Es preciso que examinemos de cerca qué es lo que hace que el hombre sea sordo. Por haber escuchado las insinuaciones del Enemigo y sus palabras, la primera pareja de nuestros antepasados han sido los primeros sordos. Y nosotros también, detrás de ellos, de tal manera que somos incapaces de escuchar y comprender las amables inspiraciones del Verbo eterno. Sin embargo, sabemos bien que el Verbo eterno reside en el fondo de nuestro ser, tan inefablemente cerca de nosotros y en nosotros que nuestro mismo ser, nuestra misma naturaleza, nuestros pensamientos, todo lo que podemos nombrar, decir o comprender, está tan cerca de nosotros y nos es tan íntimamente presente como lo es y está el Verbo eterno. Y el Verbo habla sin cesar al hombre. Pero el hombre no puede escuchar ni entender todo lo que se le dice, a causa de la sordera de la que está afectado... Del mismo modo ha sido de tal manera golpeado en todas sus demás facultades que es también mudo, y no se conoce a sí mismo. Si quisiera hablar de su interior, no lo podría hacer por no saber dónde está y no conociendo su propia manera de ser.
¿En qué consiste, pues, este cuchicheo dañino del Enemigo? Es todo este desorden que él te hace ver y te seduce y te persuade que aceptes, sirviéndose, para ello, del amor, o de la búsqueda de las cosas creadas de este mundo y de todo lo que va ligado a él: bienes, honores, incluso amigos y parientes, es decir, tu propia naturaleza, y todo lo que te trae el gusto de los bienes de este mundo caído. En todo esto consiste su cuchicheo.
Pero viene Nuestro Señor: mete su dedo sagrado en la oreja el hombre, y la saliva en su lengua, y el hombre encuentra de nuevo la palabra. (Juan Taulero, Sermón 49)
Leyendo el evangelio de hoy domingo y esta reflexión de Juan Taulero, dominico que vivió allá por el siglo XIV, me llama la atención lo ajustada que resulta para entender la actualidad que nos rodea.
Vamos por la vida sin ver lo que tenemos delante y sin capacidad para comunicar lo que tenemos dentro. La sordera y la incapacidad de hablar tienen mucho que ver con la soledad que nos impide acercarnos a los demás. Nos cuesta acercarnos unos a otros. Nos cuesta aceptar compromisos que impliquen estar unidos a otras personas. Los problemas de divorcio, malos tratos, violencia doméstica, también tienen su causa en que vivimos incomunicados.
Leía hace un par de días una artículo interesante: KeKaKo: una evangelización que funciona pero ¿también en España? Que habla de lo complicado que resulta en España crear comunidades cristianas. No es fácil encontrar un soporte institucional y si lo hay, actúa con cierta desgana. En América parece que es un poco más fácil, porque existe un sentimiento menos individualista de la vida. Eso que ganan los hermanos americanos y deben conservarlo. Pero de todas formas, ya se va notando que también allá aumenta la soledad y el individualismo.
Nos dice Juan Taulero que “el Verbo habla sin cesar al hombre. Pero el hombre no puede escuchar ni entender todo lo que se le dice, a causa de la sordera de la que está afectado” Pero no todo es sordera. El ser humano es “también mudo, y no se conoce a sí mismo. Si quisiera hablar de su interior, no lo podría hacer por no saber dónde está y no conociendo su propia manera de ser”
¿Podemos evangelizar a aquellas personas que no oyen y que tampoco saben lo que anhelan en su interior? Es complicado, casi imposible. Es necesario que aparezca una chispa de entendimiento y que el corazón se abra al “Verbo habla sin cesar al hombre”. ¿Podemos formar una comunidad vida si somos sordomudos con quienes nos rodean y con Dios?
Juan Taulero nos comenta que esto nos sucede “Por haber escuchado las insinuaciones del Enemigo y sus palabras”. ¿Qué es lo que nos dice el enemigo? “Es todo este desorden que él te hace ver y te seduce y te persuade que aceptes, sirviéndose, para ello, del amor, o de la búsqueda de las cosas creadas de este mundo y de todo lo que va ligado a él”. Es decir, si el enemigo satura nuestros sentidos no seremos capaces de entender que existe mucho más que esta saturación sensorial. Pero el corazón no puede vivir de lo sensorial. Necesita aquello que transciende y que nos da sentido como seres creados por Dios. Por eso nuestra sociedad hay tanta tristeza humana rodeada de opulencia y sensualidad. Por eso los suicidios son cada vez más frecuentes.
Pero el episodio evangélico es todo menos pesimista o melancólico. Cristo se apiada del sordomudo y para sanarle obra un milagro de una manera peculiar.
“Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: ‘Efettá’, que significa: ‘Abrete’” (Mc 7, 33-34) Veamos que hizo:
- Le separo de lo demás, lo que evidencia un encuentro personal entre el sordomudo y el Señor. Además lo aleja de la multitud, que no es más que el mundo que le rodea y le impide acercarse a Dios.
- Toca sus oídos, simbolizando que es la acción de Dios la que actúa sobre nuestro entendimiento.
- Cristo utiliza su saliva para tocar la lengua del sordomudo. ¿No es una maravillosa prefiguración de los sacramentos? La Eucaristía.
- Pero el milagro no se obra con todos estos preámbulos. Se obra cuando existe una orden directa de Cristo: “Ábrete”. Se evidencia que es la Voluntad de Dios la que hace posible lo imposible.
¿Podemos llevar a nuestra vida cotidiana este esquema? ¿Por qué no? Alejarnos de lo cotidiano, escuchar la Palabra de Dios, recibir los sacramentos y esperar que la Voluntad de Dios haga el resto. Esperar con esperanza nuestro Efettá
Oremos para que en nosotros resuene la maravillosa palabra “Effetá”. Entonces oiremos la Verdad y podremos transmitir a los demás. Podremos conocer lo que el Verbo nos dice al oído y podremos dar a conocer a Cristo.