea? Es imposible.

Este problema es planteado con frecuencia por ateos y agnósticos que desean confundirnos y mostrarnos lo aparentemente contradictoria que de nuestra Fe. Hay que estar listo para saltar a un dominio diferente y hacerles ver que no existe tal contradicción.

Evidentemente este problema no tiene solución dentro de “lo externo” a nosotros. En este caso debemos buscar la solución en nuestro interior, en nuestro ser. Allí es donde la contradicción desaparece. Hablamos entonces de la conversión interior que soluciona la aparente contradicción exterior.

Lo que los evangelios nos dicen y los Primeros Padres de la Iglesia recalcan, es que el motor de nuestra Fe, Esperanza y Caridad no puede ser que nos aprecien los demás, sino que aprecien a Cristo que se refleja en nosotros. Cualquier aplauso que nos brinden en nuestra misión, no es para nosotros sino para Cristo que se hizo presente a través nuestra. Si sabemos señalar a Quien es la fuente de la luz que se refleja en nosotros, estaremos dando testimonio y al mismo tiempo viviendo sin buscar trompetas y aplausos para nuestra persona.

La admiración que nos causan los santos, no se corresponde a las condiciones humanas de los mismos, sino a su capacidad de reflejar al Señor en sus actos.

Demos limosna sin tener miedo que se nos vea hacerlo, pero hagámoslo sin atraer la atención hacia nosotros, sino hacia Quien es la Caridad. Propaguemos la Fe, pero sin creer que lo que sale de nuestra boca o escriben nuestros dedos es nuestro. Nada más lejos de la realidad. Vivamos llenos de Esperanza y alegría, pero señalando al Señor como fuente de ello.

Decía el Padre Pío: “Cuando los dones crecen en ti, haz que crezca también la humildad, así puedas considerarlo todo como si fuera un préstamo

Ahí está la diferencia entre la propaganda y Caridad. La diferencia entre la misión del Reino que nos ha sido encomendada y la comisión de vanagloria que recibimos cuando buscamos ser nosotros los protagonistas.

domingo, 10 de junio de 2012

La humildad en la vida cotidiana

¡Estate atento al misterio de Cristo! Nació del seno de la Virgen a la vez Siervo y Señor; Siervo para obrar, Señor para mandar a fin de enraizar en el corazón de los hombres un Reino para Dios. Tiene un doble origen pero es un solo ser. No es distinto el que viene del Padre al que viene de la Virgen. Nacido del Padre antes de todos los siglos, es el mismo que tomó carne en el transcurso del tiempo. Por eso es llamado Siervo y Señor: por nuestra causa, Siervo, pero a causa de la unidad de la sustancia divina, Dios de Dios, Principio del Principio, Hijo en todo igual al Padre, su igual. En efecto, el Padre no engendra un Hijo extraño a Él mismo, este Hijo del cual declara: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17)...

El Siervo conserva en todo los títulos de su dignidad. Dios es grande, y es grande el Siervo; al venir en la carne, no pierde esta «grandeza que no tiene límites» (sl 144,3)...  El cual, «siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de Siervo» (Flp 2,6-7)... Es, pues, igual a Dios como Hijo de Dios; tomó la condición de Siervo al encarnarse; «gustó la muerte» (Hb 2,9), él, cuya «grandeza no tiene límites»...

¡Cuán buena es esta condición de Siervo que nos ha hecho libres! ¡Sí, cuán buena es! Le ha valido «el nombre que está por encima de todo nombre»! ¡Cuán buena es esta humildad! Ha obtenido que «al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2, 10-11). (San Ambrosio, Sermón sobre el salmo 35, 4-5)

Cuán buena es esta humildad. ¿Somos nosotros realmente humildes como lo es el Señor? Dijo es Señor que el que quisiera ser el primero, sirviera a todos los demás. ¿Somos conscientes de ello?

En nuestra vida cotidiana quisiéramos ser reconocidos, relevantes de forma personal, poderosos, etc. ¿Nos damos cuenta de todo el peso que nos echamos a la espalda queriendo todas estas cosas? ¿No es mucho mejor ser humilde y no aspirar a nada por nosotros mismos?

Sólo desde la humildad podemos reconocer que Jesús es Señor para gloria de Dios Padre. Por eso nos cuesta tanto doblar las rodillas en la consagración y arrodillarnos frente al altar. Somos soberbios y entendemos este lengua de humildad como una humillación personal insoportable?

Hasta nos decimos que la bondad y misericordia de Dios todo lo acepta. Lo que no pensamos es que el problema no está en Dios sino en nosotros. Si no somos verdaderamente humildes, somos nosotros quienes sufrimos nuestra propia actitud. Si en algo somos relevantes o tenemos autoridad, que esto sea para mayor gloria del Señor. Nunca para gloria de nosotros mismos.

Decía el Padre Pio: “¿Ha observado usted un campo de trigo en sazón? Unas espigas se mantienen erguidas, mientras otras se inclinan hacia la tierra. Pongamos a pruebe a los mas altivos, descubriremos que están vacíos, en tanto los que se inclinan, los humildes, están cargados de granos

La humildad pesa y nos hace inclinarnos ante el Señor. Igual que las espigas con más granos, quien se humilla es quien puede dar más de si a los demás. El que se comporta de forma soberbia, solo es capaz de imponer su presencia por la fuerza. Quien es humilde llena la estancia sin hacer evidencia de quién es y qué busca.

Ya dijo el Señor: “Así los últimos serán los primeros, y el primero será el último: pues muchos serán llamados, pero pocos serán elegidos” (Mt 20,16) ¿Por qué serán pocos los elegidos? Porque Dios elige a los humildes y son pocos los que han respondido a la llamada del Señor con humildad.

Que el Señor nos ayude a encontrar al humildad en nosotros mismos.

sábado, 2 de junio de 2012

Bautizad en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo

Mirad cuál es la regla de nuestra fe, la que funda nuestro edificio, la que da firmeza a nuestra forma de comportarnos. Primero: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible; Dios uno, creador del universo; este es el primer artículo de nuestra fe. Segundo artículo: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Señor; fue revelado a los profetas de acuerdo con el género de sus profecías y según el designio del Padre; todo fue hecho por medio de Él; al final de los tiempos, para recapitular todas las cosas, se dignó hacerse hombre entre los humanos, visible, palpable, y así destruir la muerte y hacer aparecer la vida y obrar la reconciliación entre Dios y el hombre. Y el tercer artículo: el Espíritu Santo; por medio de Él han profetizado los profetas, nuestros padres han conocido las cosas de Dios y los justos han sido guiados por los caminos de la justicia; al final de los tiempos fue derramado de una manera nueva sobre los hombres a fin de ser renovados por Dios en toda la tierra.

Por eso el bautismo de nuestro nuevo nacimiento está colocado bajo el signo de estos tres artículos. Dios Padre nos lo concede en vistas a nuestro nuevo nacimiento en el Hijo por medio del Espíritu Santo. Porque los que llevan en ellos el Espíritu Santo son conducidos al Verbo que es el Hijo, y el Hijo los conduce al Padre, y el Padre nos concede la inmortalidad. Sin el Espíritu es imposible ver al Verbo de Dios, y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre. Porque el conocimiento del Padre, es el Hijo, el conocimiento del Hijo se hace a través del Espíritu Santo, y el Hijo da el Espíritu según el Padre quiere. (San Ireneo de Lyon, Demostración de la predicación apostólica, 6-8)

La Santísima Trinidad es Dios y Dios único. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios y por eso somos reflejo de la Santísima Trinidad. Si somos imagen de Dios uno y trino, ¿No es lógico y coherente ser bautizados en Nombre de la Santísima Trinidad?

No podía ser de otra forma y San Ireneo nos refiere este Misterio de una manera especialmente clara. Padre, Hijo y Espíritu Santo nos transforman a partir del bautismo. La conversión también tiene un profundo sentido trinitario, ya que transforma nuestra mente, nuestras emociones y nuestra voluntad. Nos transforma de manera que, sin dejar de ser quienes somos, nuestro ser cobra una vida nueva.

¿Cómo podemos llevar esta evidencia nuestra vida cotidiana? ¿Cómo se hace patente la Santísima Trinidad en nuestro día a día?

Podría parecer que estas “entelequias” teológicas fuesen un entretenimiento para eruditos, pero que no sirven para nada en el mundo de hoy. Pero, Dios actúa a través la coherencia y por eso la Santísima Trinidad es algo vivo en nosotros y en lo que nos rodea.

Como decía Cristo, a veces parecemos sepulcros banqueados. Es decir, lugares sin vida que se pintan de blanco para aparentar. ¿Quién nos concede la vida y la vitalidad de vivirla con Esperanza y alegría? El Espíritu es el soplo de vida que nos hace movernos. ¿Podríamos vivir sin el soplo del Espíritu? Me temo que no. Si el soplo desaparece morimos y si vuelve a soplar, todo se recrea y renueva. Como dice un maravillosa oración italiana de Pentecostés.

El Hijo es revelación, Palabra llena de sentido, enseñanza viva, sentido de nuestra vida. ¿Podemos vivir con felicidad sin ser conscientes de la Palabra? Difícilmente seremos felices si nos falta la Esperanza y la Esperanza parte de la Buena Noticia que nos trajo Nuestro Señor. No olvidemos que para aceptar a Cristo como Señor, necesitamos del Espíritu.

¿Y Dios Padre? Dios Padre es creador, aparentemente oculto e invisible. ¿Podemos vivir sin conocer a Dios Padre? ¿Cómo conocerlo?  Lo podemos conocer a través del Hijo. Las maravillosas parábolas de Cristo, nos enseñan como es el Padre. Cómo toda la creación tiene un sentido y es coherente. Todo tiene la marca de Dios, pero no siempre somos capaces de verlo. Necesitaríamos tener nuestro corazón limpio, ya que es la única manera de ver a Dios.

Quiera el Señor ayudarnos a entender, dentro de lo que Dios ha planeado, que somos reflejo de Dios uno y trino.
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