Como el mismo Jesús lo atestigua, Él es aquel que «Dios, el Padre, ha marcado con su sello», para que sea un Signo. Pero ¿un Signo para qué? Para que exaltado en lo alto del estandarte de la cruz, como lo fue la serpiente de bronce levantada en medio del campamento (Nm 21), Él mismo haga que la mirada no sólo del pueblo judío, sino del universo entero se vuelva hacia él, y por su muerte en cruz atraiga el corazón de todos los hombres. Y enseñará a todos a poner solo en Él toda su Esperanza. Curando todas sus debilidades, perdonando todos sus pecados, abriendo a todos el Reino de los Cielos cerrado desde hacía mucho tiempo, le enseñará que es Él mismo «el que había de ser enviado..., el que esperaban las naciones» (Gn 49,10). Fue Él mismo quien levantó este Signo para todos los pueblos a fin de «reunir a los dispersos de Israel, y agrupar a los desperdigados de Judá de los cuatro puntos» (Is 11,12). (Pedro el Venerable (1092-1156), abad de Cluny. Sermón sobre la alabanza del Santo Sepulcro)
Cristo es signo, lo que nos llama a ver en Él la presencia de Dios entre nosotros. No es fácil entender y vivir esto actualmente. A Cristo le damos muchos significados y lo utilizamos de muchas formas. Pero rara vez lo vemos como Dios entre nosotros: Emmanuel.
Pidamos a Dios que no nos falte el aceite que permite esperarle sin dudas: la Esperanza. Roguémosle que verdaderamente seamos templos vivimos del Espíritu Santo. Pidamos que el olvido, indiferencia o desprecio, no nos haga perder la Fe que tanto necesitamos. Fe que es certeza profunda que no mueve y conmueve. Pidamos que nosotros, aunque seamos pequeños y faltos de toda fortaleza, podamos ser símbolos de la presencia de Dios en el mundo.
¡Cristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!
Feliz Pascua de Resurrección
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