domingo, 25 de marzo de 2012

Cuarema y salvación

Al género humano se le puede comparar a las espigas de un campo. Nacen de la tierra, esperan obtener su máximo crecimiento y, en el momento querido, son cortadas por la guadaña de la muerte. Por eso Cristo dice a sus discípulos: « ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega?  Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos que blanquean ya para la siega. Ya el segador recibe el salario, y recoge el fruto para la vida eterna» (Jn 4,35-36). Ahora bien, Cristo nació en medio de nosotros, nació de la Virgen santa así como las espigas salen de la tierra. Por eso en otra parte él mismo se nombra grano de trigo: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto» (Jn 12,24). Así es como se ofreció él mismo al Padre por nosotros, como una gavilla y como las primicias de la tierra.

Porque la espiga de trigo, por otra parte igual que nosotros, no se la puede considerar aisladamente. Lo vemos en una gavilla formada por numerosos espigas de una sola brazada. Jesucristo es uno solo, pero es y se nos presenta realmente como si fuera una brazada, en el sentido que en él están contenidos todos los creyentes, evidentemente en una unión espiritual. Si no fuera así ¿cómo podría san Pablo escribir: «Nos ha resucitado con él, y con él nos ha sentado en el cielo»? (Ef 2,6-7). Efectivamente, puesto que se ha hecho uno de nosotros, nosotros somos «miembros del mismo Cuerpo» (Ef 3,6)... Él mismo en otra parte dirige estas palabras a su Padre: «Ruego, Padre, que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn 17,21). El Señor es, pues, la primicia de la humanidad destinada a ser entrojada en los graneros del cielo.  (San Cirilo de Alejandría, Comentario al Libro de los Números, 2)

El cristianismo tiene muchas dinámicas que son complicadas de entender desde fuera de la Iglesia. Por qué morir para dar fruto, ¿no se daría más fruto vivo? Por qué negarnos a nosotros mismos ¿no sería más lógico autoafirmarnos en lo que somos? Por qué unirnos en comunidad para que el Señor esté en medios de nosotros ¿No sería más lógico andar el camino desde el solitario compromiso personal? Podría citar muchas más. Todas ellas son criticadas desde fuera de la Iglesia y a veces hasta desde dentro.

San Cirilo nos da una estupenda pista para entender por qué movernos el sentido que nos indica cristo: Jesucristo es uno solo, pero es y se nos presenta realmente como si fuera una brazada, en el sentido que en él están contenidos todos los creyentes. Cristo nos pide que le sigamos y eso conlleva ir colocando nuestros pies en cada huella de las sandalias de nuestro Salvador. Ese es el camino para salvarnos… pero ¿salvarnos de qué?

Es complicado para el ser humano actual entender qué significa ser salvado. De nuevo San Cirilo no señala la respuesta a esta pregunta: El Señor es, pues, la primicia de la humanidad destinada a ser entrojada en los graneros del cielo.  Entrojar es la acción de introducir el grano y/o cereal en un tipo especial de granero: el troje. ¿Salvarse consiste en que nos metan en un almacén? Eso es lo que podríamos pensar si nos quedamos en una lectura literal. Pero los granos que almacenan en el troje lo hacen para ser molidos y dar harina. Harina que con agua, levadura y un horno, da lugar a pan. Lo que San Cirilo nos cuenta es que la salvación pasa por la conversión y que una vez transformados, nuestra vida cobrará sentido.

En el Evangelio de este Domingo, Cristo nos dice “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.”(Jn 12, 23-26)

Quien tiene apego a su vida la perderá. ¿Cómo la perderá? Hay muchas formas de entender las palabras de Cristo. La más evidente nos lleva a un contrasentido. Quien cuida de su vida es precisamente quien no la pierde. No es ese el sentido que nos da Cristo. Quien está más preocupado por el grano de trigo que por su sentido, lo conservará encerrado en una urna de cristal. Con esta actitud el grano deja de tener sentido al no poder dar nunca fruto. El grano se pudrirá sin cumplir el sentido de si mismo: caer en tierra, germinar y volver a dar vida a otros cientos de granos de trigo. El grano de trigo que se reserva para si mismo, muere en el mismo momento que se separa de su sentido.

… y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. ¿Qué vida eterna? ¿La vida eterna material o la espiritual? Podemos entender las palabras de Cristo de ambas formas, pero el sentido espiritual de la vida eterna es el que coincide realmente con el conjunto del texto. El grano de trigo que se deja morir para dar fruto, da vida a los demás.

El Señor nos salva mostrando que nuestra vida tiene sentido y mostrándonos el camino para hacerla plena: Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El problema de la conversión es la responsabilidad que conlleva. Que se lo digan al joven rico que prefirió conservarse a si mismo en la urna de la riqueza. La Cuaresma es tiempo propicio para dejar que el grano de trigo caiga en tierra y germine... aprovechemosla.

domingo, 18 de marzo de 2012

No consideres sus méritos personales de los sacerdotes, sino su ministerio


 19 Antes se te ha advertido que no te limites a creer lo que ves, para que no seas tú también de éstos que dicen: «¿Éste es aquel gran misterio que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre? Veo la misma agua de siempre, ¿ésta es la que me ha de purificar, si es la misma en la que tantas veces me he sumergido sin haber quedado nunca puro?» De ahí has de deducir que el agua no purifica sin la acción del Espíritu.

24 Finalmente, aquel paralítico (el de la piscina Probática) esperaba un hombre que lo ayudase. ¿A qué hombre, sino al Señor Jesús nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos? Él era, pues, al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Y Juan dio testimonio de él, diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Y, si el Espíritu descendió como paloma, fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento.

27 En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Y, si quieres atender a los méritos, considéralos como a Elías, considera también en ellos los méritos de Pedro y Pablo, que nos han confiado este misterio que ellos recibieron del Señor Jesús. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una advertencia. Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también. Cuánto más se dignará estar presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios. (San Ambrosio de Milán, Tratado de Misterios)

Hoy domingo celebramos en muchas diócesis el día del seminario. Otras lo celebran el lunes, día de San José.

En este texto de San Ambrosio de Milán se relacionan tres elementos muy importantes: la Fe, los sacramentos y el sacerdote. La Fe que nos permite ver una realidad cargada de signos y símbolos que nos hablan de Dios. La Fe nos permite reconocer la acción del Espíritu en los signos que realiza el sacerdote. Nos dice San Ambrosio no te limites a creer lo que ves. Es decir, no nos quedemos con las apariencias físicas.

 ¿Qué sucede cuando nuestro entendimiento queda atrapado por la realidad física que aparece delante de nosotros? Quedamos atrapados por lo que mide, se pesa y se compra.  No somos capaces de entender la Verdad que oculta la realidad aparente. Entonces vemos al sacerdote como un animador comunitario que “representa” una especie de función para congregarnos cada domingo. ¿Para qué necesitamos sacerdotes entonces? Evidentemente, si lo que vemos en un animador y un actor, el sacerdocio no es necesario.

Pero el sacerdote es un vehiculo especial, a través del cual se manifiesta el Señor. Por eso los sacramentos están ligados a la presencia y acción Litúrgica y el oficio del sacerdote. ¿Puede haber sacramentos sin sacerdote? No sin que estos pierdan el sentido de comunicadores de la Gracia de Dios. Evidentemente, los bautizados podemos excepcionalmente bautizar y en el matrimonio los ministros son los contrayentes, pero el sacerdote actúa como testigo y oficiante de la ceremonia. El sacerdote no deja de ser esencial en la vida sacramental de toda comunidad. Las comunidades que no tienen sacerdotes, pierden el vínculo sacramental con Dios.

Pero ¿Es tan necesario el sacerdote? No es raro que nos encontremos con quejas sobre tal o cual sacerdote. Quizás deberíamos ser conscientes que los sacerdotes son tan humanos como nosotros. Tal capaces de meter la pata como usted y yo. San Ambrosio no da la clave: En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio. Los méritos son maravillosos, pero aún es más maravilloso el ministerio que realizan todos los días de su vida. Una vida llena en que la vocación se convierte en lo primordial.

Nos dice San Ambrosio: Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también. ¿No es maravilloso? Es maravilloso cuando la Fe nos permite ver más allá de lo físico y nos acercamos a los sacramentos preparados y conscientes de lo que hacemos.

Antiguamente era más sencillo aceptar la presencia de Dios en nuestra vida y en la Liturgia. Aquel fuego visible era enviado para que creyesen; en nosotros, que ya creemos, actúa un fuego invisible; para ellos, era una figura, para nosotros, una advertencia. ¿Una advertencia? Sí, pero esta advertencia no es un chantaje, sino una evidencia que nace en nuestro corazón y nosotros advertimos en nuestra vida.

Al recibir un sacramento debería pensar como nos indica San Ambrosio:  si el Espíritu descendió como paloma, fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento. ¿Seremos capaces de advertir en la figura del sacerdote esa un signo de la presencia de Dios entre nosotros?

En la medida que seamos conscientes de ese signo, las vocaciones crecerán y el rebaño tendrá pastores que le guíen. Dios lo quiera.

domingo, 11 de marzo de 2012

"Destruid este templo, y en tres días lo levantaré". Interpretación eclesial


Somos ahora los obreros de Dios y construimos el templo de Dios. La dedicación de este templo tuvo ya lugar en su Cabeza puesto que el Señor resucitó de entre los muertos después de haber triunfado de la muerte; habiendo destruido en él lo que era mortal, subió al cielo… Y es ahora que nosotros construimos este tempo por la fe para que también se haga su dedicación en la resurrección final. Es por esto que hay un salmo que se intitula: «cuando reconstruyamos el templo, después de la cautividad». Acordaos de la cautividad en la que nos encontramos antaño, cuando el diablo tenía al mundo entero en su poder, como un rebaño de infieles. Es en razón de esta cautividad que vino el Redentor. Derramó su sangre para rescatarnos; por su sangre derramada suprimió el billete de la deuda que nos mantenía cautivos (Col 2,14)… Vendidos con anterioridad al pecado, hemos sido liberados por la gracia.

Después de esta cautividad, ahora construimos el templo, y para que se edifique, anunciamos la buena nueva. Por eso el salmo comienza así: «Cantad al Señor un cántico nuevo». Y para que no pienses que se construye este templo en un rincón, tal como lo hacen los herejes que se separan de la Iglesia, fíjate en lo que sigue: «Cantad al Señor toda la tierra» (San Agustín, Sermón 163, 5)

La lectura del evangelio de este domingo es muy interesante: Jn 2,13-25. El episodio de la expulsión de los mercaderes del templo. El episodio es uno de los que más me han intrigado. Cristo actúa de manera directa sobre quienes hacen de los aledaños del templo un lugar de comercio. No tiene piedad de los vendedores que vendían animales, aunque es evidente que se ganaban la vida facilitando animales adecuados para las inmolaciones rituales. También había cambistas que ofrecían a los compradores la posibilidad de obtener la moneda con la que era necesario realizar las limosnas y ofrendas. El oficio de estos vendedores facilitaba el cumplimiento de los preceptos que los fieles judíos debían cumplir. ¿Qué hay de malo en ello? ¿Tampoco estaban formalmente dentro del templo?

Un primer análisis nos lleva a pensar que Cristo nos indicó que facilitar artificialmente el cumplimiento de las normas propicia que las personas se despreocupen de la conversión y preparación personal. Cualquiera podía ir directamente al patio del templo y hacerse con todo lo necesario. ¿Para qué preocuparse? El cumplimiento del precepto era una rutina llena de apariencias externas.

Es reseñable que Cristo ejerciera esta violenta acción en primera persona. Evidentemente quiso realizar un signo que fuese interpretado. "¿Qué signo nos das para obrar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar" (Jn 2, 18-19). El signo se hace evidente. La acción del hombre puede ser importante, pero la Voluntad de Dios supera toda acción humana.

Por otra parte, utilizar un tiempo de reconstrucción tan simbólico (tres días) nos lleva pensar en Jonás dentro de la Ballena “Pero el Señor  dispuso un gran pez que se tragase a Jonás. Y éste estuvo en el vientre del pez tres Días y tres noches.”(Jonás 2, 1) o en el libro del Éxodo: «El Señor dijo a Moisés: “Extiende tu mano hacia el cielo, y se extenderá sobre el territorio egipcio una oscuridad palpable”. Moisés extendió la mano hacia el cielo, y una densa oscuridad cubrió el territorio egipcio durante tres días.» (Éx 10,21s).

Tres días es un tiempo relacionado con Dios (Trinidad) que propicia la transformación o conversión del ser humano. Evidentemente, Cristo se refiere veladamente a la resurrección, pero también mucho más. San Agustín señala con este signo un paradigma muy interesante. La construcción del templo de la Fe, que es la Iglesia. La Fe aparente se convierte en Fe consciente y este proceso nos lleva consolidar la Iglesia y a difundir el evangelio por donde vayamos: “Acordaos de la cautividad en la que nos encontramos antaño, cuando el diablo tenía al mundo entero en su poder, como un rebaño de infieles”… “Después de esta cautividad, ahora construimos el templo, y para que se edifique, anunciamos la buena nueva

El templo es la Iglesia que se edifica a partir de nuestra conversión personal y nuestra capacidad de difundir la Buena Noticia donde vayamos. Pero esta edificación requiere un proceso de conversión personal y colectiva. El proceso conlleva cierta violencia sobre las actitudes “fáciles y meramente cumplidoras en lo externo” ¿Para que cambistas y vendedores de ofrendas? Nosotros somos la ofrenda el precio fue pagado por Cristo. Desalojen la entrada del templo. Ya no es necesario nada de eso, aunque son imprescindibles esos tres días de oscuridad y transformación en los que Dios nos reedifica y a través nuestra, reconstruye el templo que es el Reino de Dios.

¿Qué mejor tiempo que la Cuaresma para adentrarse en el proceso de conversión? 

domingo, 4 de marzo de 2012

Limosna, ayuno y oración, están unidas a la reconciliación.

“Cristo dio la vida por ti, ¿y tú continúas aborreciendo al que es un servidor como tú? ¿Cómo puedes acercarte a la mesa de la paz? Tu Maestro no dudo en soportar por ti todos los sufrimientos, ¿y tú, rechazas incluso renunciar a tu cólera?... «¡Fulano me ha ofendido gravemente, dices tú, ha sido tantas veces injusto conmigo, e incluso me ha amenazado de muerte!» ¿Qué es esto? Todavía no te ha crucificado tal como sus enemigos crucificaron al Señor.

Si no perdonas las ofensas recibidas de tu prójimo, tampoco tu Padre que está en los cielos te perdonará tus faltas (Mt 6,15). ¿Qué es lo que dice tu conciencia cuando pronuncias estas palabras: «Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre» y lo que sigue? Cristo no ha hecho diferencias: derramó su sangre también para los que derramaron la suya. ¿Podrás tú hacer algo semejante? Cuando no quieres perdonar a tu enemigo, te haces daño a ti mismo, no a él...; lo que estás preparando es un castigo para ti mismo el día del juicio...

Escucha lo que dice el Señor: «Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda»... Porque el Hijo del hombre ha venido al mundo para reconciliar a la humanidad con su Padre. Es así como lo dice san Pablo: «Ahora Dios ha reconciliado consigo todas las cosas» (Col, 1,22); «mediante su cruz, en su persona, dio muerte al odio» (Ef  2,16).” (San Juan Crisóstomo. Homilía sobre la traición de Judas, 2, 6)

La cuaresma es una camino que los peregrinos andamos paso a paso hasta la Pascual. El ayuno, la oración y la limosna nos recuerdan tres aspectos importantes de todo peregrinar: la escasez de  alimentos, la actualización del objetivo que nos conduce y la caridad con quienes nos acompañan en el camino. ¿Podemos estar enemistados con nuestros compañeros de viaje? Como todo camino cristiano, la reconciliación es imprescindible.

Una vez que lleguemos al final del peregrinaje ¿Cómo vamos a poner sobre el altar nuestros rencores y resentimientos? ¿Los aceptará Dios como ofrenda? En el altar deberíamos de depositar las joyas que hubiéramos recogido durante nuestro viaje.

Tal como el mismo Dios me lo inspiró, os he aconsejado siempre que al llegar las fiestas... os acerquéis al altar del Señor vestidos con la luz de la pureza, resplandecientes con las limosnas, adornados con las oraciones, vigilias y ayunos, como con valiosas joyas celestiales y espirituales, en paz no sólo con vuestros amigos, sino también con vuestros enemigos, en una palabra, que os lleguéis al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio. (San Ambrosio de Milán, Sobre la Cuaresma. Sermón IX)

Vivir siempre es encuentro y desencuentro. No es raro que en nuestra Cuaresma aparezcan disgustos, rencillas o hasta peleas. La Pascua es el momento culmen de año Litúrgico y tal como San Ambrosio nos indica, el Señor espera que lleguemos al altar con la conciencia libre y tranquila, y podáis recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, no para vuestro juicio, sino para vuestro remedio.

¿Es la Pascua un remedio para nosotros o es un juicio? Pasará la Pascua y lamentaremos haberla desaprovechado o nos sentiremos gozosos de haber llegado mejor que el año pasado. La pureza es un don de Dios, que hemos de solicitar con la oración y que debemos trabajar con limosna y ayuno.

Quiera el Señor que lleguemos a la Pascual vestidos de luz y resplandecientes.
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