Hablar
de “lo sagrado” en pleno siglo XX es una temeridad, lo reconozco. Buscar la
sacralidad, en una sociedad que únicamente valora lo aparente y placentero, es una
locura. Pero es una temeridad y una locura, que nace desde el corazón.
No se trata de una moda o una afición pasajera. Cuando una persona necesita a
Dios, puede buscarlo de muchas formas y ciertamente lo encontraremos en la
comunidad, en los necesitados, en el estudio de los textos sagrados, en la oración
personal, en las devociones, etc. Nuestro problema es que nos cuesta entender
que todos estos aspectos, son una manifestación sagrada de Dios. ¿Sagrada?
Lo
sagrado es aquello que nos une y comunica de forma mística con Dios. Ante la
magnificencia del Misterio, no podemos tener una actitud desafectada y
desdeñosa. Sea cual sea la manifestación de Dios, sólo si nos acercamos con
reverencia, respeto y compromiso, seremos capaces de abrir nuestro corazón a la
Gracia que Él no regala.
Nuestros
antepasados sí tenían ese sano temor y reverencia a Dios ¿Qué ha pasado?
Desgraciadamente hemos racionalizado la Fe y al hacerlo, hemos perdido lo
sagrado entre nuestros dedos. Ahora entendemos la Fe de forma funcional,
como una herramienta; mientras que la fe es un don.
Hace un
par de días estuve viendo un documental sobre el Concilio Vaticano II llamado “Vaticano
1962 - Revolución en la Iglesia”. No es un documental tradicionalista ni mucho
menos contemporizador con este gran evento. Es un documental que prima y valora
el Concilio como una herramienta de cambio de una Iglesia vieja y caduca. Me
sorprendió que los autores incluyeran el siguiente comentario sobre la
veneración de los santos y reliquias por las personas de sencillas del pueblo:
“Con esta devoción popular, esta veneración por
las reliquias, la Iglesia postconciliar no supo desempeñar con brillantez su
papel. No se apoyó el culto a los santos, otra de la víctimas de la gran
racionalización del Vaticano II”
¿Qué me
llamó la atención esta frase? Precisamente
la mención a la racionalización que trajo consigo el postconcilio. Esta
racionalización no es fruto directo de las constituciones del Concilio, sino
del llamado “espíritu del Concilio”, que impregnó los años posteriores y
todavía sigue marcando en entendimiento religioso de muchos de nosotros. En el
“espíritu del Concilio” la fe es una herramienta para conseguir objetivos
diversos, la justicia social, la socialización, el diálogo con quienes no creen
otras cosas, etc.
¿Qué nos
ha sucedido? Como indicaba el documental, hemos racionalizado la religión,
convirtiéndola en una serie de obligaciones, pasos y costumbres.
Indudablemente, una religión que se queda en este nivel de entendimiento y
vivencia, no llena al ser humano. Hemos perdido el entendimiento de lo sagrado
como un don de Dios y en el mejor de los casos, lo hemos convertido en
rutinas que “ayudan” a que la comunidad se reúna una vez por semana o las
familias se vean en bodas, bautizos y funerales. El fenómenos de los alejados
tiene mucho que ver con la racionalización de la Fe y la “inutilidad” de la
presencia de Dios en la vida cotidiana.
Dios se
ha vuelto lejano para muchos de nosotros. Nos hemos vuelto cristianos agnósticos.
Es decir, creyentes en un Dios lejano que se ha desentendido de nosotros.
Conservamos los rituales y las costumbres, porque nos ayudan a encontrar algo
importante, pero no absoluto: la comunidad. Para muchos, la comunidad se ha
convertido en el sucedáneo palpable y “vivible” de Dios. Vamos a la misa del
domingo para estar un rato en comunidad y disfrutar de una interconexión social
dotada de cierta trascendencia. Con esto no quiero denigrar a la comunidad,
sino señalar que estamos colocando algo importante en lugar de Dios mismo.
Si
alguna vez miramos atrás y nos preguntamos por la sacralidad y la necesidad de
un contacto místico con Dios, parece que mencionamos algo mágico que ya ha
sido superado. Pareciera que rezar arrodillado fuese algo herético o
maligno. Creer en la presencia de Cristo en los sacramentos, parece que es algo
que terminará por desaparecer. ¿Qué joven le interesa arrodillarse frente a un
imagen antigua? Algunos los prefieren ver en misa, twiteando con el smartphone.
Les pongo un ejemplo real.
He
escuchado con cierta frecuencia a personas adultas, comprometidas y asiduas a
las misas dominicales, que se preguntan por qué la Iglesia sigue “diciendo que Cristo
está presente en la Eucaristía”. Después de charlar con ellas sobre el tema, aparece
siempre la comunidad como el objetivo de su compromiso. Dios resulta algo
tan grande y lejano, que no somos capaces de acercarse a El. Se nos ha olvidado
que Cristo abrió caminos de comunicación que ahora hemos olvidado.
Entonces
uno comprende la razón de que casi nadie se arrodille en la consagración o que
se comulgue y se siga bailando al ritmo de la canción que se está poniendo en
ese momento. Simplemente, no creen en la presencia de Cristo ni en la presencia
de Dios junto a nosotros. Incluso, si se estima que Dios está presente, se cree
que lo hace de forma indiferente y lejana. La comunidad es lo único que les
llena y les da sentido. ¿No es triste?
¿Encontrar
a Cristo en la comunidad es malo? Nada más lejos de la realidad, ya que Cristo
mismo dijo que cuando nos reunimos, en su Nombre, El está en medio de nosotros.
Una comunidad que ora unida, recibe los sacramentos, unida y además trabaja
unida, es un lugar ideal para que el Señor nos encuentre.
Pero,
¿Qué sucede si la comunidad “nos sale rana”, el párroco lo trasladan o las
personas que asisten a misa cambian? El desamparo puede llegar hasta hacer
perder la poca Fe que retenemos. La comunidad está compuesta por seres humanos
falibles y débiles. No podemos colocarla en lugar de Dios, por mucho que sea
una vía de acceso a Él. Es lo mismo que si colocamos una figura en el lugar de
Cristo, olvidando que la reverencia y el respeto no se le ofrece a la imagen,
sino a Quien representa.
La
comunidad es muy importante, casi imprescindible para nosotros, pero lo
realmente imprescindible es la presencia de Dios entre nosotros.